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Tengamos la fiesta en paz

Escrit el 01/09/2012 per Marina Garcés a la categoria el sol ho encén tot.
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Traducción de “Tinguem la festa en pau”

Finales de agosto y continúa haciendo calor. Desde los balcones abiertos me llegan los gritos excitados de los seguidores de la final de la Supercopa. Madrid – Barça de nuevo, otro verano, otro año, otra final. Miro el twitter, para distraerme, y la gente a la que sigo y que normalmente habla de cultura o de política comenta el partido. En otro momento, esta atención unánime al fútbol no me sorprendería, quizás incluso me pasaría por alto. Pero hoy, esta noche, todavía no me he reincorporado al curso, los niños aún no van a la escuela. Ni siquiera he vuelto a Barcelona. Pero de repente la normalidad sí ha vuelto a nuestras vidas. Por fin. Por suerte. Los gritos que oigo por la ventana resuenan como las palabras de un conjuro: que todo siga igual … Ahora que no sabemos muy bien a qué realidad, qué vida ni a qué país volveremos dentro de una semana escasa, que las cosas retomen el curso habitual, conocido, previsible.

Sabemos, por tanto, que nos reincorporaremos a una normalidad de cartón piedra que apenas logra esconder las heridas y el miedo que la hacen tan deseable

Hace unas cuantas noches, cuando la ola de calor nos mantenía despiertos hasta la madrugada y nos obligaba a compartir una sensación inquietante de excepcionalidad, soñé que volvía al trabajo, a mis clases en la Universidad de Zaragoza, pero que nada era igual. De hecho, nada había cambiado, pero un solo detalle me alertaba del cambio. Mi mejor amigo del Departamento era otro. El mismo nombre, el mismo trato, ninguna reacción extraña por parte de nadie, pero yo sabía que no era él. Su rostro era visiblemente diferente. Y esta suplantación, al más puro estilo de la serie “V”, me hacía saber que todo lo demás también era falso.

Creo que no me equivoco si digo que muchos compartimos, este año, esa sensación. Intuimos que nada cambiará de manera explícita y visible pero sabemos que todo ha cambiado, ya, de manera irreversible. Sabemos, por tanto, que nos reincorporaremos a una normalidad de cartón piedra que apenas logra esconder las heridas y el miedo que la hacen tan deseable.

Normalidad de cartón piedra lo ha sido también, de manera grotesca, la de las Fiestas de Gràcia de este año. Más llenas que nunca, más calurosas que nunca, con menos recursos que otros años, pero tan banales como siempre. O más. Indios, cowboys, gotas de agua y de luz, juegos recreativos, comecocos, pulpos gigantes, ovnis de papel de plata, anarquistas, independentistas … Cada uno y cada cada cosa en su sitio. Haciendo un esfuerzo para caminar entre tanta gente, me roía el pensamiento: cuánto trabajo para no decirnos nada. Y es que quizá se trata de eso: de ocuparnos en no tener que decirnos nada que realmente nos importe o nos inquiete, de crear situaciones donde poder estar juntos y no tener nada importante que compartir.

Algunas teorías de los años 70 nos habían acostumbrado a pensar la fiesta como un momento cargado de potencial carnavalesco y transgresor. Estar juntos, libres de horarios y de las dinámicas del trabajo, era la bomba de relojería que podía hacer saltar la normalidad en el momento más inesperado. Por eso parecía que fuerzas como la televisión, el consumo o la personalización de los gustos estaban dirigidos a mantenernos activos de manera aislada y dispersa.

Y es que quizá se trata de eso: de ocuparnos en no tener que decirnos nada que realmente nos importe o nos inquiete

Después de este verano pienso que hemos entrado en otra fase: somos nosotros mismos quienes tenemos miedo de estar juntos. Por eso buscamos o nos inventamos las maneras más estúpidas de estarlo. Nos valen el fútbol, ​​los indios y los cowboys. Los festivales de música. Las concentraciones de protesta puntuales, simbólicas y pacíficas. Cualquier cosa que nos permita la proximidad y nos evite el conflicto, que nos reúna sin fricciones, que nos una sin tener que asumir las consecuencias de una verdadera unión. Hoy sabemos que estas consecuencias rápidamente nos llevarían más allá de lo que estamos dispuestos a soportar.

“Tengamos la fiesta en paz”, se ha dicho en todas las casas, a la hora de la sobremesa, cuando a alguien se le ocurre perturbar con alguna historia o con algún problema la falsa felicidad familiar. Ahora todos sabemos que no somos felices y que no habrá paz. Por eso el conjuro se vuelve insistente, insultante, estridente: todo ha cambiado, pero tengamos la fiesta en paz …

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