Introducción a ‘No tengo tiempo’
Pensar en el tiempo o en su falta no me lleva a ninguna de las ideas trascendentales que han marcado la historia del pensamiento en Occidente, ni siquiera a esa recuperación magnífica de Hamlet que hace Gilles Deleuze cuando dice que el tiempo se ha salido de sus goznes.
En realidad donde primero me conduce es al olfato, a la piel, a los rasmillones que se me hacían en las piernas cuando me trepaba por horas en un erguido cerezo que había en el campo de mis abuelos, a las espinas de las rosas que se me clavaba en las manos cuando quería robarme sus frutillas o esas diminutas e incordiantes espinitas de las grosellas, que bien merece la pena incrustárselas para sentirse suspendida por algún indeterminado momento. A esas noches donde el rocío me humedecía la ropa cuando yacía tumbada ante la inmensa noche viajando en su espacio infinito o cuando llamábamos al viento con el aleteo de los helechos. O cuando nos sentábamos a mirar las olas de un mar furioso con el calor de un mate en las manos. Creo que estos asaltos de recuerdos desperdigados no se deben solo a que como en el cine de Kiarostami el descubrimiento de un cerezo me hiciera aferrarme también al deseo de la vida, tampoco por alguna nostalgia de un tiempo mejor, de hecho, de aquella época también tengo los primeros recuerdos de esa suerte de pozo que me subía y se instalaba como un elefante en mi pecho sin apenas dejarme espacio para respirar. Por ello, pienso que más bien se debe a la certeza corporal de que un tiempo sin memoria no es un tiempo.
Los análisis que intentan argumentar la conflictiva relación con el tiempo en nuestro presente son múltiples y están atravesados por diversos factores, sin embargo, muchos de ellos coinciden en la responsabilidad individual de la ‘mala gestión’ del tiempo, como si sustraerse de las condiciones actuales de acumulación capitalista fuese una decisión personal. Desde luego, no se trata de restarnos agencia, ni de victimizarnos, pero sí de inscribir la reflexión de nuestra relación con el tiempo en un horizonte más amplio, en el que el mismo proceso material que produce las condiciones de futuro -o su cancelación- no cesa de producir también una línea jerárquica entre los modos de vida.
De hecho, la misma manera de contar la progresión abre una distribución de temporalidades, una manera de capturar el tiempo, de establecer un tiempo. Cuestión que sin duda se ha agudizado en la situación de vertiginosas transformaciones que estamos experimentando en la crisis social actual, provocada por la emergencia sanitaria y social a raíz del COVID 19, en donde casi todas nuestras relaciones pasan mediadas por las pantallas, haciendo cada vez más difíciles los tiempos de los cuidados, de los conflictos, de los espacios donde puede acontecer lo inesperado o relaciones no determinadas.
Partiendo de este supuesto, a saber, de la captura del tiempo como forma de sujeción, en este número de tres reflexiones en torno al tiempo quisiéramos preguntarnos: ¿Cómo oponerse entonces a la tiranía del tiempo? ¿Cómo desgarrarle otros tiempos al tiempo hegemónico?
La línea de separación más profunda, dice Jacques Rancière, es la que separa a los que tienen tiempo de los que no lo tienen. De ahí que se sostenga que el tiempo de la ignorancia es el tiempo de la repetición, de la sucesión que es el que tienen quienes son pasivos, que solo saben vivir en el tiempo de lo cotidiano. Cómo explorar desde estos tiempos mínimos las capas que sedimentan nuestro ahora. En una época aceleracionista, que pareciera “sin memoria”, preguntarse como lo hacía Bergson, ¿es que un tiempo sin memoria es un tiempo?.
Trabajar, entonces, en la ausencia de presente, abriendo otro tiempo. No en un tiempo excepcional, glorioso o mesiánico, sino de fracturas como lo son los ejercicios en los que se subjetiva el tiempo que no tenemos. Es un tiempo mínimo: el del ocio, de la mirada, de sentir los eucaliptus en invierno, el tiempo de secar los cabellos al sol, el tiempo de sentir la textura de las cáscaras de naranja en los bolsillos, el tiempo de la fiesta, del aburrimiento, de los besos inconclusos de un amor cobarde.
Las reflexiones que compartamos tienen este breve marco como punto de partida, pero sobre todo intentan acoger con especial afecto la militancia de la experimentación, porque como decía Theodor Adorno a lo inobjetable nada le pasa.
Mis agradecimientos a Katryn Evinson, Laida Lertxundi, Ren Ebel, Raquel Friera y Xavier Bassas por acoger esta invitación y entregarse a ella. También a las personas que aunque su deseo y sus prácticas están en arrancar alientos a las formas de vida inexistentes, no han podido esta vez sumarse en el trazo de la escritura. En la mayoría de los casos las que no formamos parte de la Historia son las que sostenemos las historias. Este número modesto está dedicado como un grito que viene desgarrado desde el vientre a todas las que no tenemos tiempo.
“No tengo tiempo” és la primera experiència de coedició entre persones sòcies de la Murga cooperativa i Nativa. El projecte consisteix en intervenir en l’edició de la revista, a un ritme aproximat d’una persona diferent cada mes, plantejant un fil conductor i invitant a terceres persones a publicar. En aquest cas la coeditora és Andrea Soto Calderon, el fil és una reflexió sobre el temps, i els textos a publicar son aquests:
- Andrea Soto Calderón, Introducción
- Katryn Evinson, “El tiempo de perder el tiempo”
- Laida Lertxundi, Ren Ebel, “Cuestiones de vida o muerte”
- Raquel Friera, Xavier Bassas, “La ciencia ‘no tiene tiempo’”
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