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Esto es sólo miedo del corazón, pero no es peligroso para el corazón.
Amos Tutuola. El bebedor de vino de palma
pánico: adj. se dice del miedo extremado o del terror producido por la amenaza de un peligro inminente, y que con frecuencia es colectivo y contagioso.
Es domingo laborable y salgo del curro a las 17’30h y la luz es de ésas que afilan la sombra del gotelé en las paredes. Y en mi bruma de lunes desplazado, los ojos se distraen por los muros y por los restos de la mañana en el suelo. Unas peladuras de naranja medio podridas, unos papeles pisoteados, una flor de tiza dibujada en una puerta. Y saco la cámara y clic: foto ñoña de flores pintadas. Un señor alto con bigote de hombre gordo me mira y le sonrío. Suele ser mejor sonreír. Sigo andando y esta luz aguda resalta el muestrario de colores pintado en la fachada de una tienda de pinturas. Y saco la cámara y clic: foto ñoña de pantones despintados.
El señor gordo con bigote me sigue mirando y le vuelvo a sonreír. Me pregunta por la cámara y le muestro la foto que he sacado. Ha visto usted que bonitos colores? Si, bueno, los colores, pero y la otra foto? Claro, por supuesto, deje que le enseñe, una flor pintada en tiza, no le parece tierno? Qué flor ni qué niño muerto. Has sacado una foto de la puerta de la instalación eléctrica. A usted le parece? A mí me ha parecido una flor. Mire, venga conmigo, no ve la flor encima de la rendija? Esto es la instalación eléctrica de la comisaría y ya me dirás tú qué estás tramando. No, mire, no se altere, puede que usted vea un atentado en ciernes, pero créame caballero, a mi lo que me interesa es el dibujo en tiza.
Que venga la policía! Esta extranjera está haciendo fotos raras, les dice el señor del bigote a los curiosos que se acercan a cotillear nuestra curiosa combinación de gordo y guiri. Hay terroristas por todas partes y estamos bajo amenaza. Hacer fotos así es peligroso, me dice el ciudadano responsable mientras se acerca un joven de uniformado a desentrañar este entuerto.
Sus papeles, señorita. Sí mire, es que hay una flor dibujada en la puerta ésta y pues al parecer hay un generador eléctrico detrás de la puerta pero yo no lo sabía. Sus papeles, he dicho. Y nos vamos al cuartelillo, yo con el chasco de mi foto ñoña y el ciudadano del mostacho, orgulloso de haber prevenido el ataque fantasma. Yo puteada por la tarde de preguntas idiotas que se nos viene encima. Él convencido que el terror está ahí fuera, acechando tras una puerta pintarrajeada.

Foto: Marta Vallejo, del blog Alexandria why?
espanto: m. efecto de una amenaza o demostración con que se infunde miedo.
Conversación circular en la sala VIP de la comisaría. Sillones de tapicería oscura que hace pelotillas, cortinas rotundas con cenefas doradas, alfombras abigarradas, mesa de jefe que manda mucho. Tanto manda el jefe que en su mesa enorme con juego de escribanía de los chinos sólo hay una pila mínima de papeles. El pentium cuatro de trabajar está al lado, en el escritorio de adolescente donde un oficial teclea cosas. A saber el qué y para quién.
Mientras desentrañan el mensaje del qué y el quién, nos llevan a echar la tarde en la sala de espera de los no muy sospechosos todavía. El ciudadano honrado y mi menda y una amiga que ha llegado a tiempo para traducir la escena a la discapacitada lingüística en que me he convertido al entrar en comisaría. Poli bueno y poli amable, sentados al otro lado de una mesa más pequeña, nos ofrecen té o nescafé. Y esperamos a que comprueben la calidad de mis fotos y la veracidad de mis datos sentados en unos silloncitos pretenciosos de skay. Las cortinas esta vez son grises y sin florituras.
Poco sospechosa pero muy aburrida. Deducimos que esto va de pasar el rato porque no nos han registrado ni quitado el teléfono, nos quitan la tarde y a lo mejor una capa fina de inconsciencia. Me da por jugar a ser Mandela conciliando y entablo conversación con el ciudadano delator. Parece que refresca y mire usted que forma tan tonta de perder el tiempo. No tiene usted a nadie que le espere ni nada mejor que hacer en domingo? Por cierto, no nos hemos presentado, me llamo Marta y me gusta hacer fotos de esta ciudad suya tan bonita. Bonita? Pero si hay basura por todas partes, además es muy peligrosa, están las cosas muy complicadas con tanto terrorista suelto. No puede uno fiarse de nadie, ni de usted, ni de las apariencias.
