Las herramientas del maestro (Notas sobre cinismo, fuerza de trabajo, capital financiero y la industria del arte) – Sarah Raymundo
La actual crisis del capitalismo global se agrava a tal velocidad que hasta sus más astutos y falaces gestores económicos son incapaces de ponerle freno. No obstante, sus gestores culturales, diseminados por instituciones clave, todavía se refieren al sistema existente como el resultado de una ordenación divina. Para ellos, el presente solo puede juzgarse como la consumación de una progresión histórica que ha alcanzado su cénit. De este modo, cualquier visión alternativa sólo puede constituir una amenaza para la civilización.
De gurús progresistas
Hoy en día, el pseudo-progresista se erige como aquella figura crítica con el dolor y la humillación a la que están sometidos quienes viven en la pobreza. ¿Y la culpa de esta miseria? Los actuales mecanismos de exclusión que exponen a los pobres a todo tipo de riesgos a los que sólo se pueden adaptar o ajustar. En la mente del pseudo-progresista, no existe nada esencialmente erróneo en el sistema capitalista. El problema es de naturaleza administrativa y, por lo tanto, la cuestión se reduce a gestionar las sensibilidades de aquellos que “no están situados al mismo nivel”, tan sencillo como eso. Los gurús culturales arremeten contra el sistema capitalista, no a causa de la explotación que perpetúa sino por la exclusión que provoca, como si se hubiese producido una ruptura con la apropiación de la plusvalía en algún momento desconocido tanto para capitalistas como para trabajadores.
Hoy en día, el pseudo-progresista se erige como aquella figura crítica con el dolor y la humillación a la que están sometidos quienes viven en la pobreza
Admiten que el sistema capitalista genera riesgos y propicia una fuerza de trabajo vulnerable a todo tipo de abusos. Pero nunca dirán que éste es un sistema basado en riesgos y erigido sobre la explotación, que aquellos económicamente vulnerables están siendo en realidad explotados; y que conforman una clase que aún lucha por un sistema económico diferente. Nunca retratan a los pobres como a una clase combativa; y, sospechosamente, suelen referirse a los beneficiarios de este sistema explotador como a los no pobres (the non-poor).
Desaprueban el término “víctima” y prefieren utilizar “superviviente”. Después de todo, el triunfalismo capitalista presupone que la Historia termina cuando el capitalismo reina. De ninguna manera puede victimizar a nadie puesto que estamos destinados a sobrevivirlo perpetuamente.
El obsceno doblez del cínico
Existe una gran dosis de ironía en la ostentación con la que el cínico reivindica su conocimiento de los males sociales de este sistema. Esta afirmación está plagada de prevenciones frente a la creencia de que dichos males pueden ser eliminados a través de la lucha colectiva. Para respaldar sus ataques contra los esfuerzos revolucionarios, los cínicos hacen uso de construcciones que suelen limitarse a caricaturizar a los revolucionarios, retratándolos como irreflexivos, obsesionados con el poder y con una fijación por el culto a la personalidad. Para el cínico, la historia de las derrotas socialistas sobrepasa con mucho la necesidad de hacer real una alternativa a un mundo brutal gestionado por funcionarios obscenamente ricos y corruptos.
El obsceno doblez de este rechazo cínico es la aterradora verdad que da realidad al sistema en el que el cínico, más que cualquiera a quién critique, cree a pies juntillas. Por ello, el impulso cínico es tan inconfundible como la pura afirmación hegemónica. En su pleno apogeo, el cinismo en la industria del arte desplaza la cuestión artística “¿qué podemos hacer que sea nuevo?” a “¿qué podemos hacer con lo que ya tenemos?” (1). Este nuevo “motor de la práctica artística” basado en innovación y eclecticismo no es exclusivo del ámbito artístico. Caracterizaciones paralelas del presente como “post-producción” y “el final del trabajo” en sociedades “post-industriales” fueron construidas principalmente para explicar la crisis del monopolio capitalista. Las consecuencias de estas nociones son enormemente perniciosas para la comprensión actual de “la clase trabajadora” y la clase revolucionaria.
