Ahora que el calor debilita nuestra moral, y a raíz de la charla de hace unas semanas sobre interculturalidad y sobre cómo determinadas expresiones musicales son bloqueadas sistemáticamente en virtud de eso tan abstracto que llamamos buen gusto, propongo a los lectores de Nativa la siguiente práctica. Visionamos este videoclip y seguimos en un momento.
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Imagino que más de uno se habrá sentido altamente ofendido por la forma de bailar de las chicas. O machacado por su obsesivo taladro rítmico. O sorprendido negativamente por la limitada poética del rapero. A otros, les habrá entrado tal ataque de risa que aún no pueden seguir leyendo… Mientras se recuperan, diremos que “Looney tune bounce” es la última producción de Mr. Ghetto, un tipo de Nueva Orleans que tiene otros cortes de idéntico calibre y factura como “Lion King bounce” y “Jailhouse bounce”.
El bounce es un género típico de esta ciudad sureña, una alternativa hiperacelerada al hip-hop del resto de Estados Unidos en el que un beat se puede repetir eternamente como un disco rayado mientras el rapero escupe una y otra vez la misma expresión (call me call me call me call me call me…) hasta que en un determinado momento el compás se desbloquea para que el rapero prosiga con la frase (call me on the phone…). Pero lo más chocante es su coreografía: movimientos acrobáticos y provocativos conocidos como twerk (un término que tanto sirve para denominar las contorsiones traseras que se realizan al bailar como las que se realizan en la cama), al lado de los cuales el perreo queda al nivel de la yenka.
La bounce music existe desde hace dos décadas, pero ha trascendido los suburbios de Nueva Orleans cuando los videoclips de Mr. Guetto llamaron la atención de las cadenas televisivas de su país. Y el videoclip que desató la mayor controversia, el verano pasado, fue “Walmart”. Se filmó dentro de una sucursal de estos grandes almacenes, de modo que aquel baile hasta ahora marginal entró por la puerta grande en uno de los espacios más concurridos de Estados Unidos. Aquí la jugada maestra:
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Youtube no sólo ha sido la plataforma de lanzamiento de Mr. Guetto sino también, el escaparate de las reacciones del público. En paralelo al videoclip oficial, han surgido múltiples y divertidísimas parodias (como la de estas chicas blancas) y filmaciones en las que la gente muestra su asombro durante el visionado del videoclip. Hay chicas negras indignadas, jóvenes que no pueden reprimir las carcajadas, niños, abuelas y hasta uno titulado “la reacción de un hombre blanco al ‘Walmart’ de Mr. Guetto”. También circulan reportajes televisivos en los que hay opiniones de todo tipo: que si es una vejación de la mujer, que si sólo es un baile, que si es una vergüenza que lo hayan rodado en Walmart…
La moral es un material íntimo y tremendamente moldeable. Quienes se escandalizaron en 1956 por los movimientos de cadera de Elvis Presley mientras cantaba “Hound Dog” eran vistos cinco años después como unos vejestorios puritanos. Todas las provocaciones musicales, coreográficas, visuales y cinematográficas de los últimos 90 años han sido barridas por el paso del tiempo. Siempre sucede así. Apenas encontraremos excepciones.
Hoy ya no nos escandaliza el perreo reggaetonero, pero seguramente arquearemos la ceja ante las culonas coreografías del twerk. Tranquilos, el estadounidense Diplo ya ha publicado su primera aproximación al bounce, “Express yourself”, así que dentro unos meses las turbulencias mediáticas que causó “Walmart” serán historia. Y, también, nuestros recelos.
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Ahora ya sólo faltará que Beyoncé o Shakira introduzcan en algún futuro videoclip una escenita pseudo-twerk para que las abuelas que en su día desafiaron las convenciones sociales vistiendo minifalda sonrían incómodas, pero sonrían, mientras su nieta practica ese baile en el parque. El ritmo más obsceno de 2011 habrá sido socialmente asimilado. El insalvable shock cultural habrá quedado superado. Y ya estaremos listos para escandalizarnos por el ritmo más obsceno de 2013.
