El otro día, un amigo, Nando Caballero, preguntaba públicamente, “por qué no se construyen casas como las de antes”. Como sabe que soy arquitecto, me etiquetó para ver si se me ocurría algo.
Al principio di la respuesta por obvia. Al menos para los arquitectos (educados siempre en la búsqueda de la idea original), el proyecto debe ser innovador. Se da por hecho que no puede ser como los de antes. Al menos así se educaba a los de mi generación.
Después pensé que la respuesta no estaba tan clara y que valía la pena darle un par de vueltas. De hecho, el discurso sobre lo nuevo como necesidad imperiosa, cada vez me parece más idiota. No es necesario proponerse hacer nada nuevo, basta con hacerlo a tu manera y con la oreja atenta para detectar qué hay que mejorar o adaptar a las nuevas costumbres. Una vez, cuando era estudiante, tuve la tentación de presentar la Casa Farnsworth de Mies, tal cual. Al final no me atreví, una pena. Así pues, ya de entrada, un tema importante, la Autoría. Valdría la pena dedicarle un artículo sólo a esto.
Por otro lado, si me propusieran hacer una casa como las casas de antes, la primera pregunta sería “¿como eran esas casas de antes” ? En realidad, Nando especificaba “principios de siglo” … pero entonces ¿Qué pasaría si las casas de “principios de siglo” se hubieran hecho como las de antes de “principios de siglo”, es decir como las de mediados del XIX? Sea como sea, la respuesta es infinita, preguntarme por cómo eran las casas de antes de antes me acabaría llevando a dedicarme a la historia de la arquitectura, que es lo que ha acabado pasando en parte.
De hecho, cuando he hecho casas, o las he pensado, no han sido como las de antes ni como las de después, o al menos no me las he planteado en estos términos, creo. Eran casas hábiles para el caos y el desorden, desde mi opinión, base indispensable para la vida. En todo caso, cuando se trata de hacer algo, casa, canción, antes de pensar en cómo quiero que sea, me interesa más pensar en qué materiales quiero usar para trabajar. Con la música me pasa igual. Primero reunes unos instrumentos que te interesan para sacar un sonido que te inspire. Después la canción llega sola. En el caso de la casa, si el albañil local sólo sabe de ladrillos, evita la proeza tecnológica de acero y vidrio. Pero claro, luego también está el clima, y la forma de vivir de los que quieren vivir, y las normativas … demasiados factores como para pensar en casas de antes y casas de después. Fuera de la autoconstrucción, el diseño de una casa es un conflicto de intereses: las leyes, los que vivirán, la autoría. También es cierto, y no lo digo por corporativismo, que cuando el arquitecto no opera desde la inutilidad pura ni desde la mera confección de una autoría, piensa la casa asumiendo una enorme cantidad de condicionantes, desde el precio del cemento, hasta las características del suelo, pasando por los gustos del propietario o el reglamento municipal.
Volviendo a los materiales como fin en sí, puede ser muy experimental trabajar con instrumentos y métodos antiguos para encontrar nuevas vías, por ejemplo. Más que hacer una casa como las de antes, puede ser interesante autoimponerse unas reglas de juego que te condicionen. Por ejemplo, un sistema constructivo como los de antes. Pero entonces, el cliente, debería ser coherente y renunciar al wifi y al microondas, entiendo yo. Y a los impermeables plásticos. En todo caso, sería una posibilidad: no tanto imitar como forzar un entorno de trabajo distinto; evitar los prejuicios del presente, que son infinitos y asfixiantes en su invisibilidad. Gaudí lo hacía, por ejemplo. Y aunque los turistas vienen por los resultados, el interés radicaba en el proceso. Por eso la Sagrada Familia es una estafa. Imitan un resultado que Gaudí supuestamente quería, y pasan por alto los métodos constructivos medievales que Gaudí sí se había impuesto como marco de trabajo experimental … las columnas de hormigón armado con encofrado perdido de acero forradas de piedra son sencillamente vomitivas y un insulto a Gaudí. Si dependiera de mí, sólo por eso, lo demolería y enviaría los responsables a la cárcel … pero me estoy yendo por las ramas.
Volviendo a la pregunta de Nando: Otra evidencia es que muchos arquitectos modernos prefieren vivir en casas antiguas. Al menos, más antiguas que las suyas. Mies Van der Rohe, por ejemplo. Nunca me he dedicado a descubrir el porqué. Cada uno tendrá sus motivos.