Desvío a una política de clases
Los planteamientos arriba mencionados excluyen cualquier posibilidad de considerar a la clase trabajadora como clase, por el simple hecho de que ésta ha desaparecido de la mayoría de las sociedades capitalistas occidentales. Si es reconocida de alguna manera en sociedades neo-coloniales apropiadas por estados clientes, una visión muy contraída y diluida de la clase trabajadora se impondrá. Desaparecida ya como proyecto político específico que dé lugar a nuevas relaciones de producción, los discursos acerca de la fuerza laboral giran hoy en torno a cómo habitar el sistema capitalista existente. Eslóganes que hablan de “inclusión para los excluidos” y “salarios justos para los trabajadores” retratan de manera cómica una sociedad “sin clases” constituida por una multitud de seres económicamente vulnerables.
Sin la referencia a la explotación capitalista, cualquier discusión acerca de la opresión y sufrimiento de los pobres se cierra en sí misma, y solo podrá proyectar ideas reconciliadoras para los explotados.
Sin la referencia a la explotación capitalista, cualquier discusión acerca de la opresión y sufrimiento de los pobres se cierra en sí misma, y solo podrá proyectar ideas reconciliadoras para los explotados. Simultáneamente, sugiere la posibilidad de que el capitalismo adquiera un carácter humano. En este caso, la construcción de un sistema capitalista más seguro para todos es pragmáticamente preferible a una reconstrucción del mismo. Es por esto que gobiernos, ONG’s y otras organizaciones humanitarias están orgullosos de sus programas de reducción de pobreza. Que esto no es más que una estrategia de contención se demuestra fácilmente en los modos como la cultura de la democracia liberal gestionaría otras configuraciones de estructuras opresivas. No podríamos decir nunca “¡reduzcamos el sexismo!” o “¡reduzcamos el racismo!” porque, con razón, exigimos su eliminación. Pero parece ser que las consignas de lo políticamente correcto, que en gran parte definen las políticas pseudo-progresistas de hoy en día, fácilmente abandonan su propia reivindicación del uso de un lenguaje políticamente correcto al acoger con entusiasmo la “reducción de la pobreza”.
La clase social no se considera el principio estructurador que atraviesa la opresión de género, racial y étnica. En lugar de ello, progresistas liberales reducen las contradicciones y los antagonismos específicos de clase, inherentes a las mismas estructuras de opresión que pretenden eliminar, al proponer la “interseccionalidad” como el único horizonte de interpretación viable para comprender y resolver la opresión. Una puede identificar que la lucha de clases está en su momento álgido cuando el estado naturaliza la pobreza al declarar que ésta sólo puede ser reducida. El estado lo hace para enmascarar la base de la pobreza: la desigualdad social. Argumentar que la pobreza tan sólo puede ser reducida, a corto y largo plazo, es asumir que la desigualdad social es una función natural. Los gobiernos de todo el mundo se apoyan en una versión biológica de la clase social para someter a los pueblos a condiciones de existencia brutales. Hablar del “final de la lucha de clases” y de su obsolescencia, al tiempo que se renuncia a erradicar la pobreza, es una farsa.
Hacia la ruta cínica del capital financiero
Tal como están hoy las cosas, los efectos del triunfo liberal -que prometió al arte su tan pregonada autonomía frente a instituciones sociales que habían tendido a empequeñecerlo, poniéndolo al servicio de sus operaciones- tienen todavía que redimir al arte de la actividad artística institucionalizada que ha transformado al primero en un mero indicador de privilegio de clase y lujo. Dicha autonomía sólo promulgó la preferencia por un “arte no-político” o, para ser más exactos, “una política genérica que reemplaza ideología por gestión” (2). Pero hay más en juego, en esta intervención, que arremeter contra la culpabilidad del arte. Ha de establecerse una conexión entre la institucionalización de la práctica artística y el agujero negro financiero.
