Por Nando Cruz
Hace unos cuantos martes, entrevistando al músico estadounidense Joe Henry, entendí por qué me resulta más evocadora la música cuando suena en el comedor pero la escucho desde una habitación. “Si escuchas desde tu habitación un disco que has puesto en el comedor no estás oyendo sólo esa música. También oyes el sonido de la habitación, escuchas el efecto de la música chocando contra las paredes y así recibes también información sobre la forma de tu habitación. La distancia da dimensión a la música, pero si te quedas delante del altavoz la música no entra en contacto con el mundo que tiene a su alrededor. Y eso marca una gran diferencia”.
Después reforzó su tesis con una cita aproximada de Tom Waits: “La música suena mucho mejor a través de unos altavoces malos instalados en otra habitación”. Pero la clave de su revelación estaba en la frase anterior, en esa idea de la música que entra o no entra en contacto con el mundo que le rodea. Colgué el teléfono y pensé que quizás esta reivindicación formal y ética de la tridimensionalidad de la música también podría explicar por qué cuando ando por la calle y oigo una canción que proviene del balcón de un segundo piso me sugiere más cosas que si la escucho en un club cerrado.
La industria musical (sector electrodomésticos) está fundamentada en la idea de audición cerrada y privada. Los auriculares (aparatos a los que estaré siempre agradecido porque permiten la escucha en movimiento) son sólo el eslabón más individualista de una gama de productos concebidos para proporcionar una audición perfecta; entendiendo como perfecta esa que no se verá afectada por ningún elemento del entorno exterior. Incluso los intentos de generar escuchas tridimensionales (esos equipos e incluso giras de conciertos con un sonido 5.0) pasan por la creación previa de un entorno cerrado y totalmente inmune a lo que ocurra fuera del recinto.
Aun a riesgo de sonar estúpidamente tolerante y encabritar al vecino que tiene que soportar música a horas intempestivas, debo reconocer que el merengue que salía despedido de un piso del Poble Sec el otro domingo por la tarde iluminaba la calle Blai de un modo especial, me hablaba de su vecindario, de la casa desde donde provenía… Obviamente es un caso del que se pueden derivar no pocos conflictos de convivencia, pero también es un ejemplo de escucha empapada (no aislada) de su entorno, enriquecida por éste; un ejemplo de cómo la música comunica y no aísla.
Aquí el plus no lo daba la marca del altavoz, el grosor de cableado, ni la potencia del amplificador. La clave era la ventana, que estaba abierta.
Esto queda todavía más patente en las grabaciones modernas y esa manía de grabarlo todo descontextualizado, seco, sin ambiente, para posteriormente añadirle reverberación + EQ + compresor + plugins para colocar cada sonido en un espacio imaginario, inexistente, falso. Por no hablar de esas otras tropelías como grabar un bajo o guitarra eléctrica por línea para luego aplicarle una simulación de amplificador, o peor aún, grabar una batería acústica para luego substituir su sonido por samplers de impecable sonido sacados de la librería de turno y grabados en Abbey Road y nosequé… La lista es interminable, los instrumentos de viento se graban con un micrófono dinámico amorrado para minimizar al máximo el ambiente y así poder modelar (falsear) más el sonido en la mezcla, los teclados/programaciones nunca salen del dominio digital, llegan al oyente sin haber pasado por ningún altavoz o micrófono. Y ojo, que no hablo de música electrónica, hablo de muchos grupos de por aquí que suenan tan perfectos como aburridos… Total, que las grabaciones, como los tomates, han perdido su sabor.
Al meu carrer s’acava de mudar una familia cubana. I cada dia, quan passo per davant del seu portal, hi surt música perquè sempre, sempre tenen la porta mig oberta. Només la tanquen a la nit, per dormir, la resta del dia hi ha una enorme activitat sonora. El que deia, quan hi passo, és com si travessés un núvol de perfum que comença a un fade in i s’acava amb un fade out. I mentrestant m’he imaginat i preguntat milers de coses sobre ells i la seva forma col·lectiva d’escoltar la música (sempre hi ha gent reunida!), i de com la viuen, que pel que veig és molt intensa. No sé si és perquè ho necessiten, perquè sempre ha estat així per ells, o perquè la seva música els crea seguretat en un entorn urbà desconegut. També em pregunto si deixant la porta mig oberta, volen que els que passem per allà escoltem la seva música… Com si fossin uns músics de carrer. Suposo que si els tingués al portal del costat l’experiència no seria tan evocadora… però com no és el cas puc escriure tot això.
Está muy bien explicado. Creo que uno de los agüjeros de la crítica musical actual es comentar lo discos sin relacionarlos con el entorno y la situación (personal y social) de quienes los escuchan. Así nos quedan todos los textos de asépticos.