Traducción del texto “El factor humà“
Hay palabras que, sin que seamos demasiado conscientes, reaparecen. Se nos meten en la boca sin permiso y poco a poco conquistan espacios discursivos de todo tipo. Al final no podemos prescindir de ellas, parece que siempre hayan estado allí y que siempre hayan querido decir lo mismo. No hace falta ser muy agudo para darse cuenta de que esto es lo que está pasando con la palabra “humano” y todas sus declinaciones: hombre, humanidad, humanismo, humanidades, humanitarismo. En el contexto de la crisis, el recurso al factor humano está volviendo recurrente desde ámbitos y perfiles ideológicos muy diferentes. ¿Por qué? ¿Y qué consecuencias tiene? No tengo una respuesta cerrada, pero sí una inquietud creciente, una sospecha insistente, que me gustaría compartir y invitaros a pensar.
Hace unos días, la periodista Ana Pastor escribió un artículo en el suplemento SModa de El Pais, que pronto se convirtió en Trending Topic en Twitter. El título del articulito era claro y directo, “Humanidad“. Presentaba algunas de las historias recogidas por Fernando Berlin en Héroes de los dos bandos (Temas de hoy, 2006), historias de la guerra civil donde ciudadanos anónimos salvan vidas al margen de las ideologías. Ana Pastor concluye: “Héroes anónimos en algunos casos, héroes sin bandos, hombres y mujeres que arriesgaron su vida y la de sus familias, que antepusieron su concepto de humanidad a la furia del entorno.” La furia de la guerra y sus ejércitos o la furia de los mercados y sus tropas de saqueadores: ¿es el concepto de humanidad el que nos ha de salvar de ello?
Esto es lo que parecen indicar la actual fascinación por los gestos humanos, los héroes anónimos, por la gente que ayuda a los demás y por las historias de superación personal. Esto es lo que recogen fenómenos de masas como la película Intocable o géneros periodísticos como los que inundan últimamente los periódicos con “el rostro humano” de la crisis, del paro o de los desahucios, convertidos en suculentas desgracias personales.
Todas las alarmas me saltaron cuando leí el post “La policía del 99%“. Un habitual del 15M madrileño narra la escena vivida en Nochebuena pasada, cuando caminando por los alrededores de la Plaza Mayor de Madrid se encuentra una patrulla de la Policía Nacional repartiendo lo que les ha sobrado de la cena de Navidad entre los indigentes que duermen en la calle. En el momento culminante de una conversación tensa y directa, les pregunta: “¿Por qué lo haces?” Y uno de ellos continúa: “¿Cómo que por qué? Se queda unos segundos sin palabras … ¿Por qué lo haría usted? No sé, replicó, se puede hacer por muchas cosas… Me interrumpe: por humanidad.” Aquí la tenemos de nuevo, la humanidad. El chico que explica la escena no olvida los porrazos, los desalojos, los desahucios, pero la palabra mágica lo desarma y desencadena en él la necesidad de explicarnos, al 99%, lo que acaba de vivir en primera persona.
¿La fuerza del 99% es, así, el gesto humanitario? Tengo la impresión de que nos estamos dejando colar un gol en propia puerta. Hace no tantos años, cuando se anunciaba que el rostro del hombre se borraba sobre la arena, según la famosa imagen de Foucault, el humanitarismo era denunciado por ser el discurso que legitimaba las guerras y la desigualdad fuera de nuestras fronteras. Ahora la guerra y la desigualdad se han instalado en nuestro país, dentro mismo de nuestras casas. ¿No estaremos legitimando sus efectos? Ya hay algunas voces críticas que están alertando sobre estos peligrosos desplazamientos en el lenguaje: de los derechos a la caridad, de la política a la filantropía, del servicio público al mecenazgo… La solidaridad, la justicia, el apoyo mutuo y la lucha por la dignidad no necesitan de un nuevo humanismo y menos del sentimentalismo humanitario. En una moral de la misericordia siempre habrá pobres, víctimas y perdedores. Contra esto, necesitamos una política donde la solidaridad recupere su sentido originario de lucha entre los iguales y donde la igualdad quiera decir reciprocidad. Necesitamos, también, una ética donde la virtud no alimente la buena conciencia sino que desautorice cualquier legitimación de situaciones intolerables. Una política y una ética, pues, donde el factor humano, donde la preocupación por la humanidad, no sea el argumento ni la excusa, sino el punto de partida para aprender a vivir, humanos y no-humanos, en un mundo común y a luchar hasta donde sea necesario para defenderlo.
PS. No he hablado de las Humanidades… Prometo hacerlo en la próxima columna.
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