Comencemos por una definición rudimentaria de las finanzas como símbolo. Las finanzas son la más abstracta simbolización de la economía que tiene sus raíces en la industrialización. En el contexto capitalista, la acumulación de valor o el proceso de valorización conllevan la aplicación de habilidades humanas. En la era de la industrialización, la producción de valor todavía necesitaba de la producción de bienes. Por tanto, el capitalista necesitaba producir cosas útiles para poder producir valor abstracto. En la era de las finanzas, sin embargo, la producción de bienes ya no es necesaria para generar acumulación. En lugar de esto, la acumulación en sí misma fija directamente su objetivo monetario obteniendo valor de la circulación del dinero. (3)
Dicha autonomía sólo promulgó la preferencia por un “arte no-político” o, para ser más exactos, “una política genérica que reemplaza ideología por gestión”
La aceleración de flujos financieros y la acumulación de valor necesitan de la destrucción de cosas concretas y recursos, y del propio cuerpo. Este incremento acelerado del beneficio de los flujos financieros resulta en la “eliminación del mundo real.” (4). El capitalismo financiero no sólo depende de la explotación económica real de la fuerza de trabajo mediante producción. La acumulación de ganancias a través de la aceleración de flujos financieros conlleva formas exacerbadas de explotación. Por ello, en el contexto del capitalismo global, la fuerza de trabajo –asalariada o sin remunerar- ha de “contractualizarse”, brutalizarse y destruirse en todos los lugares del mundo. Los pocos que se benefician de la “virtualización” de la vida y las inteligencias, a través de flujos financieros acelerados, no pueden hacerlo sin destruir vidas humanas. La acumulación de ganancias y la “desechabilidad” de las personas son interdependientes. La especulación financiera con el petróleo, con armas de destrucción masiva, e incluso la especulación con seguros y deudas contraídas por las propias personas, son algunos ejemplos de las formas de acelerar flujos financieros mediante el fomento de la guerra y la miseria humana.
Mientras tanto, un giro interesante está teniendo lugar en el contexto actual del arte español que arroja luz sobre la privatización de ganancias y su impacto en el consumo de “cultura” y producción artística. El uno de septiembre de 2012 el gobierno español impuso un incremento del 13% sobre los impuestos a la cultura (del 8% al 21%). Productores y gestores culturales tomaron las calles para protestar contra lo que definían como un sabotaje a la producción y el consumo cultural. Fue hace apenas un mes, en vísperas de Arco, la feria de arte más importante del país, cuando el gobierno español redujo el impuesto sobre la cultura a un 10%, pero exclusivamente aplicable a la venta o compra de obras de arte. Sin lugar a dudas, aunque esta reducción se haya aplicado sólo a las entregas de obras de arte, y no a los intermediarios o vendedores secundarios (que aún tributan al 21%), la intervención del estado busca facilitar el consumo cultural de las personas mediante un incremento en el gasto en obras de arte.
La intervención del Estado español en el mercado del arte se integra perfectamente en la lógica que rige los mercados transnacionales de la industria del arte.
Sin embargo, el estímulo de la compra y, a continuación, del disfrute del arte en 2014 se dirige a una clase social específica. ¿Podríamos, quizás, establecer una conexión entre el lavado de dinero y el consumo cultural? En este sentido, no deja de ser sorprendente que, en un contexto económico tan recesivo, proliferen las galerías de arte en los principales centros financieros del Estado español, sobre todo en su capital, Madrid. Lo que ha derivado en una verdadera escena emergente de galerías privadas –bien de nueva implantación, bien emigradas desde zonas periféricas del país– organizada en torno a zonas estratégicas, como el entorno del conocido como Paseo del Arte madrileño. Zonas de convergencia de intereses heterogéneos, que van del turismo al ocio para altos ejecutivos, y que se reúnen todos ellos en torno al consumo cultural. La intervención del Estado español en el mercado del arte se integra perfectamente en la lógica que rige los mercados transnacionales de la industria del arte. Los súper ricos que honran con su presencia ferias de arte internacionales en Miami, Sao Paulo, Suiza, Londres y México tienen, este año, la oportunidad de consumir obras de arte producidas por artistas visuales españoles a tipos impositivos más bajos. Esto quiere decir que el dinero que ganan los súper ricos mediante su participación en el capital financiero se puede ahora invertir en obras de arte (léase: lavar), después de todo, el mercado global está ya muy saturado para que las súper-ganancias de las finanzas puedan ser reinvertidas en producción, mucho menos en beneficios para los trabajadores. El Estado, en este contexto, proporciona la más adecuada, legal y sofisticada inversión para el botín de los capitalistas financieros.
