Se ha dicho muchas veces: en los cuadros de Poussin las figuras tienen una presencia monumental. Más que el movimiento de la historia, desprenden la quietud de la estatuaria clásica. Como si se representara un tiempo congelado. Quizá por esto, fuera de Francia, Poussin vivía en Roma, en plena agitación barroca, no se le hiciera demasiado caso.
Esto hizo también, que, más allá de la influencia en pintores como Le Brun, y en el gusto neogriego que triunfaría a finales del XVIII (la deuda de Jacques-Louis David es evidente), ya en el siglos XX fuera muy reivindicado por figuras de vanguardia como Picasso cuando, ya cansado de los experimentos cubistas, retoma la fascinación por el primitivismo en clave “Grecia-arcaica”.
Esta estaticidad de los cuadros de Poussin tiene mucho que ver con un forma de trabajar que él mismo dejó explicada en sus cartas. Poussin comenzaba sus cuadros pintando escenarios vacíos, paisajes sin nadie. Después, iba añadiendo figuras que previamente había modelado con cera y que utilizaba como modelo. En aquellos tiempos, era frecuente que el número de figuras humanas marcara el precio del cuadro. Por tanto, cuando todavía no estaba claro con qué presupuesto se contaba, la mejor manera de no entramparse, era pintar primero el cuadro sin humanos, y luego, en función del cliente, ir añadiendo figuritas.
Esta forma de trabajar se hace especialmente visible cuando toca temas tan dramáticos y agitados como la masacre de los inocentes. Según el evangelio de San Mateo, la cosa es que el rey Herodes, cuando se enteró del nacimiento del “rey de los judíos”, a toda prisa, ante la imposibilidad de encontrarlo, ordenó matar a todos los niños de Bet- Belén y de todo su término, de dos años para abajo. Según Mateo, se cumplía así la terrible profecía de Jeremías: ¡En Ramá, se oye una voz, un llanto y un clamor interminable! Es Raquel que llora a sus hijos, y ni quiere ser consolada, porque ya no están.
Nada más contrario a la poética estática de Poussin que la estremecedora fugacidad expresada en las palabras de Jeremías, ningún consuelo, los hijos muertos ya no están. Pero más allá del magnífico cuadro de Poussin y del evangelio de Mateo, pensé en la masacre de los inocentes cuando Quim Torra anunció solemnemente el cierre de la noche. Entonces, escribí esto: Decir “Ocio nocturno” y quedarse tanto ancho … como si fuera lo mismo hacer la fiesta de la espuma en un sótano con mil personas que tomarse una cañita mientras alguien toca o ver una peli en una sala vacía (que es como siempre me las encuentro). Supongo que en el fondo, es pereza a legislar con cuidado. Como Herodes: ¿ Que ha nacido un niño rarito? Ala, los matamos a todos y así seguro que acertamos. Política Napalm. Gestión macho alfa. A hostias.
Si inteligencia es la facultad de inteligir, saber entender qué tienes delante tuyo y a tu alrededor, las medidas de Quim Torra no son nada inteligentes. Como Herodes, no se trata de entender nada, no se trata de discernir, ni se trata de poner en la balanza tantas y tantas cosas igual o más importantes para la salud, señaladas, además, por tantos y tantos especialistas (psicológicas, físicas, laborales, sociales, afectivas); no se trata ni siquiera de prever los efectos de tus regulaciones (¿recordamos la Ley Seca?). Se trata de hacer algo llamativo y poder decir aquello de “aquí lo hacemos mucho mejor que en Madrid”. Meses señalando la mala gestión de Madrid y cuando te toca a ti, no sólo lo haces peor, sino que además, mientes (anunciar 1.000.000 de test y sólo acabar haciendo 37).
Tras anunciar el cierre de la noche, en la misma rueda de prensa, Torra se había dirigido a la comunidad internacional en inglés. Según el diario Ara (07.27.2020): el presidente ha aprovechado la rueda de prensa para lanzar un mensaje en inglés en el mundo en clave turística y decir que Cataluña es un destino turístico “responsable” y que está “preparada” para recibir visitantes.
No sé vosotros, pero yo flipo. La noche antes de las declaraciones de Quim Torra, fuimos a tomar una copa al Mudanzas. En el bar estábamos nosotros, una pareja de norteamericanos y al fondo, una persona sola. En la entrada estaba el gel mágico, los camareros llevaban mascarilla. Todo estaba bajo control. Pensé que un bar tan vacío debe ser una ruina, problema al que se añade la incomodidad de trabajar con mascarilla. En todo caso, era un espacio seguro, o tan seguro o más, que hacer un viaje de 30 minutos en un tren sobreocupada (sobre todo no aumenteis la frecuencia de paso) o trabajando en un espacio cerrado con 30 personas. Un espacio tan seguro o tan poco seguro como un supermercado o un casal de verano.
