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Un periodismo musical incapaz

Escrit el 17/07/2013 per Xavier Cervantes García a la categoria Ho deixo anar, Periodisme musical.
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Hace más o menos veinte años que leo y escucho a Nando Cruz con atención. Cuando habla de la invisibilidad de “la música de los otros” en la prensa generalista, lo dice de primera mano. Cuando empezó a escribir en El Periódico de Catalunya, contribuyó a dar cobertura en un medio generalista al pop independiente, hasta entonces ninguneado por la mayoría de cabeceras. No tenía sentido que Sonic Youth o Pixies metieran dos mil personas en una sala y que la prensa generalista lo ignorara. Por tanto, es lógico que aquella misma actitud guíe ahora su análisis, como demuestra el artículo publicado en Nativa.

Nando no estaba poniendo en valor a Juan Magán o Daddy Yankee por sus cualidades artísticas, o no sólo por eso, porque ese no era el debate, sino por su capacidad de movilizar a miles de espectadores. Es decir, cumplía con una de las pocas verdades que aún le quedan al periodismo: explicar lo que pasa.

Alguien se preguntó: ¿Por qué hay que publicar una crónica sobre un show de Juan Magán en un medio que no leen los que escuchan a Juan Magán? Ese tipo de pregunta sólo se puede hacer desde la soberbia y la ignorancia. Un promotor barcelonés me cuestionó una vez por qué cubrí un concierto de Justin Bieber si su público no leía periódicos. Porque pasó y porque 15.000 personas parecían vivirlo como si fuera algo muy importante. ¿Hace falta más razones? Por cierto, el factor “demográfico” es tan válido como el artístico para decidir explicar un concierto, pero no siempre es determinante. No lo fue en el caso de Juan Magán, salvo para El Periódico, y tampoco lo fue en el caso del festival Cruïlla, al que la mayoría de diarios no le concedieron el “privilegio” de ver publicadas las crónicas en las ediciones de papel del día siguiente, a diferencia de lo que sí que pasó con el Sónar y el Primavera Sound.

En cualquier caso, lo que nunca debería hacer la prensa es silenciar, sobre todo por desidia o prejuicios. Ahora bien, la clave está en cómo explicarlo. Luis Troquel, el cronista de El Periódico de Catalunya que cubrió los conciertos de Juan Magán y Daddy Yankee, es un ejemplo que cómo debe explicarse, pero es la excepción.

El periodismo musical actual es infame por culpa nuestra, los periodistas musicales, acomodados en dinámicas corporativistas. Escribimos sin tener en cuenta al lector. Escribimos y opinamos pensando en nosotros mismos, en nuestra “imagen” especial de especialistas incomprendidos por subdirectores “incultos” que “no se enteran de nada” y que no saben quién es Thom Yorke o Tego Calderón (¿cuántos de nosotros hemos leído a Shakespeare?). Nos refugiamos en referencias destinadas a otros periodistas musicales o músicos, y a menudo nos envolvemos en victimismos egoístas y ridículos. De acuerdo, las condiciones cómo se escriben las crónicas de festivales o conciertos no son exactamente cómodas, pero al lector qué le importa que tengas que teclear en la oscuridad, con el ordenador sobre una barra de bar en el Sónar o tirado en unas escaleras del Fòrum buscando conexión. Bien, un periódico consideró que era pertinente publicar una crónica sobre el esforzado y sufrido oficio del periodista musical. Todavía resuenan las risas de un periodista enviado a cubrir las manifestaciones en Estambul. Pobres cronistas musicales.

Nando Cruz aboga por dar cobertura a las músicas de los otros con toda la razón del mundo, pero quizás no se da cuenta de que el actual periodismo musical ni sabe cómo hacerlo ni está capacitado para ello. Sí, hay excepciones, y cada cuál puede aportar las suyas.

