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Los Corderos – El mal menor 30/1

Escrit el 19/02/2011 per admin a la categoria Re-Visions.
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Per Marina Baggetto

El Mal menor [teatro físico] por Los Corderos.
30/01/11 Mercat de les Flors.

“Ya que el mundo adopta un curso delirante,
debemos adoptar sobre él un punto de vista delirante.”

Y desternillarse de risa, si es posible.

El mal menor es el título del último proyecto escénico de la compañía de Los Corderos, dos años después del estreno de Tocamos a dos balas por cabeza, y actualmente la quinta pieza desde que este grupo se formó en 2003 con la iniciativa de David Climent y Pablo Molinero. Ellos mismos, junto a Nacho Vera – miembro de la banda musical Rosvita – forman el trío de actores globales sobre el escenario que, a lo largo de toda la duración de la pieza, va desplegando fuerza, códigos y lenguajes de una forma apabullante y simbiótica, pasando del teatro físico a la palabra, de ella a la música en directo o a la danza, y así sucesivamente. El objetivo, ametrallar desde el humor y el desmontaje todos los aprioris posibles, señalar al emperador desnudo, erguirse como verdaderos terroristas de la hilaridad, e intelectualizar y politizar el instinto, con unos ojos bien abiertos.

I. Acerca del título, la doctrina del mal menor es, ministerialmente aplicada, esa dosificación de mal necesaria, cual terapia paternalista, que procede a inyectarse en el mundo -y en nosotros- a intervalos constantes y regulares.

Collejas, vacunas, guerras preventivas.

En otro plano, esas inyecciones de mal menor se inoculan virtualmente a través de los medios de comunicación, y otros dispositivos del software que es la cultura. Substantivadas en mitos de consumo rápido, que se traman y reverberan entre sí como coartadas, sostienen su efecto de veracidad o realidad ante las audiencias, en parte por repetirse con la implacabilidad del aparato maquínico industrial, y en parte por revestirse bajo piel de oveja,  camuflando su condición de simulacros acuciantes, untados de terror y de deseo, que buscan filtrarse hasta el mismísimo sentido común. Allí es donde gustan de afincarse parasitariamente (y más hondo aún) para poder transformarse en conductas, en hechos y en realidad fáctica.

(Los Corderos utilizan el concepto de patología). Bravo.

II. La pieza escénica El mal menor es un territorio temporal dónde chocar -desde la más absoluta complicidad- con esa absurdidad despiadadamente lúcida, que al ponerlo todo del revés, parece finalmente desenredarnos de forma esclarecedora.

En cuanto a lo que allí se acontece frente a los sentidos del público, es momento de agradecer que por suerte en ocasiones el teatro -como explicaba Artaud en su introducción de El teatro y su doble- puede ser esa brecha de atroz poesía que se abre para dar lugar a todos esos actos extraños que son alteraciones de la vida y que manifiestan groseramente “que la intensidad de la vida sigue intacta, y que bastaría con dirigirla mejor.”

Desde esa grieta precisa que reta, de subversión magmática, los tres actores antes citados se arremolinan y bullen sobre el escenario en una vorágine de nervio febril, de energía vandálica, circense, extravagantemente carrolliana; y nos proponen, bajo la formación de una milicia inventada, un eslogan político de lo más sugestivo: “La dignidad por debajo de todo”.

La escena concreta de Pablo Molinero transmutado en cuerpo siniestro – izando lo anal al estatus de aquello que merece estar en un pedestal – junto a Nacho Vera en calidad de domador eléctrico rugiendo tanto con ese collarín sideral de luces flúor, no es lo único que me lleva a evocar a Artaud, ni a traer la anterior cita aquí.

En realidad, de principio a fin, esta guerrilla del contorsionismo ideológico perpetra una verdadera alteración de los hechos y las hablas cotidianas, como si de un détournement situacionista se tratara, provocando que el público se destartale y vaya dejando caer al suelo montones de asunciones pesadas, en una especie de catarsis cómica que resultó deliciosamente desalienante.

Así, emparejando los trozos de la ficción del poder, previamente recortados, volteados e invertidos, a modo de un vivo y absurdo collage (que persiste excéntricamente en conservar su mismo efecto de realidad), Los Corderos alcanzan a representar el circo mediático en su cruda sustancia, es decir, como estricto envoltorio que envuelve envoltorio, o espejismo que refleja espejismo, con una autonomía igual de radical que la de los sistemas mitológicos.

III. Frente a este retrato de la construcción social como prevención de la anomia (que nos habla de la irrefrenable ansia de ejercer poder sobre el otro, a toda costa y a cualquier precio), la reconquista sistemática del cuerpo y del lenguaje, a través de su deconstrucción y del desvelamiento de sus dispositivos (remitiéndome a la terminología de Agamben), me parece que siempre es una aventura a defender y compartir con exaltación. Mucho más cuando, como en El Mal menor, las herramientas para el desarme son el ingenio, la acción, el desatino y la manía.

“Cuánto poder y cuánto teatro junto…”

Un caluroso aplauso a Los Corderos.


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