Fòrum 09. Antonio Castilla
Filòsof
“La relación entre la filosofía y la música”
[…] El prefacio del cuento de la relación entre la filosofía y la música tiene lugar en la antigua Grecia, donde un tal Sócrates, justo antes de morir, bajo los efectos de la cicuta, comienza a estudiar una difícil pieza para flauta. Preguntado acerca de por qué se empeñaba a estudiar dicha composición, contestó: “Para aprenderla antes de morir”. Tal vez, no sea del todo inadecuado entender esta respuesta como el primer retrato de la relación entre un filósofo y la música. Si así fuera, entonces el ejercicio de la razón quedaría probablemente vinculado a la aspiración para hacer de nuestros actos algo útil, como en este caso es el aprendizaje musical, seria el propio de esa dimensión del instante que no se deja reducir a un cálculo de los fines y los medios, de los costes y de las necesidades. El cuento propiamente dicho, empieza mucho después, cuando otro célebre pensador, Descartes, escribe su primer libro El compendio musical, con la intención de someter ese irracional puro a las reglas del cálculo de la razón. De este modo, la filosofía reapareció después de pasar 1.000 años al servició de una malvada madrastra, la teología, seducida esta vez por la idea de atrapar a la mas resbaladiza de las presas, la música, para, a continuación, atravesar confiadamente los caminos del mundo apoderándose de cuánto le salía al paso. La confianza se agrietó en poco más de 200 años, Dios murió debajo de sus ruinas y el hombre moderno, a un tiempo indignado y feliz por su liberación, lanzó sus más airados insultos contra el orden, para aferrarse enseguida, mas firmemente que nunca a él y terminar sumido en una confusión de la que todos somos en alguna medida descendientes. Es por aquel entonces cuando aparece el primer libro de Nietzsche, El nacimiento de la tragedia en cuyo subtitulo se llama, por fin, al antiguo irracional por su verdadero nombre, el espíritu de la música, y todo parece transformarse tras esta invocación, la inocencia irrumpe en escena, los valores son objeto de una transvaloración y el universo entero se ve atravesado por una ligereza hasta entonces solo lejanamente entrevista. Pero esta elevación es inseparable de un peligro, o mejor dicho, del vértigo de una caída que no tardará en cebarse con el aprendiz de brujo y, poco después y por dos veces, con la entera civilización occidental. Pasados el horror, el baby boom, el rock and roll y los discursos sobre el fin de la historia, Deleuze-Guattari se preguntan: “¿Qué sigue siendo aún el espíritu de la música?” El que ellos llaman Ritornello, y lo encuentran en la figura del niño que, en la oscuridad, presa del miedo, se tranquiliza canturreando. La cancioncilla, dicen, le orienta y le tranquiliza, desenreda en mitad del caos la delgada secuencia de un principio de orden que corre constantemente el riesgo de deshacerse […]. No hay que descartar la posibilidad de que estos cuatro momentos sean, a día de hoy, al margen de lo que la academia les concede, las cuatro esquinas entre las que tiene lugar ese juego violento, que es a la vez violencia lúdica, al que algo apresuradamente nos referimos cuando hablamos de la relación entre filosofía y música.
(resum escrit a Nativa 49_ Jac Cirera)
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