Traducción del original "Els sotasignants"
Se abre el telón y se ve una sala llena de intelectuales discutiendo sobre los fragmentos de conocimiento que han dado forma a nuestra imagen mental de África. Se cierra el telón.
Se abre el telón y oímos por la radio la noticia de la destrucción de varios manuscritos archivados en el Instituto Ahmed-Baba de Tumbuctú. Se cierra el telón.
Se abre el telón y los intelectuales de la sala deciden por unanimidad escribir y firmar un manifiesto claro y contundente en contra de la destrucción del patrimonio cultural maliense (y africano y mundial). A continuación asisitmos a una larga y encarnizada discusión acerca de la terminología a utilizar en el manifiesto de repulsa. Se cierra el telón.
Se abre el telón y tres días después el manifiesto está listo y firmado por dos organizaciones académicas en representación de la comunidad intelectual africana. Entre bambalinas se ha decidido que la única forma de emitir un manifiesto suficientemente contundente sin tener que negociar cada coma, es que los intelectuales no firmen con su nombre, sino por delegación a través de dos organizaciones de renombre dedicadas a la investigación. Se cierra el telón.
Se abre el telón y leemos un artículo acerca de un enorme escándalo de corrupción que implica a la cúpula del partido en el gobierno en España, presidente incluido. Se cierra el telón.
Se abre el telón y recibimos a través de múltiples redes sociales una petició exigiendo la dimisón del presidente del gobierno español y de todos aquellos miembros del Partido Popular que estén implicados en esta nueva entrega de las historias para no dormir de la financiación ilegal de partidos políticos. Se cierra el telón.
Se abre el telón y pasados cuatros días, la petición cuenta ya con más de ochocientas mil firmas. El presidente del gobierno español no ha dimitido. Se cierra el telón.
El patio de butacas, lleno hasta los topes, deviene una lista eterna de firmas en potencia. Nuestros intelectuales debatiéndose con precisión sobre cómo conectar la complejidad teórica del escenario oeste africano y la contundencia de los hechos. Nuestros ciudadanos indignados afirmando ante el espejo negro de la pantalla la rabia por una nueva tomadura de pelo, cada día más descreídos.
La cuestión de la firma reivindicativa podría quedarse en un par de chistes sin gracia si no fuera porque plantea un par de preguntas clave. Por un lado, cómo movilizar el pensamiento “especializado” más allá de las palabras. Por el otro, cómo hacer que los manifiestos como forma de acción política low cost, activen la potencia política de nuestros seres, reflexivos y puteados.
Para los intelectuales encerrados en una sala de conferencias, su nombre en forma de firma, deviene un cuerpo. No dan la cara, dan el nombre. Y se afanan en denominar la inmediatez con un rigor enfermizo, intentando agarrar el agua con los dedos.
Para los intenautas encerrados en casa, la firma se convierte en masa, una acumulación de cifras que aspiran a ser número tendente a infinito. Y la cara y la cartera temblando por la inmediatez del despido o el porrazo. Transformando el desacuerdo en enunciados que dicen No y le arañan ventanas a un mundo que reclama cuerpos, que busca pelea y acaba jugando al solitario.
Ante la impotencia del pensamiendo ordenado y las pasiones de sudoku, Achille Mbembé hace un llamado por la construcción de reservas de vida. Espacios que se sitúan más allá de la división entre lo racional y lo espiritual. Un punto de partida indeterminado desde dónde negarse a ser sólo estómago o cerebro, para ser actores vivos (cuerpos, pasiones, símbolos) de una economía humana.
Una economía cuyo manifiesto fundacional sean las palabras de Frantz Fanon: “tenemos que hacer las cosas de otra forma”. Y los abajo firmantes salgan de la crisis de la imaginación conjugando la carne y el nombre.
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