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El mercado de intercambio de cromos del Mercat de Sant Antoni y el capitalismo

Escrit el 25/03/2017 per Rubén Martínez a la categoria ARTICLES.
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Rubén Martínez Moreno / La Hidra Cooperativa

Nada podría ser más fácil. El cromo que tú tienes es el que yo quiero. El cromo que yo tengo es el que tú quieres. Pues los intercambiamos. Nuestro objetivo individual, pero a la vez común, es completar el álbum de cromos. Cada uno su álbum, pero en el camino, las preferencias individuales encuentran respuesta en el cromo que otro aficionado tiene.

Esa necesidad mutua de conseguir lo que tiene el otro es lo que genera la sociabilidad. Hablamos, negociamos, compartimos nuestra afición y finalmente conseguimos el cromo que queríamos y lo tachamos en nuestra lista de “faltis”.

Muy cerca de mi casa, cada domingo por la mañana, se reúnen grupos de padres e hijos a intercambiar cromos frente al Mercat de Sant Antoni de Barcelona. Un mercado de trueque que ya existía antes de que en el Mercat empezaran las obras de restauración, que al parecer pronto terminarán. El número de gente que intercambia cromos puede variar. Más o menos una media de 60, aunque a veces puede llegar a unas 100 personas, depende de la época. En principio, la norma no escrita es que el dinero no sea el valor de intercambio dominante, sino que el valor de intercambio son los propios cromos. Dependiendo del chance, mi cromo puede valer lo mismo que el tuyo, pero cuatro cromos del montón bien pueden valer ese que tú tienes repe y que tanto cuesta conseguir. A veces el dinero intermedia, pero es una medida de valor secundaria, supeditada al valor de uso.

Durante un periodo corto, una mercancía producida dentro de un circuito capitalista (los cromos) circulan en un mercado donde nadie tiene como objetivo ganar más dinero

Durante un periodo corto, una mercancía producida dentro de un circuito capitalista (los cromos) circulan en un mercado donde nadie tiene como objetivo ganar más dinero. La actividad económica de estos mercados no está mediada por un valor de cambio, sino por el deseo de un valor de uso: completar el álbum. Del circuito dinero-mercancía-dinero, los cromos pasan a un circuito mercancía-mercancía. La actividad económica del mercado de trueque sigue siendo el intercambio, y si bien quienes participan no son los productores directos de los cromos –no creo que monten talleres clandestinos donde imprimen los cromos ni que los produzcan artesanalmente– sí que son suministradores directos y a la vez consumidores.

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Pero hay algunos “aficionados” que sí tienen como norma vender sus cromos por dinero. Hay cromos muy preciados, puesto que son difíciles de encontrar. Por demasiada pasión por lo suyo o por ansia, quienes tienen como objetivo completar el álbum se acaban rindiendo y los compran por más dinero del que suelen usar en algunos intercambios habituales. Hablando con uno de los padres, me explicó que esos que solo vienen a vender cromos difíciles de encontrar «¡tienen montado un chiringuito redondo!». Su estrategia para conseguir esos cromos es bastante sencilla. Hacen una inversión muy grande en cromos, de series seguidas, y así consiguen los cromos más raros, los que menos salen. Aprovechan estos mercados de intercambio para ir por diferentes ciudades de las cercanías, donde hay esta tradición, y venden (a veces por precios bastante gordos) esos cromos. Es la viva definición del “emprendedor comunitario”, que ve un nicho de negocio en espacios de sociabilidad no monetarizados. El objetivo de este emprendedor no es completar el álbum, sino conseguir más dinero del invertido inicialmente. Seguramente, si todo le sale bien y optimiza su modelo, podrá conseguir un extra de 100 o 200€ para pasar el fin de semana.

