Aparece por la noche, con los ojos enrojecidos, llorando e hipando a moco tendido. Necesita ayuda, le abro la puerta, al rato se queda dormida en el sofá mientras yo le froto los pies, para tranquilizarla.
(Este texto no es para hablar bien de mí)
Ella duerme al lado de esa otra que hizo lo mismo por mí aquella vez que yo lloraba. Me acuerdo como si fuera hoy. La sensación de vagar por la calle, desconsolada, tapándome los ojos con gafas de sol, perdida en medio del Eixample, no tengo a dónde ir, pensaba, pero ella me abrió la puerta y me sirvió un trago de algo muy fuerte y me ordenó “bebe” y yo le hice caso porque no tenía voluntad, no tenía nada, por no tener no tenía ni calcetines, había salido con lo puesto.
(Una de las primeras cosas que me dijo el hombre al que amo cuando le conocí es por qué te disculpas y empiezo a darme cuenta de que tiene razón, perdón, perdón, no quería disculparme, perdón)
Ella duerme y yo la miro y pienso en el corazón y en cómo salvamos a aquella otra de un tipo que la amenazaba de muerte, ¿sabes?, se lo conté a dos personas y nadie volvió a preguntar, parece ser que una amenaza de muerte no es como que te peguen una hostia, aunque él había dicho te voy a matar, de ti no quedarán ni los perros, y la policía a ella le dijo que sí, que tenía razón, que era posible que la matara. Nadie me volvió a preguntar por ella, ¿estará bien?, ¿necesita algo? Nadie pregunta porque la esquela se hace cuando te matan.
Vamos a la manifestación todas juntas, hace frío, tengo frío. Las chicas jóvenes cantan y todas reímos y unas señoras de Alcorcón se hacen fotos, se han puesto pendientes que se han hecho ellas mismas con el #8M escrito en boli lila, forrados de aeronfix. Yo me pongo contenta cuando miro a esos señores mayores acompañando a sus mujeres de la mano, cuando veo a esas chicas jóvenes besándose en el Paseo del Prado, cuando seguimos a la pancarta de ecuatorianas que cantan, vamos con estas, joder, que saltan, y tú cuidado no saltes a ver si se te van a saltar los puntos que acabas de parir.
(Un jefe me soltó un día: “creo que te pago demasiado”, sí, eso me soltó el tipo delante de la gente, con el moreno recién adquirido en la pista de esquí, cincuenta euros me pagaba por artículo, un día te vas a buscar los piños en la cuneta, pensé y no dije, ¿le dirías eso a un hombre?, pensé y volví a callar).
Miro al cielo sin estrellas y me hago cargo de la libertad ganada.
No me relaciono con gente que amenaza, que insulta, que humilla, que te obliga a pedir perdón por el mero hecho de que puede.
Mis compañeros y mis compañeras son libres y ríen y lloran y vienen y van y aman y hay un acuerdo tácito, un acuerdo de respeto que no es nombrado, cómo va a nombrarse, qué gilipollez, vendría a ser como nombrar los elementos de la tabla periódica, PUES CLARO que hay respeto, en eso se basan las relaciones, ¿no?
A veces cuando bailamos en la cocina casi ni pienso en que este es un momento para siempre. Queda fijado como un instante de felicidad frente a todo lo demás.
Un día otro me suelta: métete en política. Y yo le froto los pies a mi amiga que duerme y pienso pero tú qué crees que hacemos aquí. Mi misión es cuidar a las mías, que son todas, como ellas cuidarán de mí. Y no hay nada más político que eso.
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