Otra evidencia es que muchas casas icónicas del movimiento moderno, las que formalmente parecen romper con la tradición, casas que en fotografía parecen frías y racionales, en directo tienen una calidez antigua. Es algo que siempre me ha sorprendido positivamente de las casas de Le Corbusier. Así como en el plano teórico le podría reprochar muchas cosas, en lo personal no tendría ningún problema en vivir en la Maison Cook o la Ville Stein. Casas de antes pero con aspecto “no de antes”.
En todo caso, muchos factores nos impiden hacer casas como las de antes. Aceptando que este antes es muy relativo, habría que decir quizá dos cosas: Una, las casas de antes no las hacían arquitectos; ahora sí (otra vez la autoría). Antes de la Revolución Industrial, los arquitectos hacían palacios, iglesias, pero no casas anónimas en masa. Fue la explosión demográfica y el crecimiento demencial de las ciudades lo que hizo necesario construir mucho y, ante el desorden y la codicia de los capitalistas, fue necesario también regularlo, implicando a facultativos acreditados por el estado. Todo esto no era tanto el resultado de un altruismo inexistente, como el miedo a que las enfermedades de los barrios marginales se extendieran hasta las zonas ricas (a finales del XVIII se había descubierto el aire como transmisor de enfermedades). En todo caso, más allá de las críticas legítimas a la arquitectura y urbanismo modernos, fríos, racionalistas, mecánicos, inhumanos, no hay que olvidar que en la mayoría de los casos, al menos al principio, se trataba de otorgar dignidad a la vivienda obrera y resolver los problemas de soleamiento, ventilación, agua, electricidad, etc. Mirad, por ejemplo, todo lo que Ernst May hizo en Frankfurt durante los años veinte bajo una administración municipal de izquierdas.
Pero que el arquitecto se pusiera a hacer vivienda masiva no es un detalle menor. Antes, cuando trabajaba para el príncipe o el obispo, sus decisiones (proyectar es decidir cosas) estaban en manos del dueño. Era el dueño, rey u obispo, quien ponía freno a una autoría expansiva. Pero cuando pasó a hacer vivienda masiva, le relación de poder se invirtió. El bienestar de los futuros habitantes, anónimos, quedaba en manos del arquitecto. Esto, obviamente, tiene sus riesgos. Quien habita no es el mismo que proyecta y construye. Los intereses y los gustos puden divergir mucho. Así, el arquitecto ya no está controlado por el habitante, sinó (normativas al margen) por el constructor. Mala cosa. Si la mayoría de arquitectos lo hace mal (simple cuestión de estadística elemental), la mayoría de constructoras sólo piensan en el dinero. Aprietan al arquitecto para que abarate costes. Cuando un arquitecto-autor quiere salirse con la suya, hay que decirlo, tiene que trabajar cien veces más que cuando acepta las normas del contratista.
Así las cosas, tenemos una ecuación complicada. Codicia constructor + caprichos de autor = vivienda infernal. Hay muchas excepciones, pero cada vez menos. Las regulaciones, el papeleo inútil, la automatización de muchos procesos que escapan al criterio del arquitecto lo hacen todo muy complicado. Hoy en día las casas en masa, anónimas, suelen estar en manos de las leyes y las ingenierías. A menudo criticamos a los arquitectos estrella, pero lo cierto es que, por cuestiones meramente cuantitativas, son mucho más nocivos los arquitectos no estrella que, desde el anonimato, arrasan montañas y playas. La ley del suelo de la administración Aznar dio vía libre a todo tipo de proyectos de vivienda especulativos y sin garantías de ningún tipo, un verdadero desastre ecológico, social, y, a la larga, económico (la célebre burbuja inmobiliaria). Soy de los que piensa que todos los arquitectos que participaron en este desastre tendrían que ser inhabilitados. Tenemos los nombres. Nunca pasará, por desgracia.
