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Un rey perfecto

Escrit el 05/08/2020 per Ramon Faura a la categoria Comentaris al marge.
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NOTA: Este texto ha sido escrito antes de que el rey emérito haya emprendido la fuga. No obstante, hemos mantenido el texto original.

La historia del retrato nos da algunas pistas sobre qué significa ser rey. Se ha dicho muchas veces que, en rigor, el retrato tal como se ha entendido hasta hoy, surge con la burguesía, que necesitaba verse representada en tanto que individuo. El valor del burgués residía en sus habilidades y el retrato debía explicar todo aquello que la persona tenía de singular.

Por el contrario, en la esfera aristocrática, en la medida en que el valor del retratado descansaba en su linaje y no en sus rasgos personales, el retrato no debía contar ninguna singularidad, sino la adscripción a una larga secuencia de nombres casi idénticos. Lo que legitimaba al noble no era lo que hacía, sino el lugar de donde venía. El pintor cuando retrataba un rey, un duque o un conde, antes que una singularidad, representaba una repetición.

No es de extrañar que los primeros pintores que innovan en el retrato real aparezcan cuando la mentalidad burguesa ya domina, por así decirlo, la forma de pensar del rey. Allí están las magníficas telas de Tiziano inventándose a Carlos V, en plena revolución científica, o más tarde, Velázquez adentrándose en la compleja psicología de Felipe IV. Pero incluso entonces, una serie de elementos compositivos y objetuales, caballos, cortinas rojas, victorias aladas, justicias ciegas, columnas, cetro, condecoraciones, continuarán apareciendo de forma sistemática. Al fin y al cabo, y al margen de las innovaciones puntuales de determinados pintores geniales, se representa una esencia. Y las esencias, para los que creen, son inmóviles, siempre exactamente igual a sí mismas. No pactan ni se amoldan a nada.

El actual debate sobre la corona no debe ser planteado en términos personales. El problema no es si Juan Carlos hace esto o hace lo otro. En la medida en que nadie lo ha votado ni elegido, no ocupa el lugar que ocupa, tampoco su hijo, por su valor personal. En este sentido, el rey no es persona. Su anomalía radica, precisamente, en la imposibilidad de conciliar los principios de libertad de una sociedad democrática (todo el mundo es responsable de lo que hace), con la trascendencia inamovible de un cuerpo que no puede ser responsable de lo que hace, del mismo modo en que Norman Bates tampoco lo es de sus asesinatos, en tanto que psicótico,. Tanto el rey como el psicópata actúan fuera de sí. Por tanto, la cuestión no es qué pasa con el rey emérito, hasta dónde lo alejamos, sino ¿Qué hacemos con los locos? ¿Qué hacemos con la corona? ¿Cómo encajamos a los fuera-de-sí que no son responsables de sus actos?

Cuando la gente se escandalizó con la publicaciòn de las fotografías del rey de safari en África, yo el primero, cometimos el error de ensañarnos con la persona. Más allá de la posible antipatía que podamos sentir hacia él, lo cierto es que el rey cazando hacía lo que todo rey tiene que hacer. Justo en el plano personal, no es responsable. Como tampoco lo es un mono al que se ha provisto de metralleta, para decirlo en los términos de Chuck McGill en Better Call Saul. Por supuesto que disparará ¿Qué esperabais que hiciera? ¿Acariciar el elefante? ¿Mimitos? No sabe ni puede hacer otra cosa. Desde finales del siglo X (la primera casa Borbón, los Bourbon-Archambault, datan de esta época), el rey ha sido programado para representarse desde la cacería. Más de 1.000 años matando animales y no como medio de subsistencia (que también), sino como marca-representación de su poder.

EL PRINCIPE JUAN CARLOS DE BORBON CAZANDO EN LA DECADA DE 1940

Todavía en el siglo XVII, ser invitado a una cacería real, suponía una marca de prestigio importante. Le Grand Veneur (Montero Mayor), el cargo cortesano que se encargaba de las cacerías, era uno de los más preciados de la corte. En Versalles, bajo ek borbón Luis XIV, la ejercía el duque de La Rochefocault. Disponía de un palacio fuera del castillo, el Hôtel de la chenille (el palacete de la perrera) donde convivía con centenares de perros. Siendo hijo de un príncipe sublevado (su padre es el genial autor de las Maximes), a todos sorprendía que Rouchefoucault hijo hubiera llegado tan alto. Y la respuesta tenía que ver con otro de los grandes escándalos recientes de la corona: las amantes del rey. La Rochefoucault, que además de Grand Veneur era Gran Maître de la Garde-robe, tenía un apartamento justo debajo de los apartamentos del rey. Según explican memorialistas como Saint-Simon o d’Angeau, se encargaba de proveer al rey de todas las amantes que necesitara.