Que, todo sea dicho, uno ya no se atreve ni a imaginar cómo se bailará…
En realidad diría que el año en que el bounce trascendió de los suburbios de Nueva Orleans fue más bien 2009, gracias a Timbaland y a los artistas de Cash Money Records:
https://www.youtube.com/watch?v=C2Z3rTcixAM
https://www.youtube.com/watch?v=BZHGUCxTWi4
Para mí el reggaetón y otras clases de perreo no son rechazadas por causar escándalo. Esa es la reacción de cuatro beatas sudamericanas o de cuatro rednecks yanquis adictos a Fox News. No creo que sea esencialmente una cuestión moral. Demasiado porno vemos a estas alturas para asustarnos de nada (quien dice porno dice vallas de Wonderbra en las autopistas y modelos semidesnudas en “Corazón, Corazón”). Lo que han hecho estos estilos es disparar mecanismos de desprecio cultural preñados de racismo. Youtube se ha convertido en el territorio natural de estos sonidos porque los medios no quieren rebajarse a cubrirlos. Y esa es la diferencia con Elvis, que sí se cubría a lo grande (curiosamente, un artista blanco). Ese desprecio cultural sirve para que los artistas que crean un estilo no puedan ganar dinero con él, mientras que los estrellones sólo tienen que adoptarlo para forrarse. Véase la gran cantidad de pasta que ha hecho Shakira con el reggaetón. Me parece sobre todo un problema de desposesión y de cierre del mainstream a todo lo que venga construido desde abajo.
Ya que se menciona a Beyoncé, siempre se ha dicho que este vídeo estaba influido por la fiebre bounce: https://www.youtube.com/watch?v=tQaYXaPliIs
Yo creo que sí hay un momento, privado, en el que nos enfrentamos a una nueva canción con todo nuestro bagaje cultural y nuestros gustos. Podemos hacer ese ejercicio de escucharla de una forma limpia, aparcando nuestros apriorismos durante tres minutos. O, al menos, sabiendo que estos existen. Y entonces, mientras recibimos ese ritmo machacón, esas letras explícitas y esas coreografías provocativas, podemos abrir la espita de las dudas.
¿Nos incomoda porque es repetitiva? ¿Lo repetitivo es peor que lo no repetitivo? ¿En qué momento decidimos que machacón es un adjetivo despectivo? ¿Por qué una letra explícita es ‘inferior’ a una construcción más metafórica? ¿Desde cuándo la música popular no tiene que ser directa? ¿Por qué valoramos más la sutileza que la rotundidad? ¿Por qué apreciamos más un discurso musical comedido que uno vehemente? ¿Por qué está mejor vista la reflexión interiorista que el grito expansivo? ¿Por qué nos suena más civilizado un estribillo sentimental que uno sexual?
Siempre estamos a tiempo de culpar a los medios de comunicación, a la industria del ocio, a la policía del buen gusto y a esos artistas que tarde o temprano transformarán en aceptable eso que años atrás era indecente, pero cada cual tiene la opción de hacer ese borrón y cuenta nueva, de reflexionar sobre cómo ha consolidado sus particulares cánones estéticos y ha elevado sus particulares barreras. Son barreras estilísticas y geográficas, sí; sociales, también; pero, al final, tienen que ver, sobre todo, con eso que aprendimos a considerar de buen gusto y de mal gusto. Esta escala de valores, asimilada y poco discutida, es la que perpetúa nuestros cánones culturales. Todos los perpetuamos y todos nos convertimos en ladrillos de ese muro que no deja entrar lo demasiado sucio, lo demasiado vulgar, lo demasiado simple…
Pero, claro, los ojos con que miramos, por ejemplo, estos videoclips, están educados de una forma muy concreta. No veremos en ellos lo mismo que un africano, un afroamericano o un latino. ¡Ni siquiera concebimos el lenguaje del baile de igual modo! Aún recuerdo la advertencia que leí en una guía de Brasil: “La samba y el forro implican unos bailes muy juntos, pero no se considera más sexual que otros bailes más separados. Los brasileños se ofenden cuando dicho baile se confunde con una proposición”.