Ideología
Un profesor de análisis del discurso nos decía que el uso ideológico más frecuente en la prensa son las metáforas con fenómenos naturales. Usar un fenómeno natural para describir un fenómeno político tiene la intención de dulcificarlo, de presentarlo como algo orgánico, como algo que simplemente “ocurre”. En definitiva, se trata de borrar todo conflicto y presentarlo como algo que opera con mecanismos propios de la naturaleza. Flipo con el uso que se hace, por ejemplo, de “avalancha de inmigrantes”. Para muestra, enlace a las noticias de estos meses
En verano, mientras miramos el telediario con apenas dos neuronas bailando en el cerebro, es el mejor momento para poner a funcionar este dispositivo. Lo que me parece más bestia es que no tiene que ver con algo parecido a una conspiración o con una especie de mensaje oscuro que los periodistas han planificado. Lo peor es que es parte de la retórica ya instalada en el campo periodístico, es parte de su imaginario, es algo incrustado en los modos de hacer cotidianos del periodismo actual. Y precisamente esa es la forma de funcionar más efectiva que tiene la ideología, cuando está integrada en lo que cualquiera diría que es “lo normal”
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Emprendedor
En otra época era el crecepelo, la combustión espontánea, el bálsamo de Fierabrás o creencias como que vemos gracias a que nuestros ojos proyectan luz. A toda época le toca su dosis de cretinismo, y a nosotros nos han tocado los gurús que equiparan el mercado con una democracia justa y redistributiva. Tontos, joder.
Me importaría menos si no fuera porque hace unos días le hacían una entrevista a otro de esos gurús en La Contra de La Vanguardia. Es cansino
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Comunidad
En un texto de 1961 de Raymond Williams que me ha molao (no es amor, es obsesión) titulado “Individuos y sociedades” encuentro una de esas jugadas con las que entender algunos conceptos a partir de su construcción histórica.
Williams dice, en resumen, que en el pensamiento medieval “individual” significaba “inseparable”, es decir, un ser con vida propia pero unido a un todo indivisible. Fue en el pensamiento moderno cuando “individuo” se empezó a pensar como sujeto con derecho propio, desvinculado de su grupo o comunidad.
Esto pertenece a un doble proceso histórico. Por un lado, un proceso de liberación por el que las personas (no la aristocracia ni los seres divinos) conquistábamos un status con el que supuestamente podíamos escapar de un orden social prefijado. Pero, por otro lado, también fue un proceso de disolución de los vínculos comunitarios. El desarrollo del capitalismo –no de un mercado cualquiera, sino del régimen capitalista– llevó a producir a un “individuo” como “sujeto económico de libre iniciativa”. La idea clave es que en este proceso no solo se camuflaban los vínculos que dan sustento a la vida social, sino que se produjo una concepción de “libertad” como garantía que se consigue a través de la mediación del mercado. Una falsa libertad, porque lo que hace ese tipo de mercado no es mediar, sino determinar nuestra posición social.
Probablemente, si hoy se vuelve a hablar de “comunidad” no es para tomarse la revancha y disolver al individuo o para volvernos a unir con un ente metafísico, sino para hacer visibles nuestros vínculos materiales, esa mutua dependencia que siempre estuvo ahí pero que se intentaba invisibilizar. Y cuando uno es verdaderamente consciente de sus vínculos, o lo que es lo mismo, de lo que realmente sustenta su vida y de lo que realmente la pone en peligro, se puede liar parda. Pero una parda guay, una parda de ser libres realmente.
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