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¡Viva la guerra!

Escrit el 16/06/2015 per Natxo Medina a la categoria Ho deixo anar.
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“Van todos a su pedo,
creyendo que son la hostia.
Hostias vendrán cuando les toque
reescribir la historia”

Energía Libre
Erik Urano & Zar 1

 

1.

Ha pasado poco más de un año del desastroso intento de derribo de Can Vies. Una semana que muchos vecinos vivimos en un extraño estado de rabia, euforia e incertidumbre, con la continua amenaza de los helicópteros sobrevolando nuestras cabezas como enormes mosquitos prehistóricos.

Sus habitantes siguen hoy resistiendo las constantes amenazas de un ayuntamiento que hasta hoy no ha bajado las armas. Hace unos días celebraban su dieciocho aniversario, mientras alrededor del edificio semiderruido la maquinaria de las grandes infraestructuras estatales prosigue también su marcha, construyendo un largo parque que recorrerá toda la parte superior de la enorme mole de cemento que cubre las vías de Renfe y el metro, el llamado “calaix de Sants”, que más bien podríamos llamar “muro de las lamentaciones”.

En un punto concreto, ambas estructuras se tocan. Donde no llegan los ladrillos azules de las obras, que han sepultado unos bonitos murales antifascistas, se planta una nueva pintada que dice “somos la mala hierba que crece entre las ruinas”. Es como asistir a la pelea muda entre dos universos: el acero, el cemento y el cristal contra lo orgánico y vivo. La imparable y aséptica apisonadora del capital contra la resistencia de quien tiene poco más que el cuerpo para oponerse.

Y sin embargo se opone.

En estos días de terremoto político municipal y estatal, de exaltación y dudas, de acusaciones y delirios, paso casi cada día por ese rincón de la ciudad, y no paro de pensar en el conflicto, en su misma idea y significados, en sus consecuencias.

Cuando Can Vies cayó y el barrio se prendió fuego, Barcelona no era el hervidero político que parece ser hoy. Hace un año CiU y sus Mossos todavía eran dueños y señores casi incontestados del espacio público, Bcomú se llamaba Guanyem y no se había dado apenas a conocer, las multitudes del 15M parecían haberse replegado y el panorama de movimientos sociales trabajaba como siempre en modo hormiga desde la retaguardia, invisibilizado por los grandes medios. Sólo las CUP y David Fernández plantaban cara de vez en cuando desde el Parlament, siendo inmediatamente tachados de “radicales”.

En ese momento de un cierto letargo colectivo, la lucha por Can Vies fue una anomalía que propició la solidaridad de los barrios frente a un enemigo común e incluso creó su propio imaginario de revuelta: una excavadora en llamas se convirtió en un símbolo que después volvimos a ver (en cartón) en las Fiestas Mayores Alternativas del barrio en verano o en camisetas como las que, entre otros, Nacho Vegas llevaba un año después en un acto político.

En una ciudad en la que impera el control social y casi nunca hay sorpresas, el estallido provocó una curiosa excitación. La violencia tremenda de las fuerzas policiales fue contestada. Nos dimos cuenta de que seguía habiendo fuegos que sólo esperaban la chispa adecuada.

2.

Mucho se ha hablado de la pasividad de las generaciones más jóvenes, con un afán generalizador que asusta. Es cierto que a grandes rasgos, sí que hemos crecido en entornos sistemáticamente vaciados de asperezas, de intercambio de ideas, de debate y posiciones fuertes al respecto del mundo. Que por un lado el control institucional y por otro la presencia invasiva de los medios de comunicación se esfuerzan en diluir nuestra conciencia individual y desactivar los relatos colectivos. El debate social complejo se hace difícil, correoso. Se rehúye. Es fácil que quien no sigue el guión de la normalidad política sea tachado de radical.