Vivimos felices en la exquisita marginalidad cultural. Contentos de tener jefes que no manifiestan el mínimo interés por la música, mucho menos del que manifiestan por el teatro o la literatura, y algo más del que sienten por el arte. Sólo el cómic recibe mayor desprecio que la música. Ese contexto nos da vía más o menos libre siempre que no molestemos. Y cuando toca escribir sobre “la música de los otros” (Juan Magán) o sobre “la música de los muchos” (David Bisbal), nos conceden la libertad de hacer “crónicas divertidas”, “de ambiente”. Aceptamos, claro que aceptamos. Para qué perder el tiempo escuchando y tratando de comprender el tránsito de David Bisbal para convertirse en crooner si basta con hablar de sus rizos. Para qué intentar entender con qué productores resulta más efectivo Justin Bieber si puedes dedicar toda la crónica a hablar de sus “histéricas fans”. Es decir, confundimos distanciarse del artista con anteponer nuestro yo vanidoso y engreído a la música, al artista y al público. Por qué debemos perder el tiempo tratando de ver qué público tienen Txarango si lo podemos solucionar mintiendo: adolescentes. Lástima que a sus conciertos en las fiestas mayores también vaya público de 30, 40, 50 y 60 años, y que encima baile y tararee las canciones.

Ante determinados músicos, no sólo representantes de “las otras músicas”, damos por sentado que no hay que informarse, ni investigar ni contrastar. La minuciosidad que se aplica a un concierto de Bruce Springsteen, Tame Impala, Sonny Rollins o Youssou N’Dour no la merecen Melendi, Els Catarres, Pablo Alborán o Dom Omar. Está bien despacharse a gusto con las letras de las canciones de Pablo Alborán, “tópicos de desamor”, pero en cambio las de Beach House son maravillosas (escuchen unas y otras y me cuentan). Nos falta rigor y respeto, pero ya nos parece bien. Opinamos a la brava. Resulta muy fácil atacar a TV3 porque en los informativos siempre hablan de los mismos grupos y ningunean a los cantautores. Sí, es fácil hacerlo sin aportar datos. Este asunto volvió a surgir hace unos meses en una comida. Todo el mundo estaba indignado, eufórico en su arrebato contra la pérfida televisión pública que maltrata a “los otros”. Todo el mundo menos los dos cantautores presentes en la comida: ellos sí habían aparecido en los informativos de TV3.

Año tras año, la prensa envía fotógrafos al Sónar de Día para captar “la moda del futuro”. Y año tras año los fotógrafos se las ven y se las desean para encontrar a alguien que no vaya vestido con unos simples pantalones cortos y una camiseta de algodón, o con un vestido ligero y unas zapatillas cómodas. Pero la realidad no nos interesa, así que hay que completar una página y una galería fotográfica: “la moda del Sónar”. Seguimos. Caemos en el tópico hipster. “Los hipsters inundan el Primavera Sound”. ¿Alguien los ha contado? ¿Existen? Aún hay más: la trampa del titular nos lleva a cometer barbaridades, como acusar a Nick Cave de “coger el dinero y salir corriendo” porque hizo un concierto de 50 minutos en el Primavera Sound. No nos molestamos en advertir que Nick Cave tiene 55 años y había escogido un repertorio muy exigente físicamente, muy distinto al que ofrece en otras fechas de la gira. Se podía haber explicado eso y permitir que el lector sacara conclusiones por sí mismo. En su día le perdonamos a Napalm Death actuaciones de 40 minutos porque entendíamos que la resistencia física tiene sus límites, pero a Nick Cave lo crucificamos sin problema. Eres una estrella, así que jódete. En el mismo festival, nos pareció fantástico el concierto de 35 minutos de Omar Suleyman, que encima tuvo el gesto de consultar la hora en el teléfono antes de avisar al DJ que ya era suficiente. ¿Ocultar eso no es paternalismo colonial?

¿Qué credibilidad tenemos cuando nos regocijamos en la ironía y nos deshacemos de lo que altere nuestra visión? En una crónica del Sónar 2013, se pudo leer que Christeene es un “bicho que hace rap”, que es un personaje que da “asquito”, que va “pintado como una puerta” y que tiene voz de “haberse bebido dos cartones de Don Simón sin respirar”. Todo muy gracioso, pero en los cuatro párrafos dedicados a Christeene no había ni una mención al discurso transgénero de un artista que explicaba las dificultades que debe afrontar en Texas, en una sociedad donde la religión y la homofobia determinan muchos comportamientos. Claro, eso no hace gracia, así que lo eliminamos de la crónica, lo ocultamos, lo invisibilizamos. Ah, y qué mala suerte que The Suicide of Western Culture o Joan Colomo toquen a las tres de la madrugada en un festival: las crónicas los silencian porque el periodista ha decidido que con lo visto anteriormente ya tenía suficiente para escribir 4.000 caracteres.

