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Una censora

Escrit el 07/01/2018 per Marta Vallejo a la categoria Una habitación libre.
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de dónde saco alguien que recite estas palabras? [1]

Cuenta Santiago Alba Rico que cuando Naguib Surur salía del teatro al terminar la función y volvía a casa por la senda de los bares, “se desviaba de su camino para detenerse ante un gran retrato de Sadat” [2]. Se quitaba un zapato y dedicaba un ratito cada noche a la liturgia de moler a zapatazos la efigie del presidente.

Casi cuarenta años después de su muerte, de Surur se conoce un poco su teatro, se recuerdan bastante sus excentricidades y se recitan de memoria sus poemas. A lo largo de su vida, publicó varios libros de poesía que pasaron por el circuito habitual de una obra literaria como dios manda: un borrador que compartes con amigos que se lo pasan a un editor que lo negocia ante el censor que le da el visto bueno para fijarlo negro sobre blanco en libros que leerán los lectores informados.

Sin embargo, los poemas que le han sobrevivido no fueron nunca publicados. Los Kuss Ummiyyat, los poemas del coño de tu madre, son indecibles, intraducibles, inpublicables. Son el aullido insultante de un poeta encerrado en un hospital psiquiátrico de las afueras Alejandría. Una retahíla de versos para cagarse en todo lo que no se puede, lo que no se debe, lo que no se suele escribir en voz alta. Una montaña de mierda impúdica distribuida equitativamente, para cada cual un puñadito de bajeza propia y ajena.

Foto: Marta Vallejo. Madrid 2.012.

 

el silencio es una letra que ni se escribe ni se pronuncia,
el silencio significa silencio… [3]

Ezz Darwiesh también es poeta. Tiene 33 años, un par de piezas de teatro estrenadas y ni un solo libro publicado. Hace unos años sus textos por facebook contaban lo que pasaba en la calle, rimaban el olor a salitre, sudor y revuelta. Muchos a través de sus frases se daban por dichos, pero hace dos años que casi no escribe. Ezz oye lo que los ruidos de la calle quieren decir sin querer, escucha en la voz de sus vecinos la mala conciencia que no se dice pero se piensa, hilvana el orden cósmico de lo feo y lo bello pasando por su cuerpo largo como una antena. A veces, cuando ya no le caben más silencios y se le apelotonan demasiadas letras con ganas de palabra, se pasa noches y días escribiendo en las paredes de su casa. Conviven solos él y sus letras con el convencimiento de que nada de lo que puedan decir por escrito volverá a ser leído.

Es la primera vez en mucho tiempo que en un texto que leerán otros dejo escrito el nombre y el apellido de un amigo. Por la misma razón por la que Ezz casi no escribe: porque tenemos miedo a las consecuencias. Seguramente no tenemos razón, casi seguro que exageramos, pero si la censura es un derrame de petróleo que cubre el mar y ahoga todo lo que vive por debajo del agua, la autocensura es una película de contaminación tornasolada que se te pega en la piel sin asfixiarte del todo, pero ahogándote.

En la decisión de no decir hay a la vez prudencia y orgullo. Paranoia y arrogancia. La asunción pretenciosa de una escucha vigilante que se fijará en ti para verificar lo que sí y lo que no. Fiscalizar en soledad lo que es demasiado arriesgado, supone haber integrado la razón del controlador. Es, sin querer, haber organizado los motivos del orden, de lo que se puede, lo que no se puede y lo que es discutible, pero por si acaso. La censora íntima empieza a actuar como una técnica de supervivencia para salirte con la tuya sin joderte la vida en el intento, porque sabes que es un desenlace plausible. Es la negociación silenciosa entre tú y la lógica ilógica del controlador, para ganar la batalla mínima de la literatura y su poder “muy pequeño pero incontrolable” [4] para cambiar la realidad.

 

la letra, mis bellas señoras, languidece,
muere si se exilia, y se olvida si no pasa sobre la lengua [5]

Los Kuss Ummiyyat de Naguib Surur no se publicaron en papel porque no había por dónde pillarlos: ofendían la decencia nacional, al presidente, al ministro de cultura, a la amante de todos y a la madre del lector, entre otros tantos. Pero Surur se grabó a sí mismo recitándolos y los cassettes fueron rulando de mano en mano como la mandanga buena que son. Buena mierda poética para gritar lo que todos sabemos que no debemos.

Cuando Ezz Darwiesh cree que ya no puede más, graba todo lo que ha escrito en su vida en varios usb. Se los guarda en el bolsillo y a lo largo de la semana los va distribuyendo entre los amigos. No te dice nada y cualquier día tomando un café o fumando en la cocina te deja el usb en la mesa para que se lo guardes. Por si acaso. Por si se tiene que vender el ordenador cuando se le acabe la pasta o por si decide ingresarse en un hospital o por si le pillan con una china y se lo llevan al cuartelillo. O por si algún día las cosas cambian.

En la novela La vida y media de Sony Labou Tansi se cuenta la distopía verosímil de una dictadura absoluta. Un día Chaïdana, hija de Marcial, el último opositor devorado por el Guía Providencial, decide vengarse. Gasta tres millones en pintura de color casi negro casi azul y la distribuye entre tres mil muchachos para que, durante la noche de Navidad, escriban sobre todas las puertas de la ciudad “Yo no quiero morir esta muerte”.

Surur destiló la ira contra la censura redactando una poética del insulto al sentido común, Ezz poliniza con su silencio la memoria ram y los recuerdos de sus amigos. A pesar de prohibirlo por decreto, el color oscuro de Marcial ya no se borra con nada. El debate de una con su propia censora se agota cuando se generan espacios colectivos de seguridad dónde hacer como si todo se pudiera. Tramando un cableado imperfecto donde la pulsión de decirse y la posibilidad de ser leída cortocircuitan por un momento el instinto de conservación, ante el miedo a desaparecer antes de que tus palabras froten otras lenguas.

 

[1]   Kuss Ummiyyat, Naguib Surur

[2]   Hacer imprescindible lo que es necesario, Naguib Surur, traducción de Santiago Alba Rico y Javier Barreda

[3]   ídem

[4]   Belén Gopegui en Píkara magazine, 3 octubre 2017.

[5]   Hacer imprescindible lo que es necesario, Naguib Surur


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