28 de agosto, plaza del Solar de Portugalete. Como cada domingo, una orquesta low cost de dos personas ameniza la tarde con una selección de melodías románticas y desengrasantes ritmos latinos. Matrimonios de muy avanzada edad, todoterrenos en el improvisado salón bajo los árboles, bailan lo que les echen. Todos visten sus mejores trajes. Algunos llegan de muy lejos (de Bermeo, Barakaldo…) a un ritual autoimpuesto al que acuden con un visible entusiasmo. Es el día grande de la semana, la cita ineludible.
Cuando los cantantes atacan el bolero “Pienso en ti” me giro hacia la ría y veo apoyados en la baranda del paseo a dos hombres. Parecen jefe y empleado. No se han vestido para la gala. Diría que llegan de hacer algún remiendo. Vienen juntos, pero no hablan entre sí. Ni se miran. Tienen la vista perdida en el centro de la plaza y los dos murmullan, impasibles, la letra de la canción. Como si no pudieran evitarlo, la recitan sin exteriorizar emoción alguna. La canción, como la procesión, va por dentro. Porque algo se mueve en lo más hondo de esos dos hombretones.
Sólo es un baile popular, sí. Uno de esos actos sociales que organiza el consistorio para entretener a los ancianos. Pero algo en esas canciones les conecta con sus recuerdos, les une a su pareja de hace más de 50 años, les invita a arrimarse como no lo hacen el martes ni el jueves, les empuja a vestirse para agradar a su pareja, les planta una sonrisa en la cara, les marca en el calendario una razón para salir de casa cada semana y, nadie sabe bien cómo, obra el milagro de frenar el reuma y demás achaques.
El sol se cuela entre los árboles inyectando a la escena una vitalidad exultante. Se palpa el júbilo. Los abuelos se te acercan y hablan orgullosos del baile de los domingos. No se pierden ninguno. De repente, piensas que no hay mejor festival al aire libre que este. Y que viva el ayuntamiento de Portugalete por entender que con unas cuantas canciones a la vera de la ría, la jubilación en una ciudad obrera de Euskadi es más llevadera.
Días después, en un entierro, el sacerdote pone el piloto automático de los lamentos y nadie siente nada. Luego, los familiares pronuncian unas palabras y ahora sí se encoge el alma de la concurrencia. Pero cuando la violonchelista interpreta “El cant dels ocells”, la ausencia de palabras, junto con la melodía excelsa de Pau Casals, elevan y depositan no se sabe dónde todo el dolor y la pena acumulados. Durante unos segundos, el discurrir abstracto de la música instrumental nos alivia, nos reconforta, nos abraza.
Está calando con fuerza y urgencia ese discurso que exige al artista una creación comprometida con la sociedad. Un discurso al que me sumo porque yo también noto que aborrezco más que hace cinco años la música sin intención, pero ante el que apunto cierto temor: el del desprecio altivo y repentino hacia el arte que no discute la realidad. Se puede llegar a equiparar arte decorativo y entretenimiento. E incluso sugerir que el arte comprometido juega en una liga moralmente superior. Pero tan decorativa puede ser una canción política que recaliente discursos manidos como una de amor mal enfocada. Y, sin embargo, una melodía redonda o un estribillo con puntería oxigenan el cerebro, alivian el dolor, despejan las nubes… Aportan, al fin y a cabo, la energía necesaria para combatir el día a día.
En épocas de crisis se dispara el impulso de exigir compromiso a diestro y siniestro. Uno mismo se siente impulsado a buscar un uso social a sus actos. Es muy humano, en esta era tan necesitada de reacción: política, social, artística y de todo tipo. Aun así, no sé por qué una de las primeras reacciones en tiempos difíciles es interrogar al creador: ¿y tú qué haces por la sociedad? Como si su labor como creador no tuviese valor en sí misma.
Podemos exigir una creación implicada con la realidad que le rodea, pero un día sales a la calle y oyes una canción sin intención social aparente que se cuela en la realidad, alterándola y enriqueciéndola. No está de más, pues, reivindicar el infinito valor de cosas tan inservibles como un bolero romanticón o una sublime melodía muda. No menospreciemos las cosas sin utilidad. Las canciones, como todo, se ganan su espacio y sentido a fuerza de tiempo. Y no todas sirven para lo mismo. Despreciar las canciones sin utilidad social bien pudiera ser otra forma de recortar en cultura.