Elefantes, ciervos y también señoras. Al igual que ocurre con la cacería, reprochar al rey sus infidelidades es lo mismo que enfadarse con un economista por hacer sumas y restas. ¿Qué queréis que haga? Después de todo, infidelidad conyugal es un concepto burgués que remite al asfixiante dormitorio familiar. Los reyes duermen en apartamentos separados. Juan Carlos y Sofía no forman una familia, configuran una casa, una alianza de linajes. El sociólogo Norbert Elias, en un libro imprescindible, La Sociedad Cortesana, explicó las diferencias entre casa (aristocrático) y familia (burgués). En pleno debate posthumano, mundo global, transgénero, queer, puede sonar aberrante y obsoleto, pero para el Rey, invertir fortunas en amantes y cacerías, no sólo no es malo, es sobre todo una forma de legitimación. Forma parte de su identidad. Así se lo han enseñado, así lo hizo su padre y su abuelo, su bisabuelo. Así lo ha hecho cada una de las generaciones a lo largo de 1000 años, desde el siglo X.

En Versalles, sigo con los borbones, los diarios del médico del rey, aseguraban que Luis XIV, había nacido con dientes. Era sabido por todos (la verdad aquí no pinta nada) que el rey bebé, el futuro Luis XIV, cambiaba de nodriza cada semana. Por lo visto, antes que mamar, se comía los pechos a dentelladas. Esto era celebrado, no por las nodrizas evidentemente, como marca de voracidad real. La potencia de Luis el Victorioso, dueño de Europa y azote de la disidencia interior de los feudales, se explicaba, se demostraba, con este bebé con dientes devorando pechos de mujer. Pulsión sexual y pulsión guerrera eran dos virtudes que se complementaban. Marte y Afrodita son dos presencias frecuentes en la iconografía real. Hablábamos de infidelidades. De la ingente cantidad de hijos naturales que tuvo, los cuatro de Madame de La Vallière y los siete de Madame de Montespan, al menos los que sobrevivieron a la infancia, fueron legitimados, ennoblecidos y casados ​​con la alta aristocracia. Nada que esconder, Françoise-Marie, mademoiselle de Blois, fue casada con el Duque de Chartres, futuro duque de Orleans, sobrino directo del rey y Regente de Francia a su muerte. Más tarde, Luis XV, dispondría, no demasiado lejos del castillo, de un pequeño palacio que funcionaba como burdel real, a la vista de casi todos. Se situaba en un barrio de Versalles llamado le Parque-au-cerfs, el parque de los ciervos, porque era allí donde Luis XIII había tenido un cerrado destinado a la caza. Putas y ciervos, para el rey, la misma cosa.

En resumen, tener amantes y matar animales eran obligaciones institucionalizadas que explicaban, a quien se lo creyera, la grandeza de la corona.

Concededme que abra un paréntesis. Según el doctor Daniel E. Mudrovici, si has decidido adoptar en tu casa un león o un tigre, en el plano alimentario, no tienes demasiadas opciones:

Artificialmente se debe recurrir a carnes de todas las especies posibles, no dejando de lado la utilización de vísceras como hígado, corazón o bazo, una o dos veces por semana. También es conveniente el uso de los pollos enteros. Solamente debemos acotar que se debe darle volúmenes adecuados al peso y a la actividad , considerando la posibilidad de no dar de comer uno o dos días a la semana, imitando un poco las condiciones de la naturaleza que en ese sentido es más equilibrada.[1]

Cada día, los periódicos hablan de los presuntos delitos de Juan Carlos I. Hemos asistido a las manifestaciones de protesta contra esta especie de gira de Lucro Indecente (la frase es de los Sex Pistols) emprendida por Felipe VI y Leticia de cara a limpiar la imagen de una corona moralmente insostenible. Y yo, no puedo evitarlo, por asociación libre, pienso en leones y depredación. Y también en Ricardo I de Inglaterra, Ricardo corazón de león, duque de Normandía, de Aquitania, y de Gascuña; señor de Irlanda y de Chipre, conde de Anjou y de Nantes; de la casa de Poitiers por parte de madre, poca broma, Leonora de Aquitania, reina de Francia primero, y después reina de Inglaterra; pienso en el mismo Ricardo corazón de león que a punto estuvo de casarse con una de las hijas de Ramon Berenguer IV y en el mismo Ricardo corazón de león que muchos conoceréis por su rol de Deus ex Machina en la leyenda de Robin Hood o Robin de Locksley, que robaba a los ricos para darselo a los pobres, según la leyenda fijada en el siglo XIX por Howard Pyle (esto lo acabo de buscar), donde Ricardo corazón de León era un rey bueno que reinstaura el orden legal y expulsa al rey usurpador, su hermano menor, John Lackand.

La pregunta es: este rey tan fantástico y justo, si lo trasplantáramos de su siglo XII a nuestro siglo XXI ¿ No nos resultaría igual de corrupto y decadente que el actual rey emérito? ¿No es el ethos aristocrático de los guerreros medievales lo que más se parece al código de honor actual de la Camorra?

