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Libertad dentro de la parcela

Traducción al castellano de “Llibertat dins la parcel•la”

Cuando vi algunos de los documentales realizados sobre los festivales de Woodstock, la Isla de Wight y Glastonbury, me llamó la atención la insistencia y coincidencia con que en todos se habla de las vallas del perímetro de los festivales. En todos se reflejan controversias y sucesos en torno a la acotación del espacio para cobrar entrada, con mucha gente en contra. Conflictos apasionados, en algunos casos violentos, con aficionados que se sentían traicionados por la captura de lo que consideraban suyo, y con artistas y organizadores que, en cierta medida, en aquellos tiempos, se situaban a la defensiva.

En el caso de Woodstock la cosa es bien conocida: el primer día del festival, en 1969, un grupo de inspiración dadaísta llamado Up Against the Wall Motherfuckers impulsó la demolición de la valla, facilitando la entrada de la avalancha de gente que asistió.

En la película de Julien Temple sobre Glastonbury, que recoge 30 años de la historia de este festival inglés, también hay una continuada referencia a la valla. Allí, los jóvenes nómadas que participaron y dieron vida a las primeras ediciones del evento se quejan y hacen sus reivindicaciones cuando el festival se valla. Como el documental abarca muchos años, se va viendo como evoluciona esta infraestructura, como crecen los servicios de seguridad que la controlan, y como va cambiando “la batalla”. (Aquí se puede leer un comentario que explica bien la peli).

En el documental Message to Love de Murray Lerner, sobre el festival en la Isla de Wight el año 70, también hay conflicto. Ahí está la “Desolation Row”, una montaña donde se junta un montón de gente que no paga entrada y ve el festival desde fuera, y también están los “White Panthers”, organización paralela a los “Black Panthers”, que encabezan una rebelión por la demolición de la valla, lo que logran. Hay un significativo momento, durante la actuación de Joni Mitchell, en que un hombre sube al escenario y habla en nombre de los sublevados, la cantante también habla defendiendo la necesidad de calma, y ​​más tarde se ve una escena que resulta paradójica , donde ella canta una preciosa canción que dice que “nos han puesto un parking en el paraíso“. (Aquí se pueden leer jugosos comentarios sobre ese momento y día).

Creo que es en esta película donde hay un momento en que los sublevados le dicen al representante de la organización que intenta negociar: “no queremos que nos dejes entrar, queremos que saques la valla!” Y es que el conflicto no es, como alguien pensaría ahora, para poder colarse en el festival con acreditación, invitación o “enchufado”, acceder individualmente como un chico  listo, sino que tiene trascendencia colectiva. Para aquella gente, la música y la libertad que representaban los festivales eran traicionados con el cierre.

Aunque a nuestros ojos de barceloneses-acostumbrados a dar coba, o oir hacerlo, las excelencias de festivales como el Primavera Sound y el Sónar-, puedan sonar extraños o antiguos estos conflictos donde se defiende la dimensión libertaria y revolucionaria de los festivales, esta perspectiva no terminó con el final del movimiento hippie. Los festivales libres, sin valla, existieron, e incluso fueron un movimiento. Y también podríamos suponer que las raves clandestinas de los 90 siguieron esta estela. En un panfleto anónimo de los 80, citado por George McKay en el libro “Senseless Acts of Beauty: Cultures of Resistance Since the Sixties” se dice: “Los festivales libres son demostraciones prácticas de lo que la sociedad podría ser todo el tiempo: la utopía en miniatura de la alegría y la conciencia comunitaria creciente de unos pocos días, inhibidos del pantano gris de lo mundano, la existencia cotidiana paranoide y represiva … “. Seguro que alguien dirá que todo esto son discursos idealistas, utópicos y fuera de la realidad,-las palabras utilizadas habitualmente para evitar  rápido y sin pensar mucho estas cuestiones-, pero parece que el gobierno de Margareth Tatcher no lo encontró tan fantasioso, cuando , como se explica en este artículo, se llevó a cabo una dura represión contra uno de los más emblemáticos festivales libres, el de Stonehenge, utilizándolo de paso para avanzar nuevos pasos en el control social.

Este debate tiene paralelismos con otras situaciones. Por ejemplo, con los parques temáticos -viejo debate que vuelve con fuerza con Eurovegas-, y, quizás más vigente, con el que se produce alrededor de la libertad en la red. Para algunos, Facebook, Google, Apple y compañía actúan de forma equivalente a cuando se ponen vallas en los festivales, en tanto que establecen un marco y sacan provecho de algo tan libre como el intercambio entre personas. También se ve esto como una parcelación de algo que empezó como una nueva oportunidad no controlada. Por el contrario, los Adelson, Zuckerberg y compañía acaban siendo alcaldes no electos de importantes parcelas vitales (fijaos como todos estos ámbitos los acompañamos de calificativos como “un estilo de vida” y similares) que gobiernan con leyes que no hemos decidido democráticamente, ni por casualidad.

Tanto en estos casos como en el de los festivales es bastante claro que mucha gente prefiere las comodidades y seguridades que ofrecen los sistemas cerrados, antes que los riesgos e incertidumbres de situaciones más abiertas. Probablemente también dirán o pensarán que experimentan “sensación de libertad”, pero yo diría que probablemente son reflejos de lo que podría ser, más que otra cosa, y que lo que queda es un simulacro. La libertad en un juego con cartas marcadas, convenientemente aislada del resto de la vida.

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