Excelente, Nando. Ése está siendo uno de los encantos de esta época de Nativa, que el diálogo, la confrontación fértil de puntos de vista, está en la propia revista. Merecería la pena adherir este artículo a la convocatoria del último Hipersons y completar su mirada poliédrica.
Esa última frase “Despreciar las canciones sin utilidad social bien pudiera ser otra forma de recortar en cultura.” es un estimulante tónico aplicable a otros ámbitos (no culturales) donde se exige una forma de compromiso explícito como vía de superioridad moral. Clavemos la pértiga ahí: despreciar los gestos sin utilidad social aparente bien pudiera ser otra forma de recortar la humanidad.
Artesano ≠ artista
No sólo con la temática y la letra se compromete el músico. La forma de difundir tu música, la manera de plantear los directos o el propio proceso creatvio, pueden tener, en si mismos, articulaciones ideológicas, y muchas veces son formas muchas más efectivas, por su complejidad, de hacer política.
100% de acuerdo con Nando, en la forma y en el fondo, pero siempre hay peros…
Cuando yo vivía en un pueblo de Barcelona a los ancianos se les entretenía (y se les entretiene) cada domingo con un… bueno, a veces es músico de verdad, otras le da al play ;) Pero el problema viene cuando uno intuye que el partido gobernante lo hace como un terroncillo de azúcar para que les voten o hagan bulto. Curiosamente los dos ejemplos que pondré vienen del PSC.
El primero…
Cuando uno de los dos alcaldes anteriores pudo perder las primarias, hizo 2 cosas:
1) Hacer una cena-homenaje a la 3ª edad en el Casal d’Avis (con baile incluído)
2) Acarrear a la votación a “nuevos” militantes y simpatizantes del Casal y de la Casa de Andalucía.
El verbo acarrear no lo he usado porque sí, sino porque recuerdo que, cuando López Obrador perdió las elecciones en México organizó aquellas megamanifestaciones acarreando (así lo dicen allí) a la gente en autobuses y dándoles tortas (bocadillos) y refrescos. No estaría mal… si no fuera porque muchos de los manifestantes eran tenderos o concesionarios en mercados municipales del DF que fueron bajo la amenaza de clausura de su negocio por parte del GDF que, oh, sorpresa, estava en manos del PRD (partido de “izquierdas”, como el PSC) de López Obrador.
El segundo ejemplo…
Durante la campaña electoral del 2010, diversas personas recorren asociaciones y Casals diciendo a los abuelos que se está organizando una fiesta para la tercera edad y que ésta es gratuita (no encontráis ya cierto paralelismo con el ejemplo anterior de mi pueblo?). Les meten en un autobús (los acarrean) y los llevan a lo que creo recordar era un pabellón; una vez allí, sin posibilidad de volver por su cuenta, les dan una banderola del PSC y los meten a hacder bulto para el mítin de Montilla. Perdonadme, pero hay que tener pocos recursos y a la vez ser un poco hijo puta para medio secuestrar a unos yayos como si se tratara de atraer a un niño con un caramelo.
Digo esto porque el entretenimiento banal y trivial es también salud mental, y mal iríamos si todo tuviera una intencionalidad política o social, pero tampoco hay que perder de vista que muchas veces lo que organiza el poder es PARA EL PODER, y algunos ejemplos son de mal poner.
Con todos mis respetos, maestro… Un abrazo.
Buen artículo, si. Además lo comparto.
Por añadir algo sobre la funcionalidad social de la música contaré una breve anécdota.
Años ha, conocí a una chica viola que me explicó que, en el funeral de su padre, tocó con su cuarteto música triste. Yo le comenté que no me parecía bien, pues era como forzar las lágrimas de las personas que no sentían nada. Ella me contestó que lo hacía, precisamente, por lo contrario: para ayudar a la gente que no podía expresar su tristeza en público; para liberarles de las ataduras que les impedían llorar la muerte de un ser querido.
Saludos.
Manel Canol