“¿Qué haríais si Justin apareciese aquí ahora mismo?”, pregunta el dicharachero reportero radiofónico a unas fans que llevan tres días haciendo cola en el Palau Sant Jordi. Y ellas, claro, gritan excitadas. Reportaje perfecto.
Minutos después, ya en el estudio central, el locutor responsable quiere profundizar en el fenómeno fans y entrevista a un psicólogo. Atención a la pregunta: “¿Es más fácil que las chicas tiendan a la idolatría que los chicos?”. El psicólogo, algo contrariado, responde: “No, en absoluto”.
Llegó Justin Bieber a España erigido en una mezcla de Espíritu Santo, Alejandro Magno, Michael Jackson y Bojan Krkić y su gira desató el tradicional sinfín de recelos y desprecio. Como también es tradición, esa reacción despectiva salpicó las mismas fans, un público siempre condenado de antemano por los adultos: padres, melómanos serios, ciudadanos de a pie y, también, prensa musical, que utilizan la fragilidad emocional de las fans como argumento infalible para reforzar la descalificación de la música.
Sin duda, en la mirada vidriosa del fan podemos obtener tanta o más información sobre la intención de un estribillo que en la postura profesional del cantante. Pero ver gritar y llorar a los fans de cualquier popstar también nos podría devolver a la época en que empezamos a relacionarnos con la música. Formar el gusto musical es muy parecido a aprender a nadar: saltas al agua y te agarras con todas tus fuerzas a lo primero que encuentras para mantenerte a flote. Ese salvavidas, sea un bañista desprevenido o el borde de la piscina, lo es todo para tu supervivencia hasta que empiezas a perder el miedo, a dar las primera brazadas, a sostenerte con solo mover los pies, a dosificar los esfuerzos, a escoger hacia dónde avanzar, a nadar sin tragar agua…
Todos hemos pasado por eso: padres, madres y periodistas musicales. En esos jóvenes desbordados por la emoción, aún incapaces de articular sus sentimientos de forma racional, perviven algunas cualidades como oyente que perdimos en favor de una escucha más adulta, analítica y acorazada. Podemos menospreciar el apasionado desnortamiento del fan, pero todos fuimos así. Y su mirada inocente es la esencia misma del pop. El pop, entre otras muchas cosas, es una ilusión, un engaño. De vez en cuando, hay que estar dispuesto a ser engañado, saber participar en el juego y entender que a ciertas edades, la música es un espejismo de la vida. Ese amor apasionado que anda todo alborotado, ese inarticulado discurso del corazón… Aunque sea sólo durante una hora y media, ¡deberíamos envidiarlos!
En el tratamiento informativo de los conciertos de Justin Bieber hay algo más que esa perspectiva adulta del que superó aquella obsesión adolescente y se niega recordar que, en efecto, él también pasó por eso. Hay un trato condescendiente o directamente ofensivo que permanece aletargado en otros conciertos o espectáculos pero que se reactiva, con diferentes grados de crueldad e ironía, cuando aparece el público femenino adolescente.
Las fans de Justin Bieber pueden ser calificadas de “histéricas” en un diario respetable. Y nadie discutirá que el adjetivo sea ajustado. Sin embargo, jamás se aplicará a los fans de Bruce Springsteen; estos son apasionados. Es un ejemplo claro de sexismo en el análisis musical que se delataba aún más cuando aquel locutor preguntaba con toda naturalidad si las chicas son más propensas a perder más la cabeza por un ídolo. Tal vez olvidaba que los mismos que ven un despropósito que las fans de Justin se autodenominen beliebers llaman a Messi el Messías. ¿Acaso no es lo mismo? Ah, no: las fans de Justin están poseídas, pero los culés sienten los colores.
La pasión por el fútbol está socialmente aceptada, pero la fiebre adolescente es una anomalía ridiculizable. Es una enfermedad pasajera, pensamos. Y esto último es científicamente cierto. Pero por eso mismo deberíamos tratarla con menos cinismo, puesto que el porcentaje de féminas adolescentes cuyo fanatismo deviene crónico es mínimo. Preguntemos a nuestras madres por los Beatles o a nuestras esposas por los Pecos. Esa enfermedad se cura sola. Todas se curaron. No puede decirse lo mismo de algunos rockeros recalcitrantes y aún menos de tantos aficionados al fútbol.
Por mucho que nos riamos de ellas, la fe y la devoción no son comportamientos exclusivos de la adolescencia. Están perfectamente integrados en la vida adulta, aunque convenientemente racionalizados y homologados. Los mismos medios de comunicación que ridiculizan a unas niñas por su descontrol emocional ofrecían estos días análisis tan acríticos sobre el nuevo Papa que ni en los días gloriosos de ‘Super Pop’. También publican columnas de opinión que, en un confuso mix de ideología y profecía, perjuran que con la independencia de Catalunya se acabará la crisis económica. Y dan voz a expertos, con más años y estudios que las fans de Justin, que aún se atreven a inculcarnos su fe en el capitalismo. Son economistas beliebers.
Mientras tanto, el experto varón adulto, desde su altiva e intachable racionalidad, no se conforma ya con tomar el pulso de la desorbitada excitación adolescente sino que juega a acentuarla cuando pregunta: “¿Qué harías si Justin apareciese aquí ahora mismo?”. Lo cual es como preguntar a una niña que aprende a nadar: “¿Qué harías si ahora se acercase un cocodrilo?”. En serio, observemos la naturalidad con que se entrevista al seguidor del Barça tras una victoria y el sutil desdén con que se interroga a las fans de Justin Bieber. Me encantaría ver a una reportera entrevistando al público a la salida del Camp Nou con la misma dosis de sorna que se emplea con las beliebers. Seguramente, el jefe de deportes vetaría el reportaje por considerarlo gratuitamente ofensivo hacia unos señores razonablemente fuera de sus casillas que solo se desahogan el domingo y no hacen daño a nadie.