Imaginemos que ese emprendedor que, por lo pronto, solo quiere sacarse un pequeño extra, engrasara bien su máquina para conseguir más dinero todavía

Imaginemos que ese emprendedor que, por lo pronto, solo quiere sacarse un pequeño extra, engrasara bien su máquina para conseguir más dinero todavía. Podría pensar en contratar a alguien a bajo sueldo. Una contratación “por proyectos” pagada previa factura, donde 4 o 5 personas trabajan en diferentes mercados de intercambio, consiguen a un precio razonable más cromos de los complicados y los revenden en otra ciudad a mayor precio. El modelo de “venta de cromos difíciles” podría empezar a funcionar a costa de que nuestro emprendedor se quede con una fracción del valor producido por el trabajo de esas 4 o 5 personas. Con esas ganancias extraídas del trabajo ajeno, nuestro emprendedor amasaría más dinero para reinvertirlo en futuras mercancías (más cromos y más fuerza de trabajo) para así conseguir más dinero. Y así volvemos al circuito donde se usa el dinero para comprar más mercancías con el objetivo de acumular más dinero que, por cierto, tiene más valor que el inicial gracias a las plusvalías extraídas del trabajo ajeno. Justo eso es el capital.

No tiene mucho sentido –ni político ni científico– decir que el emprendedor que se gana un dinerillo invirtiendo su propio trabajo y vendiendo cromos en los mercados de trueque es un capitalista. Pero este cruce entre circuitos de intercambio que se forman respondiendo a un valor de uso y circuitos de intercambio determinados por el valor de cambio, es algo continuo en los centros urbanos. Espacios de sociabilidad, de interacción social sin mediación del dinero, espacios que bajo suelo capitalista pueden ser parasitados por circuitos o por sujetos económicos que se mueven con otros objetivos y otras reglas diferentes a las que emanan de la comunidad.

Seguramente, una institución comunitaria más robusta, tendría mecanismos para sancionar a ese tipo de sujetos económicos. Un mercado agroecológico local no permitiría que un distribuidor de lechugas, igualmente ecológicas pero conseguidas a bajo precio en otro mercado, se dedicara a venderlas a los miembros de la cooperativa de consumo. Los principios sociales de mercado de proximidad y de contacto directo con productores y productoras, evitan esas incursiones emprendedoras.  Pero, a veces, el emprendedor que maximiza sus beneficios gracias a la actividad comunitaria, puede ser entendido como alguien que hace una actividad funcional. Así ocurre en el mercado de cromos de Sant Antoni y en algunos vacíos urbanos con actividad social que están gestionados por vecinos y vecinas. Al fin y al cabo, quienes van al mercado de intercambio de cromos que está lado del Mercat de Sant Antoni lo que quieren es completar su álbum, no acabar con el capitalismo.

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La cosa se vuelve más opaca cuando el circuito que absorbe el valor producido por esa sociabilidad ya no es un circuito primario –el capital industrial de la empresa Panini, produciendo mercancías a través de fuerza de trabajo ajena y otras fuerzas productivas para que sean vendidas en un mercado– sino uno más complicado. En breve, el Mercat de Sant Antoni estará reformado y se convertirá en un espacio de compra/venta de todo tipo de productos y albergará núcleos de sociabilidad y de interacción social no mediados por el dinero. Mercados de trueque, jardines urbanos, asambleas de vecinos y vecinas, espacios de participación ciudadana. Enredado con todo eso, hay un activo financiero cuyos titulares especularán con su futuro valor gracias a todo ese flujo social donde no media el dinero. Quienes detentan en exclusiva los derechos de uso y usufructo del suelo, no tardarán en incrementar el precio de venta o alquiler de sus propiedades inmobiliarias. De nuevo, actividades urbanas basadas en la interacción ciudadana o en el intercambio directo de mercancía-mercancía, se mezclarán con circuitos de mercados incrustados sobre el territorio basados en la valorización continua del valor dinero. Justo eso es el capitalismo urbano.

El suelo, como las lechugas, mejor fuera del mercado capitalista

Es posible que una comunidad pueda controlar o incluso beneficiarse de los devaneos de un emprendedor pero difícilmente va a poder controlar ese tipo de economías rentistas que se benefician astronómicamente de las mejoras y la sociabilidad de los barrios. Gobernar colectivamente esas formas de especulación es esencial para que nuestra capacidad latente para cooperar no sea pasto de futuras mercancías. La buena noticia es que no hay espacios urbanos que sean completamente capitalistas. La mala noticia es que el capitalismo urbano funciona bajo mecanismos que pueden absorver el valor de nuestra potencia cooperativa. Pero el problema, una vez más, no es la sociabilidad. El problema es la propiedad. El control democrático de esa riqueza se hace muy complicado sin una apuesta firme por la desmercantilización del suelo. El suelo, como las lechugas, mejor fuera del mercado capitalista.


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