Siempre entrego los artículos con retraso. A pesar de que la frecuencia de publicación sea casi un acuerdo entre yo y yo misma, me comprometí a escribir un artículo mensualmente y siempre llego tarde. En plan metarrelato os contaré que para este mes imaginario que a veces dura treinta días y a veces un mes y medio, no sabía sobre qué escribir. Lo habitual es que en algún momento de la semana se me clave la incomodidad menor de un cachito de idea entre ceja y ceja. Es una esquirla que no molesta lo suficiente para dejarlo todo a un lado y dedicarle las noches y los días, pero está ahí cortocircuitando discretamente el flujo habitual de los pensamientos. Si las cosas van bien, la idea en ciernes hace que todas las calles me recuerden a ella, que todas las frases de los libros suenen a lo que hablamos, que en todas las conversaciones tenga ganas de nombrar de soslayo el texto que me habita como un alien o como un amor.
El embelesamiento de la idea viene conmigo al trabajo que paga las facturas y nos distraemos juntas haciendo una lista de referencias por googlear cuando lleguemos a casa. Cuando cocino se pasea por mi cabeza, enredándome el pelo como si fuera un bosque de helechos o de lianas o de cualquier otra planta que sirva en la metáfora. Si los vapores de la cazuela se desmelenan, el embrión de texto se embriaga y encuentra la relación de ideas que faltaba. Y corre al archivo de cosas que alguna vez supe y olvidé, saca el pliego de texto subrayado y me lo deja junto al ordenador. Se sienta en el borde la mesa con las patitas colgando y me espera.
Hace un año, acababa de mandar el esbozo de un proyecto para una residencia y para darme un descanso fui a ver una performance de Brandon LaBelle. Había pasado muchas semanas durmiendo con una idea, trenzando cuerdas para agarrarnos la idea y yo saltando de opción en opción. Era el momento justo en que es tan bonito el encantamiento que casi lo sumergirías en agua y desearías que una helada lo dejara suspendido, para que no se concrete o para que no se rompa. Cuando, sin saber lo que ya sabes, el diálogo con tu idea todavía no es un proyecto ni una relación, sólo es una posibilidad.
Fotograma de El Decamerón, Pier Paolo Pasolini. Encontrada en el facebook de una amiga mientras no escribía este artículo.
En la performance de LaBelle había unas fotocopias pintarrajeadas en rojo pegadas a la pared Tácticas para no saber: prepararse para lo inesperado de Emma Cocker. “La práctica artística reconoce el valor de no saber no tanto como un estado previo (de ignorancia) que precede al conocimiento, sino como un campo de indeterminación deseable dentro del cual trabajar”. Y yo acordándome de esa pobre idea que se había quedado atrapada en un documento adjunto y que podría haber sido tantas otras cosas. “No saber supone una apertura en el tejido de lo sabido” leo en las fotocopias de Cocker, como quién lee poemas de amor para reconocer a sus cariños inconcretos.
Tras este rodeo en que he buscado varios enlaces de LaBelle, he intentado descargar en pdf el libro de Cocker, he entrado en facebook y he revisitado las fotos de la exposición de final de la residencia, vuelvo al metarrelato del artículo que todavía no he escrito. Me siento ante el ordenador y encuentro a la idea muerta de aburrimiento trepando por la lámpara del estudio y pellizcando los cristales de la ventana para matar el tiempo. Me levanto y aprovecho para limpiar los cristales y ya de paso hago la lista de la compra y ¿por qué no? pongo una lavadora. En ese lapso me han mandado un par de convocatorias para subvenciones y residencias en ciudades evocadoras y le busco ideas que podrían encajar, que tendría ganas de hacer y no hago. Sería una pasada si nos lo dan ¿no? Un mes de residencia y una exposición y un seminario y una performance y escribir un libro y plantar un árbol y un dossier de presentación de 500 palabras con 3 imágenes y 2 referencias. Enviado. Un texto que ha sido proyecto antes de poder ser idea, carne fresca de ex-voto digital para la Agencia de Proyectos Inacabados.
Y ahora sí, me pongo a escribir el artículo que tenía pendiente. Me toco el entrecejo pero la metralla no pincha. Miro las notas que tenía subrayadas: “en la práctica artística, la posibilidad de producir algo nuevo no siempre se trata de la conversión de lo desconocido hacia un nuevo conocimiento, sino que implica la aspiración de retener algo de lo desconocido en lo que se produce”. Esto sí que mola, es exactamente lo que queríamos decir, ¿verdad? Busco la mirada de complicidad de mi idea, pero se ha pirado. Ha dejado un pos-it con una nota:
“No saber es un estado desde el cual nos esforzamos por construir sentido”.
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