Intervenció d’Ester Jordana al 18è Fòrum Indigestió.
Las verdaderas revoluciones son las se que bailan. Bailan la insumisión, bailan la indisciplina, bailan la desobediencia, bailan la rebeldía. Se baila la rabia que hace estallar el orden de un sentido común que mata. Ese orden del “esto es lo que hay”, de “las utopías son utopías porque nunca tienen lugar”, de “la historia nos enseña que hay cosas que nunca cambian”. Ordenes del sentido común cabizbajo, del andar arrastrando los pies.
Las verdaderas revoluciones se bailan, componen un nuevo ritmo entre cuerpos demasiado acostumbrados a caminar en círculos, nos vuelven ligeras al sacudir la ciénaga de miedo en que hemos aprendido a vivir, nos desvisten del conformismo y nos recuerdan que la historia no solo se escribe a golpes de tambor.
Pero las revoluciones no son tan solo acontecimientos multitudinarios, hay revoluciones solitarias, revoluciones en grupo, revoluciones de a dos. Las revoluciones acontecen cuando una experiencia nos transforma tan profundamente que dejamos de ser quienes éramos, cuando una herida nos arranca del mundo en que vivíamos y una verdad desgarra el lugar común que habitábamos. Cuando nos descubrimos encerradas en un cuerpo entrenado para experimentarse como individuo, desalentadas de una política que se postula como la mera toma de decisiones, taciturnas en una vida orquestada para producir hasta agotarse, frustradas por un amor concebido para jerarquizar los afectos. Cuerpos aislados, políticas gestión, vidas capturadas, amores institución.
La revolución acontece cuando el mundo que consentíamos se torna inhabitable y el sentido común que nos conducía se vuelve intolerable, cuando ese mundo herido para siempre nos permite renacer en un cuerpo que ha crecido con las caricias de otros, cuando la política se nos revela como el límite colectivo del mundo que aún no sabemos construir, cuando la vida nos devuelve su finitud como una inmensidad por explorar, cuando el amor nace de la fuerza que nos lleva a luchar juntas. La revolución se convierte entonces en una experiencia no tiene vuelta atrás, una experiencia de lo irreversible, donde hemos devenido otras, solas, juntas.
Nos dicen una y otra vez que el orden siempre nos captura, que el sistema nos recupera, que el capital nos expropia la alegría, la fuerza, la imaginación que nos desborda cuando bailamos esos destellos del mundo que queremos habitar. Sin embargo, por mucho que imiten nuestros bailes, retomen nuestras consignas, jueguen con nuestras imágenes o memoricen nuestras canciones, lo hacen con bailes vaciados de los cuerpos que vibraron juntos, consignas vaciadas del mundo compartido al que ponían palabras, imágenes vaciadas de su necesidad de desfigurar la realidad, canciones vaciadas de una armonía imposible. Pero los cuerpos bailados, los gritos proferidos, las imágenes profanadas o los cánticos afónicos ya nunca volverán a ser lo mismo. La experiencia de lo irreversible es inexpropiable, inapropiable, irrecuperable.
El triunfo de toda revolución reside justamente en alcanzar ese momento de lo irreversible. Las verdaderas revoluciones son las que denuncian que los fundamentos no eran más que axiomas, las que cambian el modo en que hacemos el mundo, las que reinventan el sentido común, las que reconstruyen el umbral de lo habitable, las que desplazan lo imposible de lugar, las que alteran la posición del horizonte. Las verdaderas revoluciones son las que se bailan, las que transforman para siempre nuestro modo de estar solas, juntas: así que nunca, nadie, “nos quita lo bailao”.
Més informació sobre el fòrum: 18è Fòrum Indigestió.
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