Intervenció d’Andrea Soto al 16è Fòrum Indigestió
El estar sentado hoy en sillas es una cotidianeidad, banal y habitual. Pero ¿de dónde proviene la silla? ¿Qué significa estar sentado? En tan solo 150 años hemos pasado de no tener derecho a sentarnos en sillas a casi la obligación de sentarnos. Estamos sujetos a nuestras sillas mucho más de lo que creemos. Sentarse en sillas, estar a la altura de las rodillas no es solo una actitud externa, sino una forma de diseñar nuestra cultura.
Al tiempo que se nos fuerza a estar en constante movimiento, aquello que Michel Foucault resume tan bien en el concepto de ‘movilización’, ese compromiso y activación de la subjetividad por las técnicas de gestión empresarial y el gobierno social. Una suerte de vida en viaje, nomadizada: al teléfono, navegando por internet, en coche, en avión. Las plazas de las ciudades postfordistas son incómodas, su arquitectura no invita a detenerse y sentarse, sino a circular ‘no pares de movilizarte’, nos dice la nueva arquitectura urbana, “más que un cuerpo vibrátil, nos convertimos en un cuerpo oscilante, moviéndose siempre para no llegar”[1]. Por un lado, movimiento y desplazamiento constante, por otro, y, al mismo tiempo, una sociedad que nos sienta.
¿En qué consiste estar sentado en sillas? Es una forma de tranquilidad y de complacencia interna. Ya el sedere romano significaba no únicamente estar sentado/sentarse sino esencialmente también apaciguar[2]. Hajo Eickhoff dice que el efecto aparentemente tranquilizador del estar sentado reside en que, en el sentarse la musculatura de la pierna se tensa y la pelvis se hunde hacia atrás, de modo que la silla pueda intervenir en el cuerpo de dos maneras, por la respiración y por la musculatura. La postura sentada causa una tensión de la musculatura que reduce la actividad respiratoria. En la posición de reposo del cuerpo y de su reducida energía se configuran las fuerzas de la contención, del control y del resentimiento con las cuales la sociedad moderna ha instaurado su mundo.
Las sillas que a veces nos parece que han existido casi desde siempre, eran hasta hace casi 300 años privilegio de muy pocos, reservada por una parte al rey y, más tarde, en la religión cristiana a los consejeros parroquiales, en general reservada a los soberanos. Sólo a finales de 1800 las capas sociales más bajas tenían derecho a una silla. Hubo un tiempo en que sentarse en una silla era casi un acto revolucionario.
La silla no permite cualquier sentarse, fuerza una posición, en esto los niños tal vez sean los que menos se dejan disciplinar por las sillas.
Espíritu, comportamiento, acción y sentimiento han sido recortados parcialmente de su contacto.
En la ciudad las calles cortan la circulación de los cuerpos con esas cotizadas terracitas en las que sentarse.
La vida en viaje, expresión de un puro ‘movilismo’ que atraviesa nuestras vidas hasta rehacerlas para adecuarlas al propio movimiento.
Una sociedad ensillada y una movilización constante. Ambas formas culturales que no dejan de ser dos modos de sujeción que nos inmovilizan y que no nos dejan tiempo ni espacio para movernos trabajando nuestras formas de vida. Formatos de producción que estructuran marcos de tiempo, de presentación y de percepción. En una cultura sobresaturada de hacer, de un hacer que muchas veces no encuentra tiempo para su sedimentación.
Planificación institucional que nos sustrae la vida moviéndonos y sentándonos, rellenando formularios de postulación de proyectos, de convocatorias, de memorias que con suerte nos harán llegar al próximo fin de mes.
Planificaciones que aun en movimiento nos sientan para que nuestros cuerpos no se toquen y para que incluso nuestro nomadismo sea sedentario.
Tal vez por eso en mayo del 68 las sillas servían para levantar barricadas o en las ‘tomas’ de las universidades latinoamericanas se ponían las sillas en las puertas para decir materialmente ‘no pasaran’.
Pero aquí vamos, como decía Fernando Pessoa, caminando por la calle como un sedentario.
[1] GUATTARI, Félix, ROLNIK, Suely. Micropolíticas. Cartografías del deseo. Buenos Aires: Tinta Limón, 2006.
[2] EICKHOFF, Hajo. «El estar sentado en sillas como un modo de incomunicación», Revista Austral de Ciencias Sociales, Nº 16, Valdivia, Chile, 2009, pp. 113-117.
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