Y al final nada, tres horas de visita a la zona noble del cuartelillo. Un toque de atención de parte de la autoridad. Una llamada de los señores invisibles que procesan mis datos en la capital. En ese lugar subterráneo dónde quiénes somos y lo que hacemos se organiza en una despensa de datos para cocinar conspiraciones cuando sea menester.
Salimos por la puerta grande de la comisaría debidamente protegida con torres de vigilancia de castillo de playmobil. Avisamos a la constelación de amigos y allegados que están al loro de las tres horas que hemos pasado con los servidores de la ley. Afectos que se han preocupado sin exagerar, pero preocupándose, porque no sabemos decir a partir de dónde las cosas son preocupantes.
alarma: f. mecanismo que, por diversos procedimientos, tiene por función avisar de algo.
Nos sentamos en un café y mientras les cuento a los amigos mi hazaña de guiri cebolleta, nuestras risillas nerviosas acarician esta piel exfoliada por una tarde de polis y cacos. Pero todo bien, no hay para tanto. Y enumeramos todos los indicios que hacen que esto sea la anécdota que es: el sillón tapizado, el nescafé, el bigote patético, el poli bueno sin poli malo.
Me pregunta E. si el poli amable era pelirrojo. Pues sí. Y bajito. Pues también. Pues tu poli bueno es mi poli malo, dice. Y me desgrana los detalles del sonido de una pistola apuntándole a la cabeza, de interrogatorios largos, de sus calabozos sin tapizar y de su cárcel sin mantas. Y en lo que fumamos la shisha se difumina la interfaz pelirroja entre lo cortés y lo valiente. Entre el susto y el espanto. Entre lo que sabemos y lo que imaginamos, lo que prevemos y lo que decidimos ignorar.
Coleccionar el relato de las razones del temor de los demás se ha convertido en mi técnica para fundamentar este arrojo de lunática. Y de camino a casa, se activa la base de datos de las historias para no dormir contadas a cada rato. Y la distancia entre los malos y yo es ahora pelirroja y bajita. Es la llamada de un señor invisible que les confirma que soy quién digo ser y me recomienda portarme bien.
H me pregunta si tengo miedo. Y le digo que no. Le pregunto si tiene él miedo. Y me dice que no. Arqueamos las cejas pensando que bueno, un poco sí. Pero no, es mentira. Porque la palabra no es miedo. Porque aunque se parezca, tenemos que buscar sinónimos y reservar el miedo para cuando sea la última palabra posible. Porque las gradaciones son cruciales para convencerse que si bien todo puede ir mejor, todavía queda un trecho hasta que el miedo sea el único nombre de lo que nos pase.
asombro: m. gran admiración.
K me pregunta qué me asusta y le digo que me asusta estar sola. Este miedo lo compartimos, me dice. También contigo, seguro, porque hace tiempo que sabes que nos quieren en soledad y que en común nos hallamos para hacerlo más llevadero. Le cuento a K. que me está costando escribir sobre esto, porque no sé cómo hacerlo con honestidad, sin exageraciones. Porque cuesta rellenar el vacío entre mi susto, su pavor y vuestra aprensión.
Me dice que escriba sola, para conmigo. Y le digo que mi dificultad radica precisamente en la necesidad de escribir esto con alguien que me lea, porque el pozo de los sinónimos del miedo no tiene fondo y, sin asideros, acojona. Si escribo sola corro el riesgo de ser portavoz de lo anecdótico.
Así que esto lo pienso en compañía, lo construyo a partir de nosotros. A partir de la compañía que acolcha el golpe, transforma las certezas en conspiraciones cómicas, se bebe la noche contigo para dormir con luz de día, equilibra lo tuyo con el peso de lo suyo. La compañía que te obliga a relativizar y a acostumbrarte, que colorea contigo la escala de grises.
La compañía que te abraza y te hace responsable de los sinónimos.
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