Traducción del original Talegón, per l’amor de Déu!: Llegeix!
Muchos se han mostrado encantados con el discurso de Talegón.
Los regímenes totalitarios sacralizan el presente y desprecian el pasado. Desde Luis XIV hasta Stalin, cualquier régimen fundado en la novedad, dispone de una capa de esbirros encargados de glorificar la figura del soberano y sacralizar el presente que este conforma.
De hecho, la modernidad es, esencialmente, sólo una declaración (soy la modernidad) que condena al pasado a las tinieblas. La modernidad se presenta como una promesa: acabar con la decadencia de la edad de hierro (la barbarie) y restaurar la dignidad de los saberes. El caso más inequívoco nos lo da el Renacimiento, concretamente Petrarca. El Renacimiento condena la barbarie de los góticos. Ambas palabras se las inventa el Renacimiento. Los góticos, pobres, no sabían que eran góticos y menos que eran un pasado.
Cuando la modernidad condena el pasado, atenta básicamente contra la memoria. Deja la mesa limpia y lista para que el nuevo régimen (moderno) construya sus verdades desmemoriadas. Todos los tiranos han construido una historia hecha a medida, desde Franco hasta Mao, de Pol Pot hasta Esperanza Aguirre. Todos, además, argumentan su posición política en términos de verdad. Es decir, son fanáticos, quizá ignorantes. La política no opera con verdades, sino con accidentes, conflictos, intereses opuestos, con la gestión de los recursos, con el castigo.
La sacralización de la verdad moderna encuentra en la juventud su metáfora más preciada. Juventud y verdad son las dos figuras sobre las que se articula la intolerancia ciega de los modernos. No hay partido político que no disponga de sus juventudes. Cuando menos dispuesto esté a escuchar la realidad, más tropas de jóvenes con la cabeza lavada incorpora a sus filas. Los jóvenes (que se caracterizan por descubrir la sopa de ajo cada cinco minutos, faltaría!) Son una infantería muy preciada entre las filas de los que han proscrito la memoria. Si además, se han criado dentro del sistema de verdades del nuevo régimen, su ceguera es absoluta. Son los candidatos perfectos para inmolarse en nombre de una causa que los incluye (los terroristas suicidas suelen ser jovencitos, incluso niños). La desmemoria permite que el nuevo régimen pervierta mitos arrancados del pasado (el mito ario en manos del nazis y su burda manipulación del legado de Nietzsche).
En referencia a Beatriz Talegón, no sé si se trata de una farsante adiestrada por los viejos del partido o, sencillamente, una ingenua. Su discurso es insostenible. Como decía Santo Tomás, Dios está en los detalles y es en los detalles donde su discurso renovador se revela vacío, incluso estúpido. Dejando de lado, que todos elige a qué fiestas asiste, es significativo que Beatriz Talegón recurra a uno de los tópicos más manidos de todo totalitarismo moderno: “los jóvenes de hoy están más preparados”.
Políticamente hablando, es decir, hablando en los términos de Talegón, la pregunta es otra: ¿Preparados para qué? O aún mejor: ¿Más preparados que quién? ¿Que los viejos que los escuchan? ¿Que los adultos como yo que ven el vídeo (aplicadamente filmado y colgado en youtube)? ¿O mejor preparados que los jóvenes de la antigua Roma, que los jóvenes provenzales del siglo XII, o que los jóvenes de mi generación que ahora ya no son jóvenes?
El espíritu competitivo del deporte-espectáculo contamina el discurso de alguien, pretendidamente marxista.
No es casualidad. Talegón no dice: mejor formados o mejor instruidos, ni siquiera, mejor informados, ni siquiera más saludables, más felices, más plenos, más alegres, más indignados, más empobrecidos, más cabreados. Dice preparados. Es decir, jóvenes preparados, entiendo yo, para pasar a formar parte del mercado laboral, preparados para convertirse en una unidad productiva efectiva que no se haga demasiadas preguntas. Entiendo que no piensa en jóvenes preparados para la muerte (no es católica, creo). Tirando del hilo, según Talegón, el hombre no es un fin, sino un instrumento.
Curiosamente, el discurso de Talegón acaba convirtiéndose en un triste eslogan de marketing, en un plagio (probablemente inconsciente; ¡Ay la desmemoria moderna!) De aquel viejo anuncio de coches que se inventó un término tan grotesco como JASP, acrónimo de Joven aúnque sobradamente preparado. Mirad, mirad el vídeo.
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Pero el tiempo también es una broma siniestra. En una entrevista en Talegón hecha por el único informativo que nos queda, El intermedio, la joven socialista se muestra peligrosamente fanática (alguien que se meta con mi discurso, que es la verdad). Lo dice sin enrojecer. Poca broma! También se autocalifica de valiente y honesta, sin pudor, sin ironía, sin un cuba-libre en la mano! Pero lo verdaderamente emotivo es cuando Talegón decide hacer uso de la memoria. Cita a Cervantes. Caray!: Ladran, luego cabalgamos (12:36). La cita, evidentemente, es errónea. Una atribución popular, surgida de una ocurrencia. Añadir la palabra Sancho a un proverbio árabe: “Ladran [Sancho], señal de que cabalgamos”. Tal como explica Arturo Ortega Morán, la idea de los perros ladrando (evidentemente sin el “Sancho”), aparece ya en Alciato (1492-1550), pero no es hasta Goethe que se hace célebre:
Quisieran los perros del potrero / Por siempre acompañarnos / Pero sus estridentes ladridos / Sólo son señal de que cabalgamos (Ladrador, 1808)
Ironías del destino inverso: Talegón, la JASP, acaba protagonizando aquel anuncio donde lo joven no es más que mercancía. Paradójicamente, a diferencia del joven cretino que toca el saxo, cita tan mal como el viejo (mal preparado) que en el anuncio está sentado en la poltrona. Quién sabe, quizás es una cita que le pasó Rubalcaba. En todo caso, pobre Talegón, pobre memoria, pobre historia y pobre verdad.
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