“una desafortunada homonímia propia de nuestra lengua designa con un mismo nombre la experiencia vivida, su relato fiel, su mentirosa ficción y su explicación erudita”
Jacques Rancière[1]
A los 94 años y viviendo sola, mi abuela Teresina ha decidido hacerse la vida más facil y más bonita. Ha decidido unilateralmente hacer obras para quitar de una vez por todas el suelo de sintasol de su casita de autoconstrucción en el Besòs, o lo que es lo mismo: allanarse el suelo que barre.
Así que este domingo estábamos tomando herbetes y mirando los papeles que habían salido del armario del comedor al vaciarlo. Por ejemplo una copia del convenio de carpinteros de 1978 que había guardado mi abuelo junto al listín de teléfonos.
Por algún lado debe estar el carnet de la CNT del bisabuelo, me avisa mientras hojea libretas y nóminas semanales pagadas en pesetas. A no ser que fuera volando por la chimenea cuando mi madre tenía 17 años y una desconocida avisó de que la policía vendría a buscarla. “Em vaig passar tota una nit cremant papers. Em vaig tancar al seu cuarto i vinga, tot el que jo veia que podia inculpar-la, al foc. Sort que al pis que havia fet el meu germà hi havia cuina econòmica. En vaig cremar de coses…”
Cuando los hermanos de mi abuela fueron un poco adultos, mi bisabuelo les reunió solemnemente para hacerles saber que en casa había una pistola. Juraba que nunca la había disparado y que la consiguió para protegerse en tiempos de pistolerismo. “Em van dir: si hi ha alguna cosa, liquidi-ho”. Así que esa noche después de quemar papeles, buscó la pistola, la enrolló en trapos, la ató a una cuerda colgada de un gancho y la hundió en una hendidura del murete que separaba su casa de la de los vecinos.
Seguramente la pistola llegó a casa de mi abuela cuando lo del Tero, que era el hermano del padre de la cuñada de mi abuela. “Encara me’n recordo de la dona del Tero, que li dèiem la Pepeta i es va quedar vídua amb dos fills, la Palmira i el Camilet. La Palmira era casada amb l’hereu de can Rosàs, un mas que hi havia aquí. En Camilet no va ser a temps de veure la placa que han posat a l’indret on van matar el seu pare”. De un anarquista asesinado con entrada en viquipèdia, mi abuela recuerda los nombres de su compañera y de sus hijos.
Pasados unos meses de la detención de mi madre, la Teresina subió una noche a sacar la pistola de su escondite. La desmontó a golpes, fue desmigándola hasta que tuvo forma de muelles y cachitos de hierro. Se los metió en el bolsillo y de madrugada se fue andando por entre las cañas, dónde ahora hay los edificios de Diagonal Mar. Cuando consideró que estaba suficientemente lejos de su casa y cerca del mar, los fue tirando uno a uno en direcciones opuestas.
El hermano preferido de mi abuela era pintor de cuadros y “si no hi hagués hagut el trasbals de la guerra… demano massa… i que la familia hagués tingut calers…”. Había transformado el palomar viejo en estudio y ahorraba los céntimos del tramvía para poder comprar pinturas. Cuando necesitaba modelos la llamaba: “Xato, puja que pintarem”. La pintó muchísimas veces. Una vez la retrató así de lado, vestida con una marinera verde “és ben bé com si l’estés veient”. Pero de todos los retratos que le hizo a mi abuela no queda ninguno porque los repintaba, a veces con paisajes de montaña, a veces con naturalezas muertas.
Sólo ha pasado una hora y todavía tenemos que sacar del armario los manteles y los juegos de café. “Un dia ho fotré tot a mar” pero mientras tanto va a buscar unos cuantos periódicos para envolver cada tacita y cada tapa de cada tetera y cada azucarera y cada vaso y cada jarrón. Mi abuela que no tiene retratos se pasea por el siglo veinte abriendo cajones y vaciando armarios.
Luego llego a casa y antes de dormir me pongo a leer la tesis de mi amiga Mélanie. Después de años hablando con ancianos supervivientes de las revoluciones de Egipto, Mélanie dice que hay experiencias de la historia que son inefables. Y que para trenzarlas en las historias de la historia, son cruciales el silencio y las anécdotas en espiral. Paseo por las líneas de esta historia abierta y ya me pesa el sueño en los ojos cuando leo una cita de Benjamin que se parece mucho a los domingos con Teresina: “la inteligibilidad de la historia se sitúa al nivel de los puntos focales: el acontecimiento y las utopías”[2].
[1] Rancière, Jacques: Los nombres de la historia, una poética del saber
[2] Henry, Mélanie: Le “trésor” révolutionnaire. Insurrections et militantismes à Alexandrie en 1946 et 1977, Égypte, 2018.
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