El otro día, leyendo una entrevista a The Drums, 27º grupo revelación del año (2010), los chicos describían el día que oyeron a The Smiths por primera vez diciendo: “Fue como si esa música nos hubiera encontrado a nosotros, en lugar de nosotros a ella”. No es lo mismo una cosa que la otra. Lo primero es un rapto en toda regla. Lo segundo es un descubrimiento, sin más. Para mí, ahí está la diferencia entre sentarte a escuchar un disco (predisponerte a descubrir) y ser sorprendido por una canción imprevista (por la calle, por la radio…). Por eso siempre que paseo escuchando música con los auriculares lo hago con el reproductor de mp3 en modo aleatorio.
Es un placer inenarrable viajar por otros países y, de repente, ver cómo el paisaje es alterado por una canción que reconoces, que aprecias, pero que jamás hubieses ubicado en el lugar donde estás. El contraste entre lo que ves y lo que escuchas puede ser tan abismal que se produzca en tu cerebro un choque de sensaciones escalofriante. Y esa canción, que puedes haber disfrutado mil veces antes, quedará eternamente asociada a ese día y a ese lugar. Estas escenas construyen lo que podríamos denominar nuestra fonoteca emocional privada. Y, a falta de la más mínima sensibilidad religiosa, hace tiempo que me refiero a ellas como mis epifanías.
Esta es mi favorita. Tumbado en una playa paradisíacamente vacía (bueno, casi), refugiado a la sombra de un tendido de cañas, tentado por un mar transparente pero demasiado cálido, emerge de los auriculares Nina Simone cantando “Lilac Wine”. “Me perdí en una noche fría y húmeda”, empieza, y ya me pone en guardia. El calor me aplasta pero noto cómo una brisa interior me recorre las venas y me pone la piel de gallina. Acaba la introducción, entra ese piano cansado, y cuando dice “el vino de color lila es dulce y embriagador como mi amor” necesito imperiosamente hinchar los pulmones, aunque luego ya no puedo vaciarlos. Pero lo mejor llega cuando su voz de alfiler me pide ayuda, a mí, que soy el único que la oye: “Escúchame, no puedo verlo claro, ¿es él quien se está acercando a mí?”, delira. Y yo creo ver, caminando sobre las aguas plácidas de Playa Pilar, a la mismísima Nina Simone. Se va con la canción y cualquiera diría que he sufrido un golpe de calor. Necesitaría agua fresca, pero estoy helado.
Tengo más y hablando de ellas con otras personas me han descrito las suyas: una canción de Vic Chesnutt sonando en un coche justo cuando una curva de la carretera te planta ante los ojos una monumental cordillera, unos niños ensayando una canción en el interior de una escuela… El verano es una estación propicia para coleccionar revelaciones musicales, ya que es cuando solemos desviarnos más de nuestros recorridos habituales y cuando tenemos los poros más abiertos. Cualquiera tiene sus epifanías particulares y aunque por mucho que te esfuerces en recrear las escenas, sus efectos son irrepetibles e intransferibles, está muy bien compartirlas.
Lilac Wine, per Nina Simone:
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