No seremos periodistas dignos hasta que salgamos del paradigma pop. Es imperdonable desconocer que Ólafur Arnalds ha compuesto el tema musical de la serie de televisión Broadchurch, pero en cambio da igual escribir que el sirio Omar Suleyman es jordano o africano, y encima disculparse diciendo que “la geografía no es lo mío”. Es importantísimo saber que tal cantante es fan de Mad Men o de Ray Harryhausen, o que sus canciones suenan en los créditos de Girls, pero es irrelevante que Tiken Jah Fakoly lleve una camiseta con el retrato de Samory Touré o que Rokia Traoré cante en bambara, no sólo en “una lengua africana”.

Más muestras de nuestra incapacidad como periodistas musicales. Fiamos las crónicas a nuestra percepción –incluso a nuestro estado de ánimo–, ignorando la del público. Muy pocas veces explicamos los conciertos teniendo en cuenta la reacción del público, y cuando lo hacemos es para titular que el Palau Sant Jordi vibró con Lady Gaga, pero, eso sí, explicando en el texto que no fue para tanto, como soltando que sí, que muy bien pero que a mí esa petarda no me engaña. ¿Por qué seguimos escribiendo mirando sólo al escenario? ¿Por qué no se hacen crónicas desde el público, para explicar por qué baila o por qué se aburre el público, qué resortes activa la música? ¿Por qué seguimos reduciendo a la uniformidad a los llamados ídolos adolescentes y a su público? Una niña de 13 años me contó qué le gustaba y qué no le gustaba de Justin Bieber. Me dio razones a favor y en contra que pocos periodistas serían capaces de expresar con tanta claridad. Fue una dura recriminación por mi incapacidad para entender qué significa la música de Justin Bieber. ¿Le ha preguntado algún periodista musical su opinión al público de Blur, Camela, Skrillex o Patti Smith? Teniendo en cuenta la inevitable fuerza del yo en todo lo que se escribe, ¿no sería mejor intentar diluir ese subjetivismo compartiéndolo con otros yo?

El periodismo musical de aquí y ahora, en los medios generalistas, es una infamia porque sigue bebiendo en las fuentes del ego y se acomoda en la lógica naíf de “lovers / haters”. Y así seguirá mientras no entendamos que debemos desaparecer en el texto, que la opinión va en la explicación y no al revés, que nuestra obligación, si es que tenemos alguna, es con el lector, a quien no podemos presuponer experto pero tampoco estúpido. Mientras no corrijamos está desgracia, mal podremos escribir sobre la música, ni sobre la de los otros ni sobre la que no es la de los otros. ¿De verdad enviaríais a cubrir un concierto de Tego Calderón a un periodista que no sepa qué significa boricua y que nunca haya visto perrear?


18 Respostes

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  1. Marta Codina says

    https://www.gentnormal.com
    https://www.eldestraler.com

    bons exemples a seguir!

    • Albert says

      No ho dius de debó suposo. Aquestes webs son el colmo de l’amateurisme i l’amiguisme. Au va!

      • pep says

        i tant totalment d’acord. Tots amiguets i amateur 100% se’ls hi veu el llautó

  2. Xavier Alamany says

    La gran crisi ha posat al descobert que tot allò que teníem com a bon referent també era un niu de males pràctiques: intel·lectuals, artistes, universitats, científics… Creatius i sabis en general hem fet el ridícul en proporció directa a l’escàndol dels poders.
    Adonar-se’n és el primer pas per arreglar-ho. Però encara moltes capes de pensadors i inspiradors tenen pendent saber on són i reciclar-se.
    Reflexions com les d’aquest article ajuden molt.

  3. jgb says

    Com a un intrús de la crònica musical (vull dir que n’escric però no sóc periodista: alarmaaa!!!) em sembla brillant plantejar la deficiència visual de no mirar el públic. Això si que és una discapacitat. Concretament, comunitària: no fer l’intent de calibrar si l’esdeveniment que es vol explicar o relatar ha generat moments de de comunió o de rebuig.

    Cal saber què es va a veure en la majoria dels cassos, però sovint, tinc la sensació que és més important estar atent a com el públic mira, respira, canta i es mou (o no!) durant el concert. Crec que només així, es pot passar de l’opinió del què va passar, a fer-ne una crònica subjectiva (la neutralitat en tot, però sobretot en cultura, és una fal·lacia).