El periodismo musical no tiene ninguna obligación de mimetizarse con el espectador. Pero podría ser más empático y comprensivo. O, como mínimo, menos injusto con el blanco más fácil. Por otro lado, tampoco parece buena idea dar por sentado que el destinatario de nuestras crónicas de conciertos de popstars para adolescentes serán sus padres o lectores que ni siquiera fueron al concierto y los propios espectadores. Cabe preguntarse si con este doble desprecio hacia las fans de Justin o de cualquier cantante de pop para adolescentes (usándolas primero como aderezo folclórico del artículo y desconsiderándolas luego como posibles lectoras) no estamos plantando la primera semilla de la desafección entre público y prensa musical.
Cuatro días después del show del canadiense, Franco Battiato actuó en L’Auditori. Había que ver los rostros nuevamente iluminados con que varios matrimonios de cincuenta y tantos encajaban el aguijón poético del siciliano en “La estación de los amores”: “La estación de los amores viene y va / y los deseos no envejecen a pesar de la edad”. Había que verlos bailar después, fuera de sí, al son de “Yo quiero verte danzar”. Y al final, reclamar a grito pelado un centro de gravità permanente… over and over again.
Qué gran sensibilidad y que verdades sr Nando Cruz. Muy bien escrito además… Enhorabuena!
Lo mismo con Camela, o con Solo los solo. En fin, el desprecio paternalista se da TAN AMENUDO, y en tantos aspectos de la cultura que muchas veces parece que hables o leas a expedicionarios franceses dels siglo XIX soltando su etnocéntrico discurso sobre subespecies africanas.
Soy un Nancruzbelieber.
:P
Lo siento, pero no estoy de acuerdo! Yo de pequeño, no me volvia loco con ninguna cantante ni montaba pollos de niño histerico, y como yo todos mis amigos con los que creci. El tema de volverse asi de histerico, seguramente sea un problema de educacion y de sentirse como sus amigas o amigos, si yo no grito mas, no voy a ser guay. También, parte de la educación musical que reciban por parte de los padres, ni mas ni menos, si los padres, le acostumbran a escuchar los exitos de la radio y a que solo existe el hit, y no el resto del disco, y a que los medios de comunicacion, les inunden el cerebro, que para eso saben un monton de como envenenar mentes jovenes, con los supuestos “artistas” del momento, pues el plato esta servido. No estoy para nada de acuerdo, con el articulo, y menos con este personajillo de tres al cuarto llamado Justin, y que ha menospreciado a artistas con mas años de carrera que el, y con trayectorias, que el nunca alcanzara, ya que es un estrellita, que durara un corto espacio de tiempo!!
Ui, pues a mi me ha encantado el artículo. Un touché en toda regla. Menos condescendencia con las colegialas fans y su amor pasajero por el Beliver de turno, y más sorna con los periodistas deportivos y fans del fútbol que ya no tienen más adjetivos para calificar a Messi.
Totalmente de acuerdo Nando!
Para los detractores, un apunte: no se está analizando si Messi es mejor futbolista que Justin cantante, ni si Bieber es mejor que el Boss, ni siquiera si es malo ser mitómano. Es un análisis -entiendo- de las mitomanías, las locuras colectivas y su tratamiento en los medios de comunicación. Y me parece brillante.
Que el Papa o el Rey fueran tema tabú en una democracia en fase Beta como la nuestra pudo haber tenido un sentido, el mismo que hacer una Constitución light en 1978: buscar el consenso. Pero ya no tiene ningún sentido mantener ningún tabú. Tenemos que poder hablar de todo: de si queremos Rey, Papa, Ejército, Independencia, Rescates a Bancos, escraches, fútbol a toda hora… o tratamiento asimétrico del fenómeno de fans, que es de lo que habla el artículo. Señalando una verdad: mientras la mayoría se vuelve loca con Messi, el Papa o la Independencia -y los medios guardan las formas- nos cebamos con las que se vuelven locas con una estrella del pop que no merece nuestro respeto. Efectivamente, un blanco fácil. [Con todos los blancos difíciles que hay!]
Sense compartir aquesta teòricament obligada existència d’una adolescència/joventut d’histèria musical, estic totalment d’acord amb Nando Cruz amb la malèvola actitud dels mitjans de comunicació i la diferent vara de mesurar que utilitzen a l’hora de tractar els diversos fenomens de hooliganisme que, com bé diu, estan presents en la nostra societat.
Potser per deformació professional i constant anàlisi crític del món de la comunicació massiva, em quedo amb aquesta pertinent reflexió final de l’autor:
“Cabe preguntarse si con este doble desprecio hacia las fans de Justin o de cualquier cantante de pop para adolescentes (usándolas primero como aderezo folclórico del artículo y desconsiderándolas luego como posibles lectoras) no estamos plantando la primera semilla de la desafección entre público y prensa musical.”
Serà primera llavor en la desafecció públic-premsa musical. Però vers la comunicació generalista el nivell de desafecció ja ha arribat a un nivell molt més avançat de la collita.
Sensacional l’article!