No se nos dice que el conflicto, tenga las dimensiones y la forma que tenga, ya sea una huelga de trabajadores, una movilización barrial, un debate público, una insurrección… Nos da una medida histórica, nos sitúa en un aquí y un ahora y nos hace sujetos conscientes de nuestra posición en un entramado social. Rompe con la inercia libre de fricciones que el gran capital impone.

Ese momento de tumulto, de reconocerse parte de una estructura colectiva, es el momento ideal para enfrentarnos a todas nuestras contradicciones, aspiraciones y miedos, y mirarnos a los ojos con honestidad y la voluntad de crear algo nuevo. Cuando uno ve que la brecha está ahí, toca decidir si se hace o no palanca.

3.

Asistimos a un periodo de nuevas microutopías. El sociólogo Emmanuel Rodriguez señala cuánto se parece este momento en lo político a los días del postfranquismo inmediato, cuando el asociacionismo era fuerte y se quería asaltar la institución. Entonces la creatividad bullía y muchas veces aspiraba a generar contraculturas. Propuestas como las que emergieron el arte y el pensamiento durante las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, calaron no sólo porque aquellos artistas vivieran en tiempos más ingenuos, sino porque existía la conciencia de formar parte de algo superior a ellos. Porque tenían la valentía de confiar en sus propios lenguajes. Porque le hablaban al futuro.

Hoy está en nuestras manos generar un nuevo relato, tumultuoso a la fuerza, de nuestro tiempo. Sin salir del entorno más inmediato, el urbano, tantos elementos, ideas, personas, luchando en el mismo campo de batalla piden a gritos la emergencia de una nueva narrativa, nuevas identidades, bandos, ideologías. Piden a gritos incluso otra belleza.

En esa “resituación”, en un momento de imparable cambio político en muchas ciudades del Estado tenemos que abrazar el conflicto para no dejarnos llevar por el miedo al otro, y a nosotros mismos. Cada cambio social es traumático, y para no perder el norte por el camino, la confrontación en todas sus formas debería dejar de asustarnos.

Sólo así podremos hacer frente a nuestros prejuicios y vicios adquiridos. A nuestra constante simplificación cotidiana de lo real, que tiende a mirarse en el espejo de nuestros referentes culturales o políticos. Porque el cambio no lo haremos solos, ni lo haremos en una burbuja social. Muchas veces la gente que tendremos al lado compartirá un cierto horizonte con nosotros, y poco más.

4.

A partir de ahí se plantean numerosas preguntas ¿seremos capaces de lidiar con la complejidad de una nueva manera de acercarnos a lo político?¿De crear estructuras mutantes que acojan voces múltiples y tomen decisiones operativas al mismo tiempo que las discuten y cuestionan? Y a un nivel elemental, individual, ¿podremos aceptarnos en nuestra multiplicidad y hacer convivir el más elevado pensamiento con la acción más común? Poco tienen que ver Tiqqun con la lógica de una asamblea de vecinos, o la teoría cyborg con la defensa de los cuidados básicos o el régimen sindical o un pleno del ayuntamiento. Según cómo se mire, ni los commons se parecen del todo a lo común. Y sin embargo, quizás haya llegado el momento de pensar en una teoría transversal que lo recoja todo.

Esa será nuestra guerra. La de la complejidad cotidiana. Aquella que abrazaron Standstill en un “Vivalaguerra” en el que la banda tomaba la humilde y firme decisión de vivir según sus reglas sin despegarse de las exigencias de la vida cotidiana. La historia de una familia que desafía las convenciones sabiendo que el pisar la calle es en sí un ejercicio temerario.

En ese intento será fundamental no caer en la complacencia del consenso, sobre todo con uno mismo. Asumir que cualquier posición fuerte que uno tome en el mundo generará rivalidades. Que existir es molestar. Que, como bien dicen los Orxata Sound System, “viure és violència”. Ejemplos los tenemos a patadas nada más levantar la vista de nuestro ombligo y pueden ayudarnos en una pelea que no será fácil. A por ellos.


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