Las súper-ganancias de las finanzas (una transformación de la producción en un símbolo que conlleva no sólo la destrucción de productos, también de cuerpos y vidas) han de transformarse en algo culturalmente más aceptable. Este proceso necesita que el Estado actúe como bróker para que los crímenes abstractos contra la humanidad, puedan ser vistos como obras de arte concretas. Que el incremento del gasto en productos artísticos, mediante una bajada de impuestos, se estimule y se realice en transacciones reales en la industria del arte es una prueba de que los ricos se hacen más ricos incluso en una de las economías más azotadas por la crisis como es la española.
El capital financiero, un tipo de capital que sólo se acelera y se acumula sin producir algo nuevo, es una lógica económica que queda muy bien reflejada en el ámbito de la producción artística dominante
El capital financiero, un tipo de capital que sólo se acelera y se acumula sin producir algo nuevo, es una lógica económica que queda muy bien reflejada en el ámbito de la producción artística dominante cuyo reclamo artístico, más arriba mencionado, no se basa ya en crear algo nuevo sino que se contenta con producir a partir de lo que ya existe. Por lo tanto, el cinismo de la industria artística no es exclusivo de la misma. Más bien, es un tipo de cinismo que se presenta en buena parte de las relaciones capitalistas de producción de nuestro tiempo.
Lo mismo puede decirse acerca del cinismo de los llamados progresistas que exhalan críticas blandas contra la actual violencia estructural del capital que en ningún otro momento de la Historia ha reflejado más claramente la tesis del empobrecimiento promulgada por Karl Marx, especialmente en lo referente a la acumulación de súper-ganancias mediante capital financiero: “Pero todos los métodos de producción de plusvalía son, al mismo tiempo, métodos de acumulación, y cualquier extensión de la acumulación se convierte, inversamente, en un medio para desarrollar estos métodos. Por consiguiente, en proporción a la acumulación de capital, la situación del trabajador, sea su salario mayor o menor, empeorará.” (5). Se ha de añadir que la producción de arte/conocimiento ha sido, entre otras, una herramienta del amo o maestro para mantener su ruinosa casa.
¿Pueden las herramientas del maestro ser utilizadas para destruir su casa y así derrotar la inercia mortal del capitalismo? La acumulación de capital debido al empeoramiento de los salarios de los trabajadores, es un conflicto igual de apremiante para el arte, arma letal de la lucha de clases; y que el arte ha siempre de volver a confrontar.
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Notas
(1) Nicolas Bourriaud. 2005. Postproduction. p.8. New York: Lukas & Sternberg.
(2) Staal, Jonas. 2012. https://www.jonasstaal.nl/geschreven%20werk/NRC_Art_in_Defence_of_Democracy.pdf
(3) Esta explicación procede de la discusión de Franco Birardi en The Uprising: On Poetry and Finance. 2012. Los Angeles: Semiotext(e).
(4) Birardi argumenta este punto en The Uprising: On Poetry and Finance. 2012. Los Angeles: Semiotext(e).
(5) Marx, Karl (2007): Capital: A Critique of Political Economy: The Process of Capitalist Production. Volume I, part 2. Cosimo Inc., pp. 708-70.
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Traducción de Oscar Fernández y Paloma Polo. Publicado originalmente el 11 de Febrero de 2014 en la columna de opinión Bloodrush de Sarah Raymundo para la publicación Bulatlat: https://bulatlat.com/main/2014/02/11/the-masters-tools-notes-on-cynicism-labor-finance-capital-and-the-art-industry/. La primera traducción al español fue publicada el 16 de Marzo de 2014 en Salon Kritik.
Sarah Raymundo imparte clases en el Centre for International Studies, University of the Philippines Diliman y es miembro de ILPS, International League of Peoples Struggles Commission 11: Rights of teachers, researchers and other education personnel and the struggle against ideas and research directed against the people.
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