Estamos echados en la noche. Me abisman tus ojos. Siento tu cuerpo inquieto como si no pudieras encontrar la curva que mejor te acomoda, como si no pudieras oír el ritmo de tu cuerpo. Últimamente tu vigilia se está convirtiendo en un ritual. Un ahogo que intenta hacer lugar a esas verdades crudas que se resisten a escapar en los sueños. Se te ha impuesto una inquietud absurda: has decidido no dormir. Extraña forma de sabotaje. Si el sueño es reparador, te resistes a ser productivo.
Los ecos hicieron el resto
Susurros, gestos sumergidos
zonas oscuras
se acumulaban todos esos gritos no articulados
sigue ahí, persiste: quema
cuando te conocí nunca te habías desgarrado,
esos tránsitos te abollaron la piel
No me atrevía a tocarte, el contacto es siempre vacilante, ese vacilar es la soledad de todas las relaciones, intimidad perdida le llamaba Bataille a las formas sociales. Para cuidar esa potencia de afecto, no te toco.
Pestañeo, porque nunca he sabido mirar, más que pronunciar tartamudeo. No sé cómo arropar ese fantasma, esa bestia que es el MIEDO, miedo te da que tu cuerpo se vuelva dócil, miedo te da perder la vida, perder las entrañas y que todo te dé lo mismo que nada resuene, que tu vida sea caminar calendarios, tener que correr por el pan. Ovillo gigante, sirena enmudecida. No sé abrazar esa herida, ese espacio infinito, de quien no pudo seguir su sueño.
Los ojos son la superficie más turbadora, debiéramos poder, a ratos, cerrarlos sin el acecho del día insufrible que nos espera.
Derecho a la pereza decía Paul Lafargue. Yo reivindico el derecho al sueño.
Imagen Paula Cobo-Guevara. En el contexto del proyecto “Crossings” de Angela Melitopoulos. Campo de Refugiados Pikpa, Lesvos, Mytilene. Grecia. 2016.
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