Cuando terminamos la copa pasamos por el Paseo del Born. La calle estaba petada. Llenos los bancos y lleno el suelo. La multitud estaba sentado en corros. Ni una sola mascarilla. Ningún signo evidente que nos encontráramos en plena pandemia. Cerca de la iglesia, un coche de la policía, no recuerdo si mossos o urbana, miraba el espectáculo sin hacer absolutamente nada. Por malicia me acerqué, efectivamente eran turistas. Como mínimo, no hablaban catalán ni castellano, aranés, catalán del Alguer ni provenzal, por no hablar, no hablaban ni gallego ni astur leonés, que eran turistas, vamos.
El lunes siguiente al cierre de la noche, los periódicos publicaban alarmados el descontrol del último fin de semana. Se señalaba la irresponsabilidad de los jóvenes: playas y plazas ocupadas por legiones de jóvenes insolidarios, haciendo botellón, sin mascarillas ni geles. Bravo. Paradójicamente, los mismos medios hacían poca mención al turismo que yo sí había visto en el Born pocos días antes. Las cámaras del telediario preferían focalizar el problema en la dimensión juvenil del problema.
Días después, en una entrevista en la radio, uno de los representantes de la industria turística en Girona lamentaba las recomendaciones de Francia e Inglaterra, que invitaba a sus ciudadanos a no ir a Cataluña. Decía que allí tienen muchos más infectados que aquí y que, por tanto, pueden venir tranquilamente. También decía aquello de aquí hemos hecho bien el trabajo. En otras palabras, no importa que los ingleses y los franceses estén mucho más infectados; los recibiremos con las instalaciones bien preparadas. Sólo le faltaba añadir, y con los CAPS abiertos. Bravo: tú haces negocio con los visitantes y el resto pagamos el gasto médico o, sencillamente, nos quedamos sin cama ni respirador. De hecho, justo ayer por la noche, en las noticias, muchos sanitarios hablaban de un aumento de ingresados que auguraba lo peor.
Acusar de irresponsables a los jóvenes; llamada general a los potenciales turistas de todo el mundo; exponernos al contagio en nombre de la causa turística y acusarnos de insolidarios cuando no haya suficientes plazas en el tanatorio. Si te contagia el borracho de tu sobrino, eres un insolidario; si te contagia un hooligan de Metz, eres un patriota.
Cuando hice el documental sobre el turismo (L’Estat Turístic, 2019), tanto el presidente del Consorcio, como los respectivos presidentes del gremio de restauración y de hostelería, me aseguraban rotundamente que no hay monocultivo turístico. Que la actividad turística, como mucho, sólo supone un 15% del total. Y sin embargo, cada vez que pongo el 3/24, se habla de la situación catastrófica que vive el país. Como si todos y cada uno de los catalanes se dedicara a poner mesas y alquilar camas. Como si no fuéramos muchos los que hemos respirado tranquilos al poder volver a ir a los lugares de los que nos habían expulsado. Hacer un aperitivo en la Plaza Real, pasearse por el Parque Güell, dejar de patear latas vacías por la calle Escudillers cuando vuelves a casa.
Ante esto, la Generalitat trata de imponer un escenario demencial: vecinos concienciados, encerrados en casa a cal y canto para no poner en riesgo la seguridad de los turistas que supuestamente van a venir (repito: mucho más infectados que nosotros, según decía el señor hotelero de Girona). Quizás también quieren, no sé, que las familias ofrezcan las hijas, quien sabe, para mayor disipación de la chavalada noreuropea. ¡Son tan rubios y hablan tan suave! Al fin y al cabo, ellos pagan. Todos encerrados en casa, vecinos y camareros, mirando por la ventana como los turistas hacen botellón en la calle con latas ESTRELLA DAMM. Y cuando algún guiri se ponga caliente y retorciéndose sobre el asfalto reclame carne, enviadle algún sobrino. ¡Qué cojones!: TIENE QUE DIVERTIRSE y disfrutar de LA CULTURA CATALANA.
Os hablaba al principio del gran Poussin. La masacre de los inocentes y las ciudades vacías. Emplazar nuestra presencia en la medida que figuritas de cera que el poder dispone como quiere y en función del presupuesto. Habitantes-figurita desprovistos de voluntad para no estropear la postal turística. Una ciudad de uso exclusivamente turístico con figuritas de cera confinadas, mordiéndose los labios tras los visillos; figuritas aptas para infectarse siempre y cuando el cliente pague.
0 Respostes
Si vols pots seguir els comentaris per RSS.