Si durante la última década la palabra estrella en tertulias y mesas redondas sobre elestadodelamúsica había sido “infraestructuras”, esta temporada ha ido ganando terreno otra más cálida: “tejido”. Es un concepto en alza. Y bienvenido sea: la tela es más barata y menos invasiva que el hormigón. Así que tras construir todos los auditorios posibles (ojo, aún hay quien exige más) para reunir allí a los melómanos del municipio o la comarca, empezamos a sospechar que quizá hubiese salido más a cuenta destinar el 10% de aquellos obscenos presupuestos a mejorar las condiciones de los locales donde la gente se ha reunido toda la vida para que los grupos tocasen allí.
Más de uno se preguntará hoy cómo hemos podido pasar de aquella abundancia (diagnosticada a posteriori; porque cuando la disfrutas nunca la consideras abundancia sino merecida productividad) a la actual precariedad. Quién hubiese podido imaginarlo, hace sólo una década, cuando todos los grupos extranjeros se daban tortazos por actuar en España (ay, aquellos cachés astronómicos) y las discográficas reforzaban los envíos de sus discos promocionales con camisetas, tazas de café y hasta forros polares.
Todo eso ha desaparecido con esta crisis que no ha barrido sólo los excesos: lo ha barrido prácticamente todo. Porque ahora resulta que bajo aquella alfombra de generosa opulencia no hay nada. Y, claro, empezamos a sospechar, también, que desaprovechamos aquella época de vacas gordas para sentar unas bases que nos permitiesen capear futuros temporales, que tuvimos una oportunidad inmejorable para fortalecer los vínculos del sector y preferimos dedicarnos a potenciar el consumo. Hoy volvemos a estar como en los años 80 porque no reforzamos ese tejido. Los auditorios están ahí y son para siempre, sí, pero ahora ya no podemos ni pagar la factura del gas necesaria para calentar tan impersonales y gélidos palacetes de la cultura.
Si durante la última década la palabra estrella en tertulias y mesas redondas sobre elestadodelamúsica había sido “infraestructuras”, esta temporada ha ido ganando terreno otra más cálida: “tejido”
El tejido es una infraestructura modesta, casi invisible: existe aunque no la percibas y siempre se activa cuando la necesitas de verdad. Es como la red que usan los trapecistas: será demasiado elástica y estará tejida con cuerdas demasiado finas que trazan cuadrículas demasiado anchas, pero en el momento de la caída amortigua el golpe milagrosamente porque son tantos los nudos que la componen que cada uno evita la ruptura del otros. Si nuestro entramado cultural fuese tan elástico, inapreciable desde las alturas y tupido a ras de suelo, hoy no tendríamos la sensación de haber pasado de la opulencia a la miseria. Elestadodelamúsica no sería: tremendobatacazo.
El reciente caso de Louise Sansom, la cantante de Anímic, es un buen ejemplo de cómo unas redes aparentemente frágiles e invisibles pueden salvarte de una caída fatal. Desde hace años, Louise tiene problemas de columna; problemas que le causan un dolor insufrible y que, en noviembre, aconsejaron una intervención urgente y económicamente costosa a la que no podía hacer frente tan rápido. Su grupo no es demasiado famoso, pero estas redes se construyen al margen del éxito y la popularidad, mediante procesos lentos y sinceros que se cuecen en una dimensión más íntima.
Anímic siempre ha concebido la música desde una perspectiva colectiva y muy apegada a las relaciones humanas. Durante años, sus seis componentes habitaron en la misma casa y grabaron sus discos de forma autogestionada o con ayuda de amigos cercanos. Cuando en septiembre de 2008 Indigestió les propuso organizar un concierto en el que no tocasen ninguna canción propia, no se les ocurrió montar un repertorio de versiones, sino convocar a sus amigos a una infinita velada de colaboraciones y artistas invitados. Cuando el pasado verano se inventaron un ciclo de conciertos en su casa, era Louise la que repartía los bocadillos de tortilla de patatas entre el público. Sólo un grupo como Anímic podría haber acogido al tejano Will Johnson para preparar un directo en el Pop Arb. Que el festival escogiese a los seis de Collbató para trabajar con el rockero estadounidense no tuvo tanto que ver con su talento o su perfil musical como con su naturaleza humana.
Aquellos lazos que Anímic habían ido tejiendo a lo largo de los años afloraron el día que Louise descubrió que tenía que operarse de inmediato. Apremiada por los consejos médicos, envió una carta a sus amigos, algunos de los cuales, a su vez, la reenviaron a otros amigos. En cuestión de días, decenas de microdonaciones tejieron esa red elástica que frenaría su caída. Sus hábitos cooperativos habían generado un invisible entramado social que ya esta regenerando el tejido de la columna vertebral de Louise. Hoy no sólo está operada y dispuestísima a volver a los escenarios, sino que ha comprobado que no hay temporal que pueda derribarla. Tiene el escudo: tiene la red.
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Y yo me siento orgullosa de ser un michoelemento de esa red aunque no la conocía de nada.
