Hi ha una versió en català d’aquest text
En tiempos de ignomínia como ahora, a escala planetaria, nos falta voz para gritar más fuerte aquello de “tirad hijos de puta, que somos millones y el planeta no es vuestro”. Pero es de verdad que somos millones? Según los calculos afinados de las agencias de estadística altermundialista, sí: somos el 99%. Una categoría cuyo peso radica en la concentración silenciosa de riquezas en manos de un 1% sin rostro.
Y pues, si somos la vasta mayoría, cómo puede ser que nos sintamos solos? Tan espeluznantemente solos? Así desde lejos y a la brava, me atrevo a decir que nuestra soledad radica en un anhelo silencioso de haber sido mal contados. El día del recuento estadístico, se equivocaron y por inercia hemos ido a parar al 99% de la suma cero en lugar de colocarnos en el brillante anonimato del 1% que realmente cuenta.
De dónde si no esta sensación de estafa que recorre las calles? No se trata solamente de mantener el entramado institucional que hemos construido a lo largo de los años, ni de reclamar las prestaciones que nos corresponden cuando nos hallamos necesitados de asistencia, no es solamente una cuestión de derechos vulnerados. Es algo previo a la definición y a la defensa de un modelo de sociedad. Es una cuestión de orgullo.
El orgullo herido de ser de repente el último de la clase media imaginaria. La dureza de la resaca cuando nos miramos el espejo. La crudeza de ser pobre. Nos comen la ficha y volvemos a la casilla de salida mientras la partida continúa. Y no queremos ser espectadores en el juego de los mayores. Queremos ser uno de aquellos países que cuenta, queremos, en nuestras fantasías más oscuras, ser los Estados Unidos de América o Francia o cualquier país con derecho a veto y pataleta. Para poder cambiar las reglas del juego cuando nos convenga.
El problema es que, mientras nos explican la situación como una caída en el hit parade de los puntos G del poder (G8, G 20, etc.), se mantiene la falacia del crecimiento económico en erección perpetua. Y sentimos la soledad del venido a menos. Una soledad que paradójicamente toma la forma de grandes multitudes congregadas para reclamar que NO.
Una soledad que se ha ido resquebrajando progresivamente a medida que cada uno de nosotros ha experimentado la posibilidad de ser el otro. De ser el perseguido, de ser el provocador, de ser el antisistema, de ser el afectado, de ser el pobre. Porque lo que nos caracteriza como 99% es principamente que somos pobres. Pobres económicos, sin salario, sin prestación de desempleo, sin pensión de viudedad, sin targeta sanitaria…
Pero nosotros, tormentas anónimas, debemos afilar la brújula y orientar la vista y la voz hacia el 99% sistémico y sistemático y reconocer que no solamente podemos ser el otro de recibía palos accidentalmente a pesar de ser miembro de la majoria silenciosa. Podemos ser el otro que es senegalés, que es tunecino, que es ecuato-guineano, que es bielorruso, que es paquistaní, que es dominicano, que es nosotros.
Nosotros / tormentas anónimas / evadidas de las papeleras de la historia / cargadas con todas las risas / todas las luces / reclamamos el eco / de nuestra voz (Noël X. Ebony).
Un eco de nosotros que llegue desde el Sur con las letras de poetas olvidados, unas papeleras históricas desde dónde reir juntas y reir fuerte. Reir, en primer lugar, de nosotros mismos, Reir de nuestra soledad silenciosa que ha estado acompañada por el 99% del mundo. Porque sí, somos millones y el planeta ya es nuestro.
Que bela imagem, nunca havia pensado nos pontos Gs do poder, as falácias falocráticas da ereção perpétua do desenvolvimento!! Belo texto!!!