    Una altra qüestió és el coorporativisme….

  4. víctor Lenore says

    Hola a todos:
    Me alegra que Xavier Cervantes haga una crítica tan explícta del mustio estado de la prensa musical en España. Como el texto menciona, sin dar mi nombre, una crónica que hice del último Primavera Sound, paso a comentar un par de cosas:

    1)Que el concierto de Nick Cave fuera “físicamente exigente” no es un hecho, sino algo altamente opinable. Cave escogió las canciones más “cuentacuentos” y bastante rato se le fue en una especie de “meet and greet” saludando y mezclándose con el público de las primeras filas. Personalmente, me encantan los conciertos cortos, pero la crónica intentaba reflejar el sentimiento de decepción de parte del público que me rodeaba y también de los amigos que fueron al PS y que con los que llevo años hablando de música (una de ellas me dijo que en Coachella tocó más y llevó un coro de niños, aunque ella tampoco cronometraría el show, por eso no me animé a mencionarlo).

    2) De Omar Souleyman no vi el concierto entero. Fue el momento de la noche que escogí para echar un ojo por todos los escenarios a ver qué me encontraba. Creo que esta “vuelta al ruedo” es una opción legítima de la crónica festivalera. En todo caso, haré examen de conciencia sobre mi “paternalismo colonial”. Mi postura es que nunca se está suficentemente alerta contra eso.

    3) Propongo también que, al dar ejemplos en una argumentación, no nos callemos los nombres de periodistas a los que aludimos. Parece que se hace por cortesía , pero sospecho que hay algo de corporativismo mal entendido en este práctica.

    Mi aportación al debate es pedir que bajemos un poco el tono. Frases como “El periodismo musical es una infamia” o “mientras no corrijamos esta desgracia” suenan demasiado grandilocuentes para algo tan modesto como la prensa musical. Quizá el reportero que cubre las protestas de Estambul tenga en el último párrafo otro motivo para descojonarse.

    Un saludo a todos.

  5. Grace Morales says

    En mi humilde opinión, recuerdo que esto ha pasado siempre. Hace años, salvo honrosas excepciones, a nadie en su sano juicio se le hubiese ocurrido ocuparse de analizar la música de los ídolos de fans, de los artistas de la rumba, ni siquiera de los de jevi metal, salvo en las revistas muy especializadas y los boletines de fans. Solo el público es quien disfruta con el producto que demoniza la crítica. Ahora la situación es todavía más curiosa: los seguidores de Chenoa, Alborán o Daddy Yankee lo son mucho más de verdad que el total que acude a los festivales de poprock (tipo Primavera) o de disco music (Sonar). Sería de agradecer encontrar esas críticas en la prensa acerca de la música que escucha de verdad la gente, en lugar de la enésima crónica sobre el cansino grupo de rock , pero hecha con todas las consecuencias, es decir, una posición crítica, que parece que nadie se atreve a hacer, mostrando las carencias y lo paupérrimo que es todo, desde Beyoncé al último descubrimiento indie. Gracias.

    • Nando Cruz says

      E-vi-den-te-men-te. Renunciando a tratar en los medios de comunicación géneros enteros lo único que se consigue es estigmatizarlos por sus ‘defectos’ y perpetuar la celebración acrítica de sus ‘virtudes’. Que esto haya pasado siempre no es razón aceptar que siga pasando. Sobre todo, porque el tiempo ha demostrado que géneros antaño denostados por la prensa han acabado siendo reconocidos por su valor: disco music, rumba… El análisis crítico permite que el público se forme su opinión. Y hoy el público tiene muchos más elementos de juicio para valorar a Arcade Fire que a Daddy Yankee. Que luego te guste o no ya será otro tema.

      Cuando denuncio el menosprecio mediático hacia ciertos géneros sólo pretendo que se les atienda con el mismo rigor y proporción que al resto. No que se les ensalce porque sí. Una vez se les considere en la misma medida que a otros géneros más presentes mediáticamente , cada diario o periodista opinará lo que quiera. Pero al menos se romperá ese artificial gueto informativo consensuado que hace que unos géneros entren en los medios y otros no.