Lo mejor de esa red ha sido constatar que hay oasis en mitad del desierto, que te puedes movilizar el anonimato, no esperar nada a cambio, más allá de sentirte bien por colaborar y por formar parte de algo grande. Como microelemento orgullosa de serlo también, creo que la mejor parte nos la llevamos los que hemos tenido la oportunidad de conocer a Louise, a su entorno, su historia, y ver como se le renueva a una la fe en las personas.
Yo estoy muy de acuerdo con que cuando hablamos de tejido y redes -y además de redes de afecto-, nos acercamos más a hablar de lo importante en cultura, que cuando sólo hablamos de recursos.
Pero este otoño escuché un comentario que me resultó inquietante y a la vez importante, un aprendizaje nuevo para mi. Alguien propuso, hablando de redes de afectos, una pregunta fea, pero que me parece necesaria: ¿a quien benefician estas redes? o, dicho de otro modo, ¿qué sistema social favorecen?
Y la respuesta era: “depende”. Pueden favorecer el empoderamiento de la propia comunidad o pueden facilitar un sistema injusto. Por ejemplo: Cameron, el primer ministro inglés, está defendiendo una ciudadania más autosuficiente desde una perspectiva conservadora, “tapando” el desmantelamiento del estado y el reparto injusto de la riqueza. Podriamos hablar también de los debates en Catalunya alrededor de la Marató de TV3 en tiempos de desmantelamiento del estado del bienestar.
A partir de esto, la cuestión, para mi, no sería negar estos impulsos afectivos y estos laboriosos procesos de creación de comunidad. El caso de Anímic también me parece ejemplar. La cuestión sería no quedarse aquí, y añadir algo a estos procesos, una cierta politización, en efecto, que nos hiciera ir un poco más allà de nuestra comunidad con este modo de funcionar. Preguntarnos que tipo de sistema y organización social sería el consecuente con ellos, tomar conciencia de nuestro poder y utilizarlo a nuestro favor.
Suena extraño mezclar afectos y política, lo se, a mi también me suena raro, nos hemos acostumbrado a verlos como esferas separadas -lo mismo ocurre cuando hablamos de cultura y poder-, pero quizás son enlaces a recuperar para construir un mundo más justo.
El capital no només són diners. També existeixen altres tipus, com el cultural o el que ens afecta en aquesta discussió, el relacional. Sí, efectivament, aquestes xarxes es poden interpretar com a capital i el cas d’aquesta noia és força evident. Cal atendre a tots els tipus de capital i entendre els equilibris que se’n deriven. La polèmica arriba quan plantegem que la societat on vivim és injusta, i un dels motius més importants és perque no redistribuïm aquest capital. En el cas dels diners és evident, en el cas del capital cultural no tant, però en el cas del capital relacional és molt complex. I és clar, cap d’ells es pot interpretar sol, i això encara ho fa més complicat.
Muy de acuerdo con Jordi Oliveras.
Estos lazos globales, de mirada más política, requieren una especie de comunión, de empatía colectiva que el sistema capitalista, con sus valores y propaganda, se encarga de “aletargar”.
Nos cuesta mucho levantar la mirada del ombligo y, cuando lo hacemos, dirigimos nuestro afecto a “los cercanos”; o a los que consideramos cercanos. Ese es el error. Todos (la gran mayoría) estamos en el mismo barco.
Los nuevos lazos, las nuevas redes, requieren una mirada más global. Lo contrario, conlleva la creación de guetos, o pequeñas comunidades, más o menos virtuales y aisladas que no persiguen el beneficio común.
No sé…
“dit això”…
Esta reflexión mía, no hace referencia a los hechos que cita Nando Cruz. Simplemente, tiro del hilo que ha mostrado Jordi. Lo que le ha pasado a Louise, me parece maravilloso; quien siembra, tarde o temprano,
acaba recogiendo y si, creo en la bondad humana. Lo que pasa es que tenemos muchos prejuicios y una cierta estrechez de mira. Comprensible, por otro lado en el contexto actual.
Un saludo.
Llegint les darreres aportacions, voldria afegir : que passaria si les institucions, que al final son també un conjunt de persones que quan surten del seu lloc de treball tenen ben segur les seves xarxes afectives, es relacionessin amb els ciutadans aplicant aquesta lògica de l’afecte. O era que precisament les institucions neixen per desarticular aquesta capacitat innata que tenim els humans i molts animals per relacionar-se ?
Uau! Quin tros de pregunta, Cristian!
molt d’acord, Cristian, les institucions, totes, estan formades per persones i les institucions són allò que fan les persones, també el que no fan…
Parlant de xarxes a partir de capital 0:
https://assembleapoblesec.files.wordpress.com/2011/07/octavetaxarxacat.pdf
Aquesta xarxa no podria ser institucional, de ben segur. Tot i que afegir, que la familia és una institució, potser la més important, que també és una xarxa, i a més de caire afectiu. Cristian, caldria perguntar a Foucault.
Trobo que el text que ahir va publicar la Marina Garcés, dona continuitat a aquesta conversa: https://nativa.cat.mialias.net/2013/01/el-factor-huma/