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Breve historia de una alucinación colectiva

Escrit el 13/11/2018 per Daniele Porretta a la categoria Intervencions al Fòrum, Vídeos.
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Intervenció de Daniele Porretta al 17è Fòrum Indigestió.

La de los canales de Marte es una historia que he descubierto recientemente y que me tiene cautivado. Sobre este asunto se ha escrito mucho, sobre todo en época victoriana, y con un poco de investigación se pueden encontrar artículos, libros y, sobre todo, mapas. Uno de estos mapas que aquí se reproduce lo encontré no hace mucho en un mercadillo de antigüedades de Barcelona. Se trata de una copia del 1930 (es uno de los más recientes), realizado “según las ultimas observaciones telescópicas de este planeta” y Marte presenta una superficie con manchas, muchas líneas y puntos en el cruce de estas.

Lo más interesante de los canales de Marte es que, en realidad, no existen. Se trata de uno de esos errores que suceden en la historia de la humanidad y que acaban por tener un profundo impacto en nuestro imaginario colectivo. Un impacto que perdura en el tiempo y en nuestra cultura.

El origen del error hay que buscarlo en Italia, en Milán a finales del siglo XIX. Época victoriana, Comuna de París, se va acabando la fase heroica de la revolución industrial, progreso y técnica empiezan a mostrar sus efectos colaterales. La literatura de las últimas décadas del siglo se llena de visiones del futuro distópicas y pesimistas. Ni siquiera Julio Verne, que es seguramente el escritor que más ha celebrado esta época en sus “viajes extraordinarios”, parece seguir creyendo que la tecnología habría mejorado la vida de las personas.

Cada 26 meses tiene lugar una “oposición”, lo que significa que Marte y Tierra se encuentran en el mismo lado respecto al Sol, alineados. En 1877 se realizó una “gran oposición”, una situación inmejorable para observar Marte. El astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli hizo una serie de observaciones del planeta con su telescopio y las relató en artículos y mapas. Hay que tener en cuenta que en aquella época no había fotografía, así que que se acabara creyendo o no lo que decía un astrónomo dependía de su reputación. Además, estas observaciones duraban horas, había que esperar el breve momento en que la bruma se disipara y el planeta se viera más claramente. La vista te podía fallar. Bueno, durante una de estas observaciones a Schiaparelli le aparecieron unas “lineas rectas” en la superficie del planeta, unos trazos que llamó en italiano canali. Escribió unos artículos, dibujó unos mapas, pero cuando sus escritos fueron publicados en inglés la palabra canali se tradujo como canals, en lugar del más correcto channels, y canals en inglés significa “canales artificiales”. Se desató la locura: si en Marte había “canales” esta era la prueba de que había vida inteligente. Más tarde a otros astrónomos se les aparecieron puntos en el cruce de esas lineas, unas bolas que interpretaron como unas inmensas megalópolis alienígenas. Imaginad lo grandes que tenían que ser para ser visibles a tanta distancia.

No sé cuanto de farsa o de alucinación colectiva hubo en esas historias, si se trató de un efecto óptico o de una fake news victoriana, pero muchísimas personas vieron esos canales y elaboraron teorías. Una de estas era que Marte, al ser más antiguo de la Tierra, según una manera de pensar evolucionista, representaba su porvenir. Los hombres y las mujeres de la época victoriana vieron en Marte su futuro y proyectaron sobre esta especie de anti-Tierra todos sus miedos o todas sus esperanzas. Hay algo conmovedor en esto. Una de las ideas que más difusión tuvo fue que los canales servían para llevar agua a unas inmensas ciudades mientras el planeta se desertizaba y, lentamente, moría. La civilización que había sido capaz de construir aquellas megaestructuras no era capaz de salvarse, a pesar de su tecnología. En una época caracterizada por una multitud de miedos, no fue difícil encontrar una similitud con los tiempos en los que se vivía.

Más adelante mejores telescopios desmintieron la presencia de esos canales, de hecho la superficie del planeta está en realidad llena de cráteres, pero se siguió creyendo en ellos y escribiendo historias, sobre todo de ciencia ficción. Quizá la más famosa fue La guerra de los mundos, donde H. G. Wells quiso explicar a los occidentales qué significaba ser atacados por una civilización tecnológicamente superior.

Pero Marte no fue exclusivamente el lugar de las pesadillas, también fue lugar de construcción de sociedades utópicas. Una de las más interesante es Estrella roja de Alexander Bogdanov, revolucionario bolchevique, creador del Proletkult, filósofo, médico y escritor. Imaginó en 1908 el viaje a bordo de una nave llamada Eteronef cuya tripulación descubría una sociedad comunista realizada y en perfecto funcionamiento, una sociedad industrial, igualitaria y feminista.

En los últimos tiempos las noticias sobre Marte se han multiplicado. Hace unos meses se descubrió en el planeta un enorme lago de agua líquida bajo una capa de hielo en el Polo Sur del Planeta. Se trata de una esas noticias que vuelven a alimentar la esperanza de encontrar algún tipo de forma de vida. Y tengo una corazonada. Creo que dentro de poco volveremos a mirar a Marte como lo hicimos hace 100 años, proyectando en este planeta nuestros miedos y, sobre todo, nuestras esperanzas. Es posible que los que estéis leyendo estas lineas lleguéis a vivir el primer viaje tripulado a Marte, y me gusta pensar que una de las claves de lo que podría pasar está en un fragmento de Marte Rojo, una novela “marciana” de Kim Stanley Robinson. Los futuros colonos están viajando en una nave espacial, rumbo al planeta rojo. Son los primeros. Están discutiendo sobre la forma que tendría que tener el primer asentamiento humano (por deformación profesional cada vez que leo una novela me fijo en las casas y en las ciudades, es una manera para entender muchas cosas) ¿Las viviendas tendrían que reflejar una jerarquía (como está planeado en el más mínimo detalle desde la Tierra)? o, como sugiere Arkadi, ¿no sería mejor utilizar el circulo, los espacios abiertos, para diseñar unos lugares comunes donde todos fuéramos iguales? (El circulo es la forma base que tienen tradicionalmente las ciudades utópicas desde Campanella). Al final Arkadi dice – Hey, os he engañado, no voy a ir a Marte a hacer lo que me manden, una vez llegado haré lo que me dé la gana -.

Mi deseo es que, dentro de unos años, cuando la tecnología lo permita y estemos rumbo a Marte, sigamos el consejo de Arkadi, que vayamos no para realizar una utopía (ya sabemos como acaban las utopías), más bien para pensar en otra manera de hacer las cosas.


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