      Y puse el reggaeton como ejemplo porque es el caso más extremo de gran implantación social y gran desinterés mediático. Y porque se suma a una línea histórica de géneros poco tratados en los medios (entre otras razones) porque son consumidos por clases sociales bajas. Y, también, porque es el género más reciente de toda una tradición geográfica, la de las músicas latinas, que en España pasan incomprensiblemente desapercibidas. En Francia haya muchas más giras de artistas hispanoparlantes que en España. El coto de lo que es interesante y lo que no cada vez se estrecha más, cada vez es más pobre la agenda musical (en variedad de estilos), cada vez es más grueso el tapón del pop-rock indie y cada vez nos enteramos menos de todo lo demás.

      PD: Respecto a lo de “defensa apasionada de Juan Magán” y a lo de “poner en un pedestal una música horrible”… El artículo “La música de los otros” tiene 1.820 palabras. Te invito a que encuentres solo ocho en las que elogie a Juan Magán.

      • Grace says

        Es un ejemplo lo de Magán. Si las reseñas de discos y conciertos de música exclusivamente anglosajonas son en la inmensa mayoría complacientes y relajadas, cuando el comentarista tiene que internarse en otros terrenos, curiosamente lo hace desde un punto de vista mucho más mordaz, como una anécdota, casi como si no tuviera ni idea de lo que está escuchando o contemplando. No lo entiendo. Bueno, sí, pero no.

  6. Rigo P says

    Genial este artículo.
    En el arte contemporáneo se habla mucho sobre las jerarquías invisibles y como el poder se ejerce a través de la estética; en este caso diría que el hecho de un crítico de diferenciar una alta/baja cultura encubre complejos sociales profundos.

  7. Eduard Pou says

    Como lector (vago), músico (amateur) y periodista (sin carrera), me parece una muy buena reflexión.

    Como lector vago, me molesta cuando leo una crítica y termino sabiendo más de la vida y los gustos del crítico que del grupo! Pasa a menudo. Hay que labrarse un futuro profesional y una imagen, imagino… También me molesta cuando pasa lo contrario, porque el periodismo es subjetivo y necesitas saber de qué pie calza el periodista para crearte una opinión. Es una fina línea en la que manda el rigor y las prioridades de cada uno.

    Como músico amateur, me molesta cuando los periodistas nos cuestionan el (más que relativo) seguimiento de nuestra música por ser “tan rara”. Eso sólo significa que el periodista considera que el público es demasiado borrego como para gustarle cosas distintas, “raras”. Un clásico.

    Como periodista, también me he encontrado proponiendo temas/grupos en reuniones de redacción y comprobar cómo se descartan por A: desconocimiento de los coordinadores, o B: considerar que el público es ignorante y no le interesará.

    Sobre reseñar a Daddy Yankee y Don Omar en un periódico “de los de siempre”, que hay que hacerlo es obvio. Pero no se hace… y a su público no le preocupa en absoluto: ya se han creado sus radios, periódicos, sus propios canales para hablar de ello. No necesitan TV3, ni Rockdelux, ni el Periódico. Es un nuevo segregacionismo cultural.

  8. Jordi Bianciotto says

    Hola, Xavi. Trobo la teva argumentació d’una extrema duresa amb el periodisme musical, i fas anar alguns exemples que no veig prou representatius del comportament dels qui escrivim als diaris. Ni jo ni els periodistes que tu i jo coneixem i tractem no parlem mai d'”una llengua africana”, ens informem de quina és. Si fas una crònica de Txarango a un Apolo ple absolutament d’adolescents no tens perquè fer referència a un concert que hagin fet a, no sé, Roda de Ter, on potser hi havia un públic d’un altre perfil (Festa Major gratuita, potser?), ja que la crònica és de l’Apolo, no de Roda de Ter. També et diria que no cobrir un concert de Joan Colomo al Sónar (festival del qual, com saps, és impossible cobrir-ho tot) a les 3 de la matinada té sentit si ja has publicat en el teu diari una ressenya d’un concert seu presentant el mateix disc fa poques setmanes o mesos (i si consideres que, suposant que el poguessis cobrir, aquesta “cobertura” es limitaria a una frase donat el context del festival).