Luego están las alternativas “de izquierdas”, que si bien mejor intencionadas, plantean también algunos problemas. Hasta donde yo sé, la mayoría de procesos participativos donde supuestamente todos los actores conversan, son una falacia. Simulacros y conversaciones de sordos. Para el arquitecto puede ser desesperante tener que escuchar opiniones sin fundamento, opiniones improvisadas, cargadas de prejuicios absurdos. Algo parecido pasa con los médicos. Situaciones duras cuando el arquitecto es alguien que sí se lo toma en serio: hablar con “clientes” que ya de entrada dan por hecho que se les quiere perjudicar, poniendo en cuestión desde el primer minuto la competencia del arquitecto, faltando el respeto (entre nosotros: son de bofetada). Horas y horas no pagadas para escuchar la opinión de quien nunca ha pensado en un determinad problema sobre el que el arquitecto sí ha dado vueltas durante años (donde se ponen los interruptores? ¿Cuál es la orientación óptima para una sala de estar?…). Por otra parte, para los futuros habitantes puede ser desesperante que el arquitecto no atienda a sus gustos legítimos y quiera imponer los suyos, bajo la coartada del imperativo técnico; o que la eficiencia económica y la pereza no permitan tener en cuenta las nuevas necesidades y formas de vida. Pero lo más problemático de los procesos participativos es definir quién participa y quién no. Después de todo, tu casa puede ser tuya, pero la sufrimos todos. Su aspecto define el aspecto de nuestra ciudad. Por no hablar de la huella ecológica, las molestias de las obras, los daños que accidentalmente puedan provocar en las edificaciones vecinas. Es una pregunta importante que a menudo se pasa por alto. Tu casa no es sólo tuya.
Continúo improvisando, cosas que me vienen a la cabeza cuando pienso en construir casas como “las de antes”, por ejemplo que tendríamos que aceptar que, en rigor, las casas nunca han sido como las casas de antes. Para decirlo de otro modo, las casas de antes no eran como las casas de antes de las casas de antes. La idea de casa siempre ha evolucionado, nunca ha sido igual a sí misma. Dejando de lado las diferencias sincrónicas por clase social, cultura, emplazamiento climático, la idea “casa” no es fija ni inmutable. Muchas de las cosas que damos por sentadas hoy como domésticas, son inventos que hicieron que la casa nunca fuera como las casas de antes. Conceptos como intimidad, confort, higiene, tienen fecha de nacimiento. Como también tiene fecha de nacimiento, es una forma de hablar, la silla tapizada, los estantes, la nevera, la cerradura, la lámpara, el aislante térmico.
Dicho esto, si quisiéramos hacer ahora casas como las de antes, nos encontraríamos con otro problema, antes me he referido a él. Las casas de antes eran lugares para vivir, peores o mejores; las casas de ahora son un producto en manos de las leyes del mercado. Construir, derribar, comprar, vender es un negocios en sí. Si le añadimos la globalización, el cóctel no puede ser más explosivo. Nuestras casas en manos de agentes sin ningún vínculo con nuestro lugar y con un único interés: hacer dinero. Es muy diferente asesinar alguien mirándole a los ojos, que matar a alguien que ni siquiera ves. La cinta negra en la cabeza, no es un favor al fusilado sino a los verdugos.
Y ya que hablamos de las casas de antes, tampoco está de más recordar que en muchas culturas, clases o periodos históricos, la idea casa no iba forzosamente ligada a una idea estática y sedentaria, ni a una idea de recinto cerrado o propiedad inamovible; ni siquiera estaba vinculada a un orden familiar. Cuando hablamos de vivir en una casa de antes, la primera pregunta sería dónde: ¿en el lugar de los criados? ¿en el lugar de los amos? ¿como “familia” obrera donde la mujer duerme en la casa donde sirve y el hijo en el taller donde trabaja? ¿en el falansterio de Guisa donde se desmonta la estructura familiar como unidad habitacional? ¿en una corte real? ¿en una masía medieval donde todos duermen en el mismo jergón, jerárquicamente ordenados, padres, abuelos, criados, perros e hijos en última posición? (Voto ésta); ¿en estructuras textiles en medio del desierto? ¿en construcciones de barro sin ventanas? ¿Casas de antes como las barracas a los pies de Montjuïc? ¿Casas de antes como los bloques en el Verdun sin calles ni electricidad? ¿O casas de antes como el Palau Güell?
