Una oda particular a un símbolo que configura el imaginario colectivo de los habitantes de una colina. Oda a un púlpito derruido, a las luchas vecinales que han articulado elementos culturales y propuestas de modelos alternativos. Una oda a los espacios de resistencia que combaten la colonización de narrativas hegemónicas, a quienes arrancan los vinilos que cuentan una identidad prefabricada.
Esta oda no es más que la tentativa de desvelar la estrategia(s) política(s) que prepara al público para una narrativa, en este caso la narrativa de la conciliación, la narrativa del acompañamiento necesario, y cómo este ser-acompañado se ha naturalizado y normativizado a través de los despliegues políticos disfrazados de protección. La ficción naturalizada de una identidad compartida, de un lugar al que pertenecemos, sirve a las grandilocuentes narraciones de esa ciudad-común que debemos construir, que debemos cuidar y cuyos relatos cuentan nuestra historia.
Laura Benítez: Baterías y vinilos from Indigestió on Vimeo.
Una oda que no es más que el temor a que la memoria colectiva de la lucha se diluya en narrativas institucionales que decoran su vacío con ornamentos de la oratoria propia del museo. Una narrativa que adolece de una suerte de horror vacui, por lo que se intenta neutralizar con ideas de permanencia, duración, identificación, clasificación y reconciliación. Ahora ya somos comúnmente, durante años no lo fuimos, pero finalmente lo somos, formamos parte de un proyecto común. El problema reside en que la co-existencia de múltiples espacialidades no supone la articulación de una identidad común, que pueda articular-se y ser explicada.
La museización de las baterías del Carmel, la voluntad de hacerlas un lugar institucional de obligada visita turística, supone la pretensión de explicar qué es el lugar y quienes somos. Pero explicar que ahora ya-sí-somos-conjuntamente con quienes nunca-fueron-con-nosotros no es más que una tentativa de identidad común, de identidad consensuada, de identidad inexistente. El espacio público ordenado por vinilos que encierran narrativas dirigidas al público, para reforzar y naturalizar un constructo simbólico y despotencializar así el disenso.
El acto de convertir en museo las baterías, secuestra y diluye una memoria compuesta por infinidad de anomalías, una memoria anómala que se re-escribe con trazos selectivos, con voluntad de ordenación. El orden necesario que promete acabar con la suciedad, ese hedor que pesa sobre cualquier lugar abandonado.
Habrá quienes valoren positivamente esta museización de las baterías pensando que supondrá un mantenimiento del lugar en términos de limpieza, de pulcritud. Probablemente así será, pero cabe recordar que la limpieza puede ser un arma de doble filo.
La obsesión que muestra la sociedad, muy especialmente la occidental, por la pureza, en términos de limpieza, de desinfección, por lo impoluto, deriva, dicho de un plumazo, de la revolución industrial. Los hacinamientos de los trabajadores en las ciudades, junto con la falta de recursos, dieron lugar a grandes plagas, y éstas al miedo a caer enfermo, al peligro del contagio, y a la necesidad de buscar un remedio para estos riesgos y plagas, lo que supuso para el capitalismo la oportunidad de apropiarse de los remedios y así, explotar los nuevos conocimientos. En la búsqueda de soluciones para las grandes epidemias, empezó una lucha contra los gérmenes, una lucha por la desinfección, la lucha por un cuerpo desinfectado íntimamente ligado a las condiciones materiales de los primeros años del capitalismo. Esta lucha, alcanzó su clímax en la época victoriana, con el desarrollo de una disciplina de lo doméstico, una disciplina que genera necesidad, puesto que ante la necesidad de la desinfección surge también la necesidad por las herramientas que la pueden llevar a cabo. Por lo que este deseo-necesidad, no supone simplemente algo funcional, sino que acontece a modo de neutralizante de la ansiedad provocada por unas biopolíticas hiper-reales.
Intervenció de Laura Benítez Valero al 13è Fòrum Indigestió. Foto: Carles Llàcer
En “Bioparanoia and the Culture of Control” el colectivo Critical Art Ensemble señala la importancia de lo que sucedió durante las dos últimas décadas del siglo XIX en las que tanto médicos como científicos identificaron que uno de los focos de enfermedad, los gérmenes, podía residir en el polvo. Esta intensa lucha, y la aparición de productos para facilitarnos la victoria, convirtió la higiene en un asunto social, doméstico y personal, con el correspondiente miedo a fracasar y caer enfermo, se generó por tanto el constructo de un cuerpo desinfectado, puro, que forma parte de nuestro ideario social, pero que es imposible, es un cuerpo inalcanzable. No puede existir un cuerpo desinfectado porque sin gérmenes moriríamos, los necesitamos para desarrollar múltiples funciones. Pero en cambio, intentamos fulminar a todas esas malvadas bacterias que la publicidad nos ha mostrado como potencialmente peligrosas, ofreciéndonos a su vez, la solución para acabar con ellas, el producto mediante el cual conseguir un cuerpo desinfectado, una sociedad pulcra.
Las políticas culturales que gestionan la articulación de lugares limpios destierran la posibilidad de co-existir con los gérmenes que desarrollaron esos lugares, los gérmenes que configuran su existencia. Los convierten en contextos esterilizados, en lugares de intercambios imposibles. Convierten las baterías en un museo del consenso, un ejemplo de civismo.
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Més informació sobre el fòrum:
- Programa general del 13è Fòrum Indigestió.
- Vídeo del Fòrum sencer.
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