    Però, d’altra banda:

    1. Em sorprèn la teva defensa d’“explicar els concerts a partir de la reacció del públic”. Home, sí a la crònica, però no a la crítica. Coincidiràs amb mi en que si abans de fer una crítica d’un concert haguéssim de pensar en com ha reaccionat el públic, el 99% de crítiques serien molt i molt favorables, i de fet, la crítica ja no seria tal. A la crònica sí, esclar: cal mirar d’explicar què ha passat, i això inclou el públic. És cert, això sí, que ara a la premsa diària (no al Rockdelux, per exemple) s’ha diluït la frontera entre tots dos gèneres i això podria haver-nos comportat certa confusió.
    2. Assumida aquesta barreja de gèneres on potser ara ens movem als diaris, ¿la reacció del públic cal considerar-la només amb Lady Gaga i Justin Bieber, o també amb Nick Cave? Ho dic perquè tu acuses l’autor de l’article sobre Cave, precisament, de ser molt crític amb la durada del show, sintonitzant, per tant, amb el clamor general del públic, decebut pel tall sec del concert després de 50 minuts (i, per cert, no es poden comparar les expectatives i minutatges de Cave i Souleyman, i no pas per prejudicis etnocèntrics: Cave era un dels caps de cartell, i Souleyman, no). En canvi, amb Lady Gaga i Justin Bieber, acuses els periodistes de tot el contrari: d’expressar un criteri personal i ser crítics amb els artistes malgrat que allà hi havia tanta i tanta gent passant-s’ho d’allò més bé.

    Això de la nena de 13 anys, sincerament, ho trobo demagògic. Compte, Xavi, amb que l’extrema capacitat crítica no ens acabi autodestruint (del tot). Salut!

  9. Tuli Márquez says

    El periodisme viu de la noticia. El periodisme musical es principalment opinió. Acaba essent la repetició de la repetició. Com les notícies de TV3, el plantejament diari d’una escaleta. El periodisme de carrer ha mort pel de la filtració i el disc sol·licitat. Quan estudiava, pel que m’explicaven a les classes, vaig adonar-me que era una feina més difícil que no sembla. Fer carrer, investigar, seguir la noticia. Al periodisme musical, això, no és practica. O jo no ho he vist. S’intenta una cosa semblant que arrenca del nou periodisme ianqui i que és del que viu. Periodisme gonzo, “jo formo part de la notícia”, que trobo caducat. Les vostres peces del Sonar o del PSound podrien ser les mateixes que les de l’any passat. Ningú notaria la diferencia, ni el redactor en cap. Salut

  10. Swamp says

    Vaya pollo… Al final no me ha quedado claro si me tiene que gustar Bisbal o no?

  11. Tuli Márquez says

    “el periodisme de carrer ha mort per culpa de la filtració i el disc sol·licitat” volia dir. Disculpeu.

  12. Santi Mayor says

    Potser seria útil fer-se preguntes més senzilles. Intentar d’explicar què passa (i fins i tot per què passa) en comptes d’obstinar-se a intentar justificar per què el periodista ha escrit això o allò.
    Fa uns quants anys, defensant aquesta postura, se’m va replicar que intentar explicar què passava i fins i tot per què passava (en l’escena musical) era una manera de “rebaixar-se”. Si els lectors no en sabien més, no calia que els periodistes els ho expliquéssim perquè era senyal que no hi estaven interessats (l’ou i la gallina, vaja).
    Allò que aleshores era una gota, ara ha esdevingut un tsunami.
    El bosc no deixa veure els arbres i a l’inrevés.

  13. reguetones basura says

    ya entendí muchas cosas! gracias!

  14. Miguel says

    Esto pinta medianamente interesante, o lo siguiente. Prometo soltar mi “pandrojá” al respecto en breve (a ver si puede ser esta semana). Espero que luego nadie se moleste. Lo de decir nombres y apellidos me gustaría, lógicamente, y más en un entorno tan de “capillitas” como el de la prensa musical, pero luego resultaría, hey, el meu país és tan petit, contraproducente. No porque la gente te niegue el saludo por esto o por aquello que dijiste (públicamente) de él o ella y su trrabajo, que, total, les pueden dar por el culo, pues este es un trabajo público y firmado y, por lo tanto, opinable, sino porque nos desviaríamos aún más del quid de la cuestión, por eso de los personalismos, y mejor centrarnos en las soluciones y las vías de escape a esta encerrona, etc. Eso sí, dicho lo dicho, a quién le extraña que cierren según qué revistas, por ejemplo.



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