Supongamos que hemos respondido a todas las preguntas y nos disponemos a hacer una casa como las casas de antes ¿Dónde encontramos los artesanos cualificados, yeseros, vidrieros, carpinteros, herreros y un largo etcétera de oficios desaparecidos? Por un lado nos puede saber mal, es lógico. Hay trabajos que hoy en día costaría cien veces más de lo que costaban entonces, una vidriera, un esgrafiado. Pero al mismo tiempo, hay que tener presente que las casas de antes se construían en unas condiciones laborales totalmente indignas desde los parámetros, iba a decir actuales, mejor decir, alcanzados justo antes del nuevo orden liberal iniciado en los ochenta. Las casas de antes las construía gente no asegurada, sin contrato ni atención médica, sin medidas de seguridad, obreros que podían ser niños de 8 años si se daba el caso; gente en definitiva atrapada en un sistema de explotación brutal. Por no hablar de todos los obreros que, ya en plena revolución industrial, sin trabajar directamente en la construcción, sí lo hacían en las manufacturas de materiales de construcción: las siderurgias, hormigoneras … pensad por ejemplo, más allá de los sueldos bajos y los horarios no regulados, qué supone trabajar con materiales que luego se han revelado como cancerígenos. En realidad toda casa no construida por quien la habita, siempre implica un cierto grado de explotación. Durante la construcción de Versalles, cada noche salía una carreta con decenas de muertos en accidente laboral. El Partenon o las pirámides, obviamente, fueron construidos por esclavos. No podemos hacer casas como las de antes porque, en principio, a la mano de obra de ahora se le reconocen unos derechos y, en definitiva, no sale tan barata como cuando no se le reconocían.
Y más allá de todo esto. También cabe decir, en realidad ya lo he insinuado antes, que no podemos hacer casas como las de antes porque nuestras formas de vivir ya no son como las de antes. La estructura patriarcal sigue intacta, pero también han aparecido muchas otras formas de agruparse. No quiero caer en tópicos de suplemento dominical de domingo, pero hoy en día, para bien o para mal, los grupos habitacionales son mucho más inestables. Antes la casa pertenecía al padre y cedía parte del control doméstico a la madre (cocina, despensa, lugar de coser, etc.). Hoy en día ya no. Muchos no necesitamos un salón exclusivo para las visitas. Ni tenemos una criada a quien le haga falta una habitación con fregadero. Como además, cocinamos nosotros y no una cocinera, queremos que las cocinas sean más agradables. Si a esto le añadimos las innovaciones tecnológicas, la cosa se dispara. La estructura familiar de una casa con televisión no será como la de una casa de antes sin televisión; y la estructura de una casa con internet y cuatro ordenadores no será como una casa de antes donde sólo había un televisor. Por supuesto, una casa con agua y calefacción (tuberías, caldera, etc.) no podrá ser como una casa donde el agua viene del pozo y las necesidades las hacemos fuera en un pozo negro.
Una casa de ahora como si fuera de antes, y esto es una opinión que muchos no compartirán, es una farsa y siempre esconde una injusticia. Como las bandas tributo.
Dicho todo esto, paradojas de la vida, a mí también me gustan más las casas de antes. Nunca se me ocurriría sin embargo, proyectar una casa nueva como si fuera de antes. Sería un simulacro patético y una abuso ecológico. Buscaría una casa de antes que todavía estuviera de pie. Si os gustan las casas antiguas, escoged una, rehabilitadla. Está lleno de casas vacías, de antes y de ahora … la cuestión es no hacer ninguna nueva mientras hayan casas vacías. Toda casa vacía debería ser expropiada para acoger a quien no tiene techo. Especialmente cuando el propietario tiene muchas en la misma situación. No sé … elegid la que más os guste … no produzcáis más, no dejemos derribar casas que aún pueden ser útiles … la destrucción ya no es esa cosa enrollada de los punks, la destrucción ahora es cosa del estado y del capital… detened las grúas, sobre todo …. bien, haced lo que os dé la gana, a fin de cuentas, como siempre, vuestra casa acabará siendo del banco o de la iglesia. Y eso sí que sigue siendo como antes.
Bravo ! Bravissimo! A mi també m´agraden les cases com les d¨ antes però encara m´agrada mes l´idea de no construir i si la de rehabilitar….gràcies Ramòn , bona reflexio!
Me desagrada ver cambiar tanto los entornos, pasar por un barrio y que no esté aquel, y aquel otro edificio que formaba parte de tu vida, sobretodo cuando es de tu entorno, o del entorno donde te has movido.