Insisto, más allá de Franco, de los negocios turbios, de las cuentas en suiza, la cosa está en como juzgas al que supuestamente encarna el orden sagrado del cuál emana la ley. ¿Cómo casa esto con una noción de derecho fundamentada en la soberanía popular? No es conciliable. Como plebeyos: ¿Cómo dialogamos con un rey que no nos acepta como interlocutores iguales? Y no porque nos odie. De hecho, ni tan solo nos desprecia. Incluso le hacemos gracia. Sencillamente, somos sus sujetos. ¿Quién dialoga con su nariz o con su pulgar? Somos parte de su cuerpo. Él es el cuerpo místico encarnación del Estado, según la doctrina medieval que Guy de Coquille fijó a finales del siglo XVI. ¿Debatís vosotros con la mosca que se posa sobre vuestro donut? Así nos ve él. Somos como el pollo en el corral, su subsistencia. Desde unos parámetros democráticos que creen en la dignidad racional y afectiva de los cuerpos, en términos meramente económicos, un rey es un depredador ¿De qué derechos quieres hablarle al león antes de que abra la boca y te convierta en su almuerzo?

En la medida en que desde su punto de vista, nosotros no somos interlocutores de pleno derecho, gallinas de corral, ciervos indefensos, no hay negociación posible. Diga lo que se diga, se hagan los equilibrios que se hagan, monarquía parlamentaria, monarquía constitucional, lo cierto es que mientras tú y yo somos pacto, él es esencia inamovible (si no, no sería rey). Su razón de ser, así lo han programado, es trascendente, sobrepasa la persona. No admite regateo. Todo o nada. El problema no es la cabeza, el problema es la corona. Y el problema es, sobre todo, que una corona “desnaturalizada” en un entorno democrático, carente de recursos propios de subsistencia (no produce, no tiene oficio, no tiene profesión) sólo puede sobrevivir desde la ilegalidad o la subvención pública.

Vuelvo al león del doctor Mudrovici: pretender que un rey se adecue a los principios cívicos y legales de una sociedad burguesa-democrática es como tener un león en la cocina y pretender que sólo coma Corn Flakes. No es su naturaleza. La cosa no va así. Y si queremos mantener la cocina hábil, no hay mucha opciones. Llama al zoo y que se lo lleven; mátalo de un tiro (si puedes). Pero no pretendas que se haga vegano y se cuelgue una chapa del partido animalista. La esencia del ser rey, como la del león, es ser depredador. Y si no queremos ser bambis, mejor expulsarlo del cuento. Podemos limar los dientes y las garras, hacerle un nudo en el estómago, dormirlo y atiborrarlo con Acepromacina, Thiopental o tiletamina, pero en el mejor de los casos, sólo tendremos un peluche apenas reconocible como León, un muñeco de trapo … y llegados aquí, no se me ocurre ningún argumento para cargar con su manutención. ¿No es más sostenible darlo a un circo? ¿Enchufarlo en la reserva de Sigean o embalsamarlo y llevarlo al Museo de Cera? ¿Alquilarlo?

Eliminar la corona como institución de Estado también es poner fin al reconocimiento oficial de los títulos aristocráticos. Desde de la casa de Alba hasta nombramientos más recientes como el de aquel republicano paradójico, el marqués de Tarradellas. Personalmente no entiendo que hace un republicano aceptando un título de marqués, como no entiendo que hace un partido independentista-republicano con un marqués como figura de referencia (hay aristócratas que por coherencia ideológica sí han renunciado a sus títulos). Precisamente, aquí radica el desarreglo democrático que genera el convivir con la corona: convertir un republicano en marqués. Sobornar la disidencia con cargos y gorras de colorines. Después de todo, eliminar la corona es, sobre todo, desarticular una red clientelar, muchas veces al margen de la ley, que ella misma ha provocado para mantenerse segura, los Undargarín, los Pujol, los Villar Mir, las Corinna, los Javier López Madrid aka “compi yogui”, los Coca, los Fierro. Y es este actuar al margen de los valores democráticos lo que acaba naturalizando desde la máxima institución del Estado todo tipo de corruptelas, sobornos, prebendas, títulos esperpénticos y empresas fantasmagóricas; es desde esta laxitud legal y decrepitud moral, claramente discriminatoria, que queda relativizada la fangosa corrupción estructural y las prácticas mafiosas del Bigotes, Bárcenas, Rodrigo Rato, Jaume Matas, Félix Millet, el clan Pujol con madre superiora incluida; y también, por supuesto, las privatizaciones escandalosas y las puertas giratorias de Felipe González, José Montilla, Pepinho Blanco, Miquel Roca o Francesc Homs.

Invirtiendo la frase de Ivan Karamazov: Si la monarquía existe, todo está permitido (a los que tienen la sartén por el mango, por supuesto). En una democracia borbónica, los políticos, antes de que representantes del pueblo, son los aparcacoches del monarca, sus Maître de la Garde-robe. La corona convierte nuestros políticos en subditos cortesanos. Mientras España tenga rey, todo somos sirvientes.

[1] Daniel E. Mudrovici. Clínica y cirugía en félidos salvajes (https://www.researchgate.net/publication/26423528_Clinica_y_cirugia_en_